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Columna
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Los riesgos para el superávit exterior agrario

Se confirma que España figura entre los países con mayor déficit exterior del mundo, aunque la agricultura y el sector agroalimentario vuelven a darnos una muy buena noticia. En 2006 el saldo positivo del comercio exterior ha crecido un 46% respecto al del año anterior, en este capítulo, hasta situarse con un superávit de 4.160 millones de euros. La alegría es mayor debido a que se corrige la tendencia regresiva en 2004 y 2005 del saldo comercial favorable (-26% y -21%, respectivamente). Pero, una vez celebrado el evento, y huyendo de triunfalismos, hay que hacer un esfuerzo por consolidar esta situación, advirtiendo igualmente de los riesgos que nos amenazan en el corto plazo.

En primer lugar hay que recordar que este éxito comercial encubre la existencia de una fuerte dependencia exterior en sectores estratégicos de la alimentación de origen agraria. Sin olvidarnos del déficit lácteo (-672 millones de euros) y de semillas oleaginosas (-835), el hecho más destacado es el creciente déficit en cereales. En el trienio 2004-2006, con una producción interior media relativamente normal (18,4 millones de toneladas), el déficit comercial medio en esta partida se ha elevado a -1.374 millones de euros.

Sin duda, la lectura positiva es que este saldo negativo está provocado por el aumento espectacular de nuestras producciones cárnicas que, a su vez, se traslada a la balanza comercial exterior con un saldo positivo que supera ya los 1.000 millones de euros. No obstante el balance cerealista tiene tendencia a empeorar, como consecuencia de las decisiones, ya adoptadas en la UE y EE UU, de fomentar la utilización de biocarburantes que en buena medida requerirán cantidades crecientes de cereales.

Pero volviendo a la balanza agraria, se confirma que el saldo positivo se sustenta en cuatro grandes sectores: hortofrutícola (+7.000 millones de euros), aceites (+1.250 millones), vinos (+1.400 millones) y carnes (+1.077 millones). Estos son los mimbres a consolidar en los próximos años y, en consecuencia, conviene revisar los riesgos y amenazas que les sobrevuelan. En primer lugar, las concesiones arancelarias que puedan aceptarse en la ronda Doha. De todos ellos, si exceptuamos el aceite de oliva, no puede decirse que se trata de sectores y producciones especialmente beneficiados por las subvenciones comunitarias. Por tanto, es preciso vigilar atentamente los recortes arancelarios específicos en cada uno de los capítulos. Alcanzar una disminución arancelaria media del 56%-60%, puede obtenerse de muchas y variadas combinaciones.

También hay que vigilar atentamente algunas decisiones y normas de regulación interior, especialmente en materia de limitaciones en los regadíos y bienestar animal. No debemos ignorar que el agua es el factor clave para la viabilidad futura de nuestra agricultura exportadora. Al hilo de la sequía de 2005 y de las consecuencias a largo plazo del cambio climático sería sensato reforzar las obras de regulación hidráulica aun pendientes de ejecutar, necesarias y, en algunos casos, con retrasos injustificados, por presiones del más rancio ecologismo que aún no ha asimilado las consecuencias que se derivan del cambio climático. Es triste ver estos días la crecida del Ebro, ante la incapacidad de almacenamiento del sistema hidráulico pirenaico. El almacenamiento de nieve en las montañas tenderá a reducirse en el futuro, dadas las tendencias a un deshielo prematuro y, en consecuencia, parecería lógico incrementar la capacidad de regulación de nuestro sistema hidráulico.

Otros riesgos provienen de la prevista adaptación de la normativa del sector hortofrutícola y del vino a la reforma de 2003, haciéndolos beneficiarios de los pagos desacoplados, lo cual es francamente preocupante. Se trata de sectores que siempre se han orientado al mercado y no es aconsejable que se vean influidos ahora por un sistema de ayudas tan inadecuado a los objetivos de mejora de la competitividad.

En definitiva, es importante trasladar a la opinión pública que España tiene una parte de su agricultura y del sector agroalimentario que están situados en la vanguardia internacional, que nada tiene que envidiar a California, ni Australia, ni a Israel, y que se han forjado en las últimas décadas gracias al esfuerzo empresarial, a la aplicación de la más avanzada tecnología y a un capital humano excepcional.

El resultado está a la vista en ese saldo comercial positivo, a pesar del tipo de cambio dólar/euro de los últimos años, y a pesar del medio físico y la climatología de nuestro país.

Por tanto, sin renunciar a exigir las disciplinas necesarias en materia de seguridad alimentaria, desarrollo sostenible y conservación, hagamos un esfuerzo para no crear trabas artificiales y caprichosas. Seamos capaces de reconocer y festejar el éxito de algunos sectores productivos que aún son competitivos en los mercados mundiales.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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