Berlusconi, presidente de la Unión Europea
Luis Alcaide analiza la situación de la economía italiana ante la llegada a la presidencia europea de Silvio Berlusconi. Asegura que el líder italiano trabajará sólo por sus intereses personales y que pensar otra cosa sería hacerse ilusiones
El caballero Berlusconi, claro vencedor de las elecciones del 13 de mayo 2001, confirma su legitimación política en la Europa de Carlomagno. El hombre más rico de Italia, que ayer presentó el programa de la presidencia italiana de la UE ante el pleno del Parlamento Europeo, será por seis meses el presidente del Consejo de la Unión Europea.
Hijo de un empleado de banca y cantante en los cruceros de lujo que surcaban el Mediterráneo, Berlusconi ha demostrado más talento empresarial o ha tenido más suerte política que nuestros Ruiz Mateos o Mario Conde, pero Berlusconi no es un europeísta. Nada hay en su pasado o en su presente que avalen un sentimiento paneuropeo. La presidencia de la UE le va a permitir ganar tiempo y consolidarse como primer ministro de su país. Italia se caracteriza por su fortísimo sentimiento patriótico que ha facilitado vender la inmunidad a Berlusconi con el pretexto de evitar la vergüenza de que un presidente italiano de la UE interrumpiese sus tareas para sentarse en el banquillo de los acusados. Pero los cargos criminales están ahí, esperándole.
El candidato Berlusconi se dirigió por correo directo a millones de italianos con un proyecto de regeneración política y económica en el que se juramentaba, si sus compromisos no se cumplían, a renunciar a presentarse a un segundo mandato. Sucede ahora que la inmunidad recién votada por las Cámaras para el primer ministro tiene plazo fijo. Mientras la situación económica es mucho más precaria que la de aquella primavera del 2001 cuando se formalizaron las promesas. En el año 2000, y gracias al impulso fortísimo de las exportaciones, el PIB italiano había crecido un 3% y los economistas tanto de la UE como del mundo académico pronosticaban, sobre todo a partir de la explosión de la burbuja financiera en EE UU, que la 'hora de Europa había llegado' para tomar el relevo en la economía internacional.
Aznar pasó a la más entrañable amistad con Berlusconi tras la constitución de un bloque italiano en el Parlamento Europeo dos veces superior al español
La economía italiana ha comprobado en sus propias carnes como se desvanecían aquellas maravillosas expectativas. El PIB italiano en 2001 solo creció el 1,8% y descendió al 0,4% en 2002. El pasado mes de abril el Gobierno italiano anunciaba una drástica revisión de sus objetivos de crecimiento. El PIB no crecería al 2,3% previsto sino, a lo sumo, al 1,1%. Pero este porcentaje es hoy visto con desconfianza por los observadores. ¿Qué va a suceder con el déficit presupuestario? El 1,5% anunciado por el Gobierno Berlusconi corre el riesgo de tocar la raya prohibida del 3%.
Las brillantes promesas electorales se alejan: creación de 1,5 millones de puestos de trabajo durante la legislatura, garantía de una pensión mínima mensual de 400 euros o reducción en el impuesto sobre la renta con una exención total para aquellos cuyos ingresos fueses inferiores a 900 euros. La bomba del desarrollo se cebaría mediante un ambicioso programa de infraestructuras en autovías, ferrocarriles y telecomunicaciones.
En las conclusiones de la presidencia del último Consejo Europeo celebrado en Salónica se tomaba buena nota de la puesta en marcha de una 'iniciativa de la Comisión de apoyo al crecimiento y a la integración mediante el incremento de la inversión global y la participación del sector privado en las redes de transportes europeas y en grandes proyectos de inversión y desarrollo, invitando a la presidencia italiana a continuar esa labor'. Italia lleva casi 25 años sin construir nuevas autopistas. Tampoco existe ningún tren de alta velocidad.
Italia, como demuestra su historia económica reciente, no crece cuando no aumentan sus exportaciones. El dinámico nordeste italiano ha salido del estancamiento económico y político gracias a la habilidad y organización de sus medianas y pequeñas empresas, que han impuesto el made in Italy en los mercados.
Berlusconi va a luchar para que las redes europeas de transporte permitan el desarrollo de las infraestructuras italianas liberándola de una servidumbre que hoy obstaculizan el crecimiento de los intercambios. La Europa de Berlusconi intentará al máximo obtener ventajas propias con las que compensar las deficiencias y la debilidad interior. Pero la Europa del mercado único y también la de los grandes proyectos de telecomunicaciones globales es harina de otro costal.
Mientras se dirige al foro europeo para desarrollar esa red de infraestructuras, Berlusconi, a través de Mediaset, propietaria del Canal 5 e Italia 1, ha llegado a un buen entendimiento con Robert Murdock, propietario, a su vez, de Sky Italia, para renegociar un acuerdo con la UEFA sobre la retransmisión de la Liga de Campeones para los próximos tres años. La situación inicial de competencia entre Murdock y Berlusconi se ha transformado en complementariedad.
La presidencia italiana de Europa será fundamentalmente una presidencia de Berlusconi y para Berlusconi. Pensar en algo distinto es hacerse ilusiones. El idilio hispano-italiano no nos va a reportar muchos beneficios. Con el segundo triunfo electoral de Forza Italia y la constitución de un bloque italiano en el Parlamento Europeo dos veces superior al español, Aznar pasó de la desconfianza a la más entrañable amistad por el político advenedizo a quien había inicialmente desdeñado.
El único camino para configurar y liderar una mayoría parlamentaria neoconservadora frente a los socialdemócratas europeos pasaba por el contingente parlamentario italiano. Desde entonces se ha asistido a la presencia creciente de empresas italianas en concursos públicos españoles, en la confianza de que Italia se convierta, junto a los EE UU de los nuevos republicanos, en un valedor internacional de España para acceder al G-7 o a su versión ampliada G-8. Economía Exterior (www.politicaexterior.com) en su número de verano 2003, analiza la importancia de estos acontecimientos y cómo han modificado las relaciones bilaterales entre dos países cuyos políticos no hace nada se miraban con enorme desconfianza, a la vez que desgrana los éxitos y problemas de la economía italiana.
Las reformas estructurales son el único consuelo europeo. Italia, como España y la Inglaterra socialista, son los aliados de la Comisión de Bruselas en su intento de introducir reformas estructurales. Sin ellas Europa seguirá retrasándose frente a EE UU.
Reformas estructurales para flexibilizar el mercado de trabajo: más empleo y más movilidad laboral a costa de reducir la 'coartada de más protección ante el despido'; ampliación de la edad de jubilación. Reformas que facilitan la gestión de las empresas nacionales, pero reformas insuficientes si al mismo tiempo no se da paso a una libertad plena en la financiación de las empresas con la entrada de bancos foráneos o el libre establecimiento de competidores no nacionales en los monopolios locales de transportes, comunicaciones, generación y distribución de energía o construcción de viviendas y obras públicas.
Los sectores de cabecera continuarán manteniendo un componente nacional que encarece los precios, reduce el excedente del consumidor, condiciona la repartición de la renta y garantiza el poder político de quien los maneja.
Sin estas reformas estructurales el mercado único seguirá estando fragmentado y la llegada de Europa continuará retrasándose.