Lo que traerá la edad
C. A. Maslow señaló en A Theory of Human Motivation, Psychological Review (1945), lo siguiente: “Existen al menos cinco tipos de fines, que podemos llamar necesidades básicas. Brevemente, estas son las fisiológicas, de seguridad, amor, estima y autorrealización”. Estos objetivos, al encontrarse relacionados entre sí, serán ordenados por el individuo en una jerarquía de preeminencia. Y dado que en cada momento todo participante concentrará su atención para el logro de aquello deseado, lo menos prioritario será minimizado (incluso olvidado o negado). A fin de cuentas, como señala el autor, “el ser humano es un animal con perpetuos deseos”.
De acuerdo con la teoría del ciclo de la vida, desarrollada por F. Modigliani, todo sujeto que desee mantener un nivel constante de consumo a lo largo del tiempo deberá adaptar financieramente sus disponibilidades monetarias al objeto de lograr aquel. De esta forma, mientras que buena parte de los fondos se conseguirán, por lo general, en el periodo central de la vida, será durante la juventud cuando nos veamos obligados a endeudar al carecer de recursos.
Al final, cuando lleguemos a una edad avanzada, y a efectos de afrontar la jubilación con una calidad razonable, probablemente tengamos que transformar en renta (ingreso) el patrimonio o riqueza que con anterioridad habíamos logrado con la acumulación de rentas (ahorro). Somos conscientes de que nuestros hábitos de consumo, deseos y necesidades cambian conforme lo hace la edad y creemos que ustedes también. A los 18/22 años adquirimos nuestro primer coche, a los 30/35 compramos o alquilamos nuestra primera vivienda y es alrededor de los 46 cuando realizaremos nuestro mayor nivel de gasto.
Está claro que las pirámides poblacionales de la sociedad en su conjunto (así como su posterior evolución) han jugado y seguirán jugando un papel determinante a la hora de afrontar y tratar datos de consumo y ahorro de manera agregada. Desde esta perspectiva, el nivel de ahorro de una economía será superior o inferior a otra en función de que la mayor parte de la población se encuentre dentro de la edad laboral, o, por el contrario, quede fuera de ella.
La explosión demográfica habida con carácter general en los países desarrollados entre la década de los cincuenta y setenta del siglo pasado alteró los patrones de consumo y los cambiará a lo largo de estos próximos años. Un problema demográfico de ayer que hoy tiene connotaciones de tipo económico.
El actual envejecimiento de la población va a tener unas consecuencias importantísimas en nuestras finanzas públicas, en el Estado del bienestar tal y como ha sido conocido hasta ahora y en el crecimiento económico. Las prioridades a nivel de ocio, cuidados de salud en centros especializados, atención personalizada a domicilio, prestaciones o coberturas sanitarias, etc., resultarán clave al objeto de satisfacer una demanda cada vez mayor. Si usted es un inversor conservador, le recomendamos incluir en su cartera algún valor perteneciente a sectores vinculados a este colectivo (negocio farmacéutico, salud o consumo). Su elevado crecimiento potencial para los próximos años ya está siendo destacado por los analistas en los últimos informes bursátiles.
Hace unos meses leíamos, en referencia al ámbito público, que este sector lo estaba pasando mal. Y la noticia en sí no se refería al efecto derivado de las congelaciones salariales o a la no renovación de plantillas, sino al envejecimiento de los funcionarios. Por una parte, el aumento de las pensiones abonadas por el sistema de clases pasivas crecía, entonces, a un ritmo del 7% anual (frente a poco más del 2% de las de la Seguridad Social). Por otra, el Gobierno estimaba que dentro de seis años la propia Administración podría tener problemas a la hora de la prestación de determinados servicios públicos (los últimos datos del Boletín de personal al servicio de las Administraciones públicas mostraban que la plantilla de la Administración general del Estado ascendía a 208.000 efectivos; más de la mitad de ellos con 50 años o más).
Y para intentar cerrar el interesante círculo anterior, añadamos una esperanza de vida, a priori, más elevada año a año y una tasa de natalidad decreciente (a título de ejemplo, baste con considerar el caso particular del hospital madrileño de La Paz: mientras en 1965 hacía frente a un centenar de partos al día, en la actualidad se practican menos de 20). Siempre que la tasa de natalidad se encuentre por debajo del nivel de renovación, el descenso de la población será un hecho y esto conllevará, a su vez, un menor crecimiento. Un círculo vicioso que es conocido por todos y un reto que, indudablemente, necesita de soluciones prácticas antes de que sea demasiado tarde. El impacto en el sistema será lento (o muy lento, si así lo desean), pero seguro.
Fernando Ayuso Rodríguez es economista.