Un poco de inflación, por caridad
Si consideramos el Año Nuevo como una molesta interferencia del Sol en nuestros quehaceres, podemos dar por hecho que el año empieza esta semana, la primera de septiembre. Inventarse premisas (supuestos) es un vicio propio de economistas, cultivado con mimo desde los tiempos de Adam Smith. Últimamente la profesión se ha reinventado y la ficción alcanza a premisas y, también, conclusiones.
Arranca el año, pues, con una doble lectura económica. Los precios bajan y la economía crece. ¿Suena bien? No debería. Precisamente, una de las causas de que el PIB crezca a buen ritmo son los precios: cuando el INE calcula el PIB, elimina el efecto de los precios. Y ahora la economía produce más porque vende lo mismo con menores precios.
Los datos de PIB estándar dan cuenta del mayor crecimiento de la economía desde 2008. Tomando PIB nominal, la economía apenas supera el punto de congelación: España creció un 0,8% interanual (tras haber bajado un 0,1% en el primer trimestre) y un 0,3% trimestral.
La caída o estancamiento de los precios ha cumplido doce meses completos. Puede uno discutir si llamarla deflación o no, pero las tasas negativas del IPC no son una anécdota. Conviene tener esto en cuenta a la hora de ver si hablamos de brotes verdes o poderosas raíces. Sin tener en cuenta los precios, ni el consumo mejora tanto (apenas crece un 0,3%) ni la inversión tira tanto de la economía. En términos de PIB nominal la economía presenta una recuperación tibia y frágil.
Pero, volviendo al principio, ¿no es que bajen los precios una buena noticia? Actualmente, no. Bajan porque los empresarios tienen que colocar sus productos en un entorno de demanda nacional escasa y dificultades para vender fuera: en Europa por la falta de dinamismo, fuera de Europa por el euro. En el dato de PMI de hoy lo explican los analistas de Markit respecto al dato de pedidos industriales: “El hecho de que en varios casos fuera necesario ofrecer descuentos de precios con el fin de captar nuevos pedidos constituye una llamada a la precaución, pues da la impresión de que la demanda del cliente sigue siendo frágil”.
En segundo lugar, a quien tiene deudas un poco de inflación le viene de perlas: la inflación hace que el dinero tenga menos valor con el paso del tiempo, pero también que las deudas sean, relativamente, menores. Y la deflación provoca el efecto contrario, porque si los euros cada vez son más valiosos (hay que vender/trabajar más para conseguir los mismos) las deudas son una carga cada vez más pesada.
Nada que no quepa esperar, en todo caso, de la situación de la que veníamos. La recesión empezó a cerrarse cuando el BCE eliminó la incertidumbre de la vuelta a la peseta. Pero de ahí a salir de pozo va un trecho largo. Espero equivocarme, pero los regalos de la incompetencia los disfrutaremos durante bastante tiempo.