Sobre el crecimiento en Europa
José Borrell Fontelles sostiene que la UE necesita un ministro de Economía para coordinar las políticas presupuestarias, y éstas con la monetaria. Europa, dice el autor, paga muy cara esa falta de coordinación
Aestas horas Eurostat estará dando a conocer la estimación oficial del crecimiento en Europa en el segundo trimestre del año. Salvo improbable sorpresa, sus cifras reflejan el apagón de la economía, que contrasta con el renovado dinamismo de EE UU, e incluso Japón.
Estos dos grandes países han crecido un 0,6% el segundo trimestre, casi tanto como ahora se estima para la UE en todo el año, después de un primer semestre de practica stagnación. Francia flirtea con la recesión y Alemania e Italia, con dos trimestres de crecimiento negativo, se instalan oficialmente en ella, aunque el ministro de Finanzas alemán, Hans Eichel, prefiera hablar de 'prolongada stagnación'. Les acompaña Holanda, cuyo modelo fue objeto de todas las alabanzas en los noventa, con una caída mas acusada (-0,9%).
En el otro extremo del espectro, Grecia crece a todo tren, impulsada por los Juegos Olímpicos. Reino Unido, Suecia (ambos fuera del euro) y España (boom de la construcción) están claramente sobre la media, pero, con el motor franco-alemán apagado, no tienen suficiente capacidad de arrastre .
Aunque algunos prefieren mantener impasible el ademán, lo cierto es que la revaluación del euro le ha costado a la zona euro de uno a dos puntos de crecimiento
En su conjunto, el crecimiento en Europa habrá sido inferior al 1% de media los tres últimos años. Mientras, el PIB de EE UU lleva un 2,3% los últimos 12 meses y Japón, al que nos habíamos acostumbrado a dar por económicamente muerto, luce un sorprendente 2,1%. En realidad, el decalaje de los ritmos de crecimiento entre Europa y EE UU no es nuevo. Desde hace 20 años EE UU crece, en media, un punto más que Europa y un punto y medio en la última década. La diferencia se reduce si se tiene en cuenta el PIB per cápita, puesto que la población ha crecido mucho más al otro lado del Atlántico por el efecto conjugado de inmigración y mayor dinamismo demográfico.
¿Qué ocurre con el crecimiento en Europa? Esta vieja pregunta adquiere nueva pertinencia porque el repunte del desempleo parece estar enlazando de nuevo con los años de crecimiento blando de la primera mitad de los noventa. Pero si durante ese periodo las circunstancias, los schoks en lenguaje de los economistas, a las que había que hacer frente eran internas a los pasos del proceso de construcción europea -como la reunificación alemana y el proceso de convergencia monetaria de Maastricht-, ahora son más bien de orden externo, como la maduración del proceso de especialización económica internacional resultante de la globalización y la devaluación del dólar.
De forma reciente, un encarecimiento en menos de un año del 30% de los productos nominados en euros no ha podido dejar de tener un efecto recesivo sobre la economía europea. Aunque algunos prefieren mantener impasible el ademán y asegurar que no pasaba nada, sino que, al contrario, la revaluación del euro era una vacuna contra la inflación, lo cierto es que ese cambio de paridad le ha costado a la zona euro entre uno y dos puntos de crecimiento en el periodo 2002-2003.
Las dificultades de Alemania para digerir la reunificación, que le cuesta mucho más de lo previsto, son también evidentes. Pero más allá de todo ello la situación requiere revisar la política monetaria del BCE y las restricciones presupuestarias del Pacto de Estabilidad, aunque, por desgracia, la futura Constitución europea elaborada por la Convención no haya aportado grandes cambios en la materia.
Una norma que garantice estabilidad presupuestaria para el conjunto del sistema fiscal de la zona euro es necesaria. Pero no tiene mucho sentido seguir discutiendo sobre las bondades de la instituida en Amsterdam porque su fracaso es evidente. Ese pacto se limita a una policía de un déficit público nominal y, se quiera reconocer o no, ha fracasado ya desde el momento en que las dos grandes economías vinculadas por él han superado ampliamente el 3% de déficit público, siguen aplicando políticas fiscales que lo van a aumentar y el guardián del pacto no parece estar en condiciones de exigir su cumplimiento.
Alemania, ante la debilidad de su demanda interna y las dificultades de su sector exterior, ha optado por acelerar la rebaja de impuestos. Schröder estima que aportará más de un punto de crecimiento y que sólo el crecimiento del PIB puede evitar el del déficit público. En esto último tiene razón, pero de momento tiene que contar con casi 40.000 millones de euros de endeudamiento adicional para compensar los menores ingresos fiscales. ¿Esa mayor renta fiscal irá al consumo y relanzará la economía o se ahorrará para hacer frente a las condiciones más restrictivas en materia de salud, pensiones o desempleo producidas por las reformas del Gobierno socialdemócrata?
Para afrontar este tipo de interrogantes la palabra clave en Europa es coordinación. Un conjunto de economías muy interdependientes y dotadas de una misma y única moneda necesita una coordinación mayor de sus políticas presupuestarias y fiscales. Más que un ministro de Asuntos Exteriores, a Europa, o al menos a Eurolandia, le hace falta un ministro de Economía para coordinar las políticas presupuestarias entre sí y éstas con la política monetaria, la única que por el momento tiene un verdadero carácter federal.
Pero no tiene enfrente nada que se parezca a un Gobierno económico europeo, aparte de algunas reglas predeterminadas y rígidas. Por ello hace tiempo que Europa cojea. Desde la reunificación alemana, clamoroso ejemplo de falta de coordinación y de empecinamiento en mantener unas reglas, entonces los tipos de cambio del Sistema Monetario Europeo (SME), Europa ha pagado muy cara en términos de crecimiento y de empleo la falta de coordinación de sus políticas.
Y seguirá haciéndolo mientras no impulse de forma coordinada las políticas impositivas y las de inversión, especialmente en investigación e infraestructuras, la respuesta a su bache demográfico y la solidaridad con el Este concebida como un nuevo impulso al crecimiento.