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Tribuna
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¿Falta la 'g' de gestión de la tecnología?

Las heridas hay que curarlas antes de que cicatricen pero en España van calando ideas que se asientan sin el debido tratamiento, por lo que más que resolverse se agravan los problemas. Una muy repetida es que hay que ganar menos y trabajar más para mejorar la productividad y la competitividad.

Revisemos datos. El salario mínimo español es de 633,30 euros mensuales para 40 horas semanales. Este importe es menos de la mitad que en Francia, Bélgica y Gran Bretaña e incluso está por debajo del de Grecia. En el quinquenio terminado en 2009 aumentó un 6,6% anual, pero partía de un suelo muy bajo. Para calibrar este incremento recordemos que los dividendos y otros pagos a los accionistas de las empresas cotizadas en la Bolsa española crecieron más del 19,0% al año durante el mismo periodo.

Tampoco son escasas las 40 horas, sobre todo, porque parece que muchas horas extras ni se declaran ni se retribuyen. Más bien, los horarios españoles son largos en términos absolutos y relativos. Con datos publicados de 2007, en España se trabajaba entre un 10% y un 24% más que en Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, y prácticamente igual que en Estados Unidos y Japón.

Concluyamos que la propuesta del encabezamiento no parece atinada referida a buena parte de los trabajadores. Distinto es respecto a colectivos privilegiados y minoritarios, con nóminas millonarias, sobre las que sí cabría actuar, máxime cuando algunos de ellos han podido contribuir a la crisis actual y haber provocado una ingente destrucción de riqueza y de trabajo, generando una grave alarma social que explica que el ciudadano de a pie se haya resignado a pagar hasta los platos rotos de los excesos ajenos.

Pero si, a la vez, los datos disponibles avalan que la competitividad de España es preocupante habrá que buscar en otro lugar las causas. Una posible es, sin más, que se trabaja mal, lo que puede obedecer a problemas tecnológicos y de actitudes. Hace décadas que se reconoce que España debe mejorar su tecnología y reforzar su I+D. Aunque, según se dice, poco se ha avanzado en términos relativos de competencia internacional, a pesar de haberse añadido una minúscula i para componer el actual I+D+i, la mejora tecnológica, aun importada, ha sido impresionante.

Quizá el problema no sea tanto ese déficit de tecnología como el uso de la disponible. Mientras la tecnología se acumula en perpetua mejora, su utilización empieza con cada uno de sus usuarios. Por ejemplo, la incuestionable progresión de la ciencia de la salud no evita los errores médicos. La organización social y laboral en España deteriora la productividad, con el tiempo perdido en atascos, esperas, demoras y trámites de todo tipo. Baste recordar el aumento a tasas indeseables de las reclamaciones por los servicios públicos y privados recibidos. El ciudadano, impotente, padece el mal uso de la tecnología, pierde tiempo y se agota sin que nadie parezca atajarlo.

Urge, pues, mejorar la gestión de la tecnología, lo que exige buenos administradores y formación y motivación de los trabajadores. La calidad de la formación se cuestiona recurrentemente en España sin que reciba toda la atención exigible. La motivación, con salarios bajos y jornadas largas en muchos casos, tampoco halla su mejor momento.

Pero si el déficit en I+D+i parece que es un problema secular cuya solución va para largo, la mejora de la gestión, si hay voluntad, puede ser rápida, pues es más sencilla. Exige un esfuerzo colectivo pero sobre todo de quienes organizan el trabajo, dictan las normas y programan la formación profesional. La mejora de la calidad del trabajo es algo que debemos importar de otros países donde se defiende bien al ciudadano y desde hace tiempo se erradicaron, si alguna vez existieron, los antipáticos vuelva usted mañana, es imposible o eso no es de mi competencia.

Mientras se consigue, con el ánimo de hacer propuestas, añadamos al menos la g de gestión al I+D+i para recordar que tenemos pendiente mejorar la productividad con una gestión más eficiente de la tecnología disponible. Que se mejore la organización del trabajo y la formación y motivación de los trabajadores sin deteriorar sus condiciones laborales y su contribución a un consumo estable y responsable. Al fin y al cabo la riqueza la crea el trabajo, como reconocía Adam Smith, padre del capitalismo.

Juan Pérez-Carballo. Director del Máster de Dirección Financiera de ESIC

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