10 años de euro para empezar
Los 320 millones de ciudadanos que comparten la divisa europea tienen muchos motivos para corear un estruendoso cumpleaños feliz al euro. El símbolo por antonomasia de la integración europea cumplió el 2 mayo su décimo aniversario. Y a pesar de que algunos países, con Francia e Italia a la cabeza, lo convierten esporádicamente en el chivo expiatorio de sus propios males económicos, lo cierto es que la Unión Monetaria Europea ha reportado a sus 15 socios un envidiable periodo de estabilidad económica, baja inflación, tipos de interés en mínimos históricos y consolidación fiscal.
El comisario europeo de Economía, Joaquín Almunia, hizo ayer balance ante el Parlamento europeo de todos estos éxitos. Pero con buen criterio, el exhaustivo documento (más de 300 páginas) que su departamento ha preparado para conmemorar la ocasión no se queda en un retrato complaciente de la primera década de la divisa europea. Al contrario. La CE reconoce que en algunos puntos, como el aumento del potencial de crecimiento y de la productividad, la zona euro no ha cosechado los resultados que se prometían en 1998. Almunia también pone el énfasis en los retos, descomunales pero superables, que el euro deberá afrontar a partir de ahora.
Entre los principales figura la urgente necesidad de aumentar el potencial de crecimiento que, al 2% anual, sigue siendo demasiado bajo. Si la zona euro no acelera sus reformas estructurales (con la flexibilización del mercado laboral y la liberalización del sector servicios como tareas más apremiantes), el potencial puede caer hasta el 1% como consecuencia del envejecimiento de la población.
La zona euro, además, debe mejorar su coordinación económica y fiscal, en una armonización que nunca parece llegar, para evitar desequilibrios que resulten insostenibles en caso de un shock externo violento. La exitosa gestión del Banco Central Europeo (BCE) requiere una creciente integración de las políticas económicas de los 15 socios para que el efecto de la política monetaria centralizada resulte lo más uniforme posible. El aumento en el número de socios (ayer se anunció que Eslovaquia se convertirá el próximo 1 de enero en el decimosexto miembro) hace aún más imprescindible esa coordinación.
Pero el euro también necesita reforzar su voz internacional y asumir la responsabilidad que le corresponde como segunda moneda más importante del planeta después del dólar. La deslavazada representación en la escena internacional de la zona euro, unas veces ejercida por el BCE, otras por la Comisión y otras por el presidente del Eurogrupo, resulta especialmente preocupante en un momento en que la cotización de la divisa europea bate récords frente al dólar sin que ninguna autoridad comunitaria pueda ponerla freno. La fortaleza del euro, es cierto, ha servido para amortiguar la escalada del precio del barril del petróleo, aunque no parece que los daños de una cota de 1,60 dólares puedan ya compensar esos beneficios.
La zona euro debe demostrar que tiene las riendas de su divisa. De no ser así, el principal riesgo durante la próxima década será su propio éxito desbocado. Millones de europeos reclaman que eso no sea así.