La nueva era de la vivienda
La Bolsa lanzaba hace un mes un mensaje claro con el desplome bursátil de los valores inmobiliarios. Entonces dijimos que el mercado propinaba con ello una bofetada de realismo a los inversores. Pero el golpe no sólo dejó tumbadas a inmobiliarias, sino que también afectó a bancos y constructoras. Un mes después son algunos valores inmobiliarios como Astroc los únicos que no se han recuperado, mientras el Ibex camina de nuevo en máximos históricos. Se confirma, por tanto, que fue un episodio bursátil que no ha traído males mayores ni a la economía real ni a la financiera. Pero los nuevos bríos de las acciones no deben esconder lo que a estas alturas es una realidad incontestable: el mercado de la vivienda ha cerrado su etapa de exuberancia y ha entrado en un proceso de normalización que acabará por expulsar la demanda de inversores especulativos. æpermil;stos tendrán que buscar otras fuentes de rentabilidad si lo que pretenden son plusvalías a corto plazo.
Los precios se irán ajustando a la subida de la inflación, no se construirán tantas viviendas como en los años precedentes y las que salgan al mercado tardarán más en venderse. Y esa realidad, hace meses descontada por los distintos protagonistas del mercado, obliga a todos a adaptarse. A las empresas que operan en este mercado, a vendedores y compradores y, en general, a la economía española, que tiene que encontrar su modelo de crecimiento sostenible sin tanta dependencia del ladrillo.
La adaptación puede ser dura para aquellas constructoras, inmobiliarias, promotoras o agencias más pequeñas o que no hayan tomado medidas a tiempo. Pero a la vez puede ser sana, porque servirá para reordenar un sector en el que hay demasiados actores. Se acabó el pastel para todos. Sólo tendrá su trozo quien sea capaz de innovar y ajustar su oferta a los nuevos nichos de demanda, además de ganar tamaño y atreverse con el abordaje a los mercados exteriores.
El inversor, por su parte, tendrá que otear muy bien el terreno para encontrar oportunidades en el sector y desterrar la visión cortoplacista, la del pelotazo fácil. La vivienda en España será un activo seguro porque sigue siendo un bien de primera necesidad y no parece que por ahora vaya a cambiar la cultura de la propiedad. Aunque se moderará, por cuestiones demográficas, la demanda de primera vivienda, crecerá la de las nuevas generaciones de mayores, más pudientes, que no renunciarán a su segunda residencia, así como la de las familias monoparentales y la de los inmigrantes, entre otras. Pero será un terreno cada vez menos apetitoso para los especuladores y más objetivo de una demanda real.
No se acaba, ni mucho menos, la inversión inmobiliaria. Lo que toca a su fin es una era de locura por la vivienda que, aunque haya sido el principal acicate del crecimiento económico, ha dejado más de una herida en la economía y en la sociedad española. Cabe esperar la economía salga fortalecida de este esfuerzo de adaptación, aunque sea a costa de alguna décima de PIB a medio plazo. Es también deseable que la inversión inmobiliaria gane en transparencia y se articule en torno a nuevos vehículos financieros que aporten más liquidez y garantías para los inversores.