El Pacto de Alemania
La reforma del Pacto de Estabilidad llega a su fin tras cinco años de experiencia sobre su aplicación en una unión monetaria que incluye socios tan dispares como Alemania y Grecia, o como Irlanda y Portugal.
Las normas fiscales pactadas en el año 1997 han demostrado su utilidad para desterrar en la zona euro los despilfarros presupuestarios que caracterizaron los años ochenta y noventa. Entonces, varios de los socios registraban sistemáticamente un déficit de dos dígitos que ahora sería inaceptable para la mayoría de las opiniones públicas europeas.
Sin embargo, el pacto y, sobre todo, su aplicación ciega al margen de la coyuntura económica, comenzó a rechinar a partir del año 2001, cuando la recesión empezó a amenazar a Francia y Alemania, principales motores económicos del Viejo Continente. Aferrarse a un pacto inoperante hubiera sido absurdo y temerario, porque los mercados ya no creían en su aplicación. La congelación de los expedientes disciplinarios a Francia y Alemania, países que superan el límite del 3% de déficit fijado en el pacto, suponía además una clara discriminación respecto a otros infractores como Grecia, cuyo expediente sigue en marcha.
La reforma que esperan cerrar entre hoy y mañana los líderes europeos debe restaurar la credibilidad del compromiso de la zona euro con la disciplina presupuestaria. Los términos acordados en la madrugada del lunes por los ministros de Economía de los 25 países de la Unión auguran un pacto mucho más sensible a la realidad económica de cada país y a los datos coyunturales que pueden justificar en ciertos casos un derrape fiscal controlado.
Sin embargo, la introducción de numerosos 'factores relevantes' que los Gobiernos podrán invocar para justificar sus incumplimientos presupuestarios puede convertirse en una permanente coartada para la irresponsabilidad fiscal. El Banco Central Europeo (BCE) ya mostró ayer su 'seria preocupación' al respecto. Y tiene razones fundadas para ello.
Resulta lamentable que el imperativo de dar cabida a una situación tan peculiar como la de Alemania, que sigue pagando los gravísimos errores económicos de su precipitada unificación en 1990, haya abierto la puerta para que cada país añada sus propios atenuantes, desde la inversión en investigación y desarrollo hasta las reformas de las pensiones, pasando por las contribuciones al presupuesto comunitario y las partidas relativas a cooperación internacional.
Berlín, que impuso el Pacto de Estabilidad en 1997 como condición para aceptar el euro, se ha encargado ahora de abrir una brecha que puede conducir a su resquebrajamiento definitivo. Para que eso no ocurra, será necesaria una aplicación muy rigurosa del nuevo acuerdo, como pidió ayer el Banco Central Europeo. Con el nuevo pacto, la estabilidad presupuestaria de la zona euro está menos garantizada que nunca. Y la posibilidad de seguir con una política monetaria relajada depende ahora en gran medida de la prudencia fiscal de la que hagan gala los gobernantes.