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Tribuna
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Las empresas españolas en Irak

En los últimos días la prensa se ha hecho eco de las posibles oportunidades de negocio para constructoras españolas en Irak. Mientras se adelantaban ya algunas estimaciones sobre el montante esperado de los contratos, la operación se presentaba como un caso ejemplar de coordinación entre el poder político y el mundo empresarial. No obstante, y más allá del claro beneficio para algunos, es preciso interrogarse acerca del impacto real de estas nuevas oportunidades sobre nuestra competitividad y presencia internacionales.

En los años noventa, España se convirtió en el primer inversor en América Latina, a la vez que esta región del planeta acaparaba el 40% a 60% de nuestros flujos de capitales hacia el exterior. Este fenómeno estuvo, y está, liderado por un puñado de grandes empresas de servicios, en ámbitos como la banca, la construcción, la energía o las telecomunicaciones.

Tras una década de intensos intercambios -y a la luz de las crisis sufridas por algunos países como Argentina o Venezuela-, el balance realizado arrojaba dos interrogantes básicos sobre el fenómeno.

Primero, esta intensidad inversora no se correspondía con nuestro patrón exportador, puesto que apenas un 7% de nuestras ventas al exterior se destinaban a esos países.

En segundo lugar, se apreciaba cierta dificultad en lograr que las ingentes inversiones de la gran empresa arrastraran a las pequeñas y medianas.

Al mismo tiempo, en otras zonas emergentes del planeta, como Asia, se ha venido destacando cómo precisamente la ausencia de estas grandes empresas ha dificultado la penetración de las pequeñas y medianas, lo cual contrasta con el escaso efecto arrastre observado en América Latina. El diagnóstico obtenido hasta el momento no permite, por tanto, explicar las paradojas de nuestro patrón de internacionalización. No obstante, una rápida ojeada a nuestros vecinos europeos nos permite extraer sólidas conclusiones.

Cuando, por ejemplo, la alemana Volkswagen decide invertir 1.500 millones de euros en una nueva planta en China, arrastra consigo un sinfín de proveedores de su país, desde Mahle, para los pistones, hasta Bosch, para las bujías, o Knecht, para los filtros. La capacidad de arrastre del sector automovilístico está fuera de toda duda, pero se manifiesta igualmente en el ámbito internacional, favoreciendo las exportaciones y las inversiones posteriores de múltiples proveedores.

Los servicios, en cambio, son por definición actividades cuyos aprovisionamientos se realizan localmente por obvios motivos económicos y por menos obvias razones políticas.

Así, por ejemplo, la construcción de una carretera en Irak difícilmente contará con cemento o acero español, de la misma forma que un banco en Argentina nunca comprará el material de oficina en España. Incluso, los procesos de negociación política para obtener las concesiones pueden llevar a otorgar privilegios a proveedores locales en detrimento de los españoles, como ocurre a menudo en el sector energético. Son pocas, por tanto, las posibilidades para las empresas españolas, al margen de algunos proveedores ilustres en ámbitos como los sistemas de control de tráfico, la gestión de aeropuertos o el control eléctrico.

Así, mientras la construcción goza de un célebre y contrastado efecto arrastre en nuestro mercado interior, apenas se muestra efectivo en el ámbito internacional, como motor de la internacionalización empresarial.

Ciertamente, los suculentos contratos en Irak son una buena noticia para unas constructoras cuyo principal mercado estaba ya demasiado pendiente del ambicioso Plan de Infraestructuras -sujeto a los ciclos políticos-, y de unos menguantes fondos estructurales comunitarios. Sin embargo, el efecto real de tantos millones de dólares sobre nuestra economía y tejido empresarial será más bien limitado.

Entretanto, nuestra industria seguirá a la cola europea en gasto en I+D y en competitividad internacional, cuando sus características la hacen especialmente adecuada para promover la internacionalización.

Sólo una decidida política de mejora en la competitividad industrial podrá devolvernos la tan anhelada proyección internacional, amén de hacernos menos dependientes de oportunidades ocasionales, surgidas, además, de tan polémicas acciones.

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