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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es peligroso jugar con China

No va a ser fácil mantener con Pekín confrontaciones en unos asuntos, acuerdos en otros, dependencia en muchos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al presidente de China, Xi Jinping.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al presidente de China, Xi Jinping.Huang Jingwen (Xinhua / AP)

Fue en 2019 cuando la Unión Europea definió a China como “socio, competidor y rival sistémico”. Empieza, entonces, a adoptar medidas restrictivas frente al comercio e inversiones chinas cuando, apenas quince años antes, la había situado como “socio estratégico”. En paralelo, EE UU impone aranceles a productos chinos país al que acusa de prácticas desleales de comercio, robo de la propiedad intelectual y transferencia forzada de tecnología americana a China. En la Estrategia de Seguridad Nacional de EE UU, se definió a China como “competidor estratégico” ya en 2017.

En este contexto, que algunos llaman Guerra Fría 2.0 si se incluyen las tensiones bélicas entorno a Taiwán o el desafío explícito planteado por las autoridades chinas contra la actual hegemonía americana y de los valores occidentales en el mundo, se ha producido la visita oficial a China del Presidente del Gobierno de España (precedida por la del Presidente de la Junta de Andalucía) que algunos mandatarios europeos han interpretado como una brecha en la estrategia conjunta de la UE frente a aquel país.

¿Qué ha pasado desde que en 2001 se aceptó la entrada de China en la OMC hasta ahora, que permita entender la confusa situación actual?

China es, sin duda, el país que más se ha beneficiado de los errores de tres décadas de globalización neoliberal. Empezando por la creencia, errónea, de que con el desarrollo económico vendría, de manera inevitable, la democratización de aquel país comunista. Durante este tiempo, ha pasado de ser fábrica (barata), permitiendo a las empresas occidentales, con su deslocalización, obtener grandes beneficios a pesar de bajar los precios finales, financiador de la deuda americana y mercado mundial, a ser competidor en sectores tecnológicos y estratégicos, gran exportador (EE UU y Alemania tienen, ahora, déficits comerciales con China), controla la mayoría de los metales fundamentales para la nueva economía y es una amenaza para el orden internacional actual con el que discrepa, sin haber asumido los valores democráticos occidentales.

Claramente, China ha sido el gran ganador de la globalización neoliberal, pasando a ser una verdadera amenaza para los países occidentales que hemos contraído con ella una elevada dependencia en sectores básicos para la transición ecológica y para la Inteligencia Artificial, los dos pilares que mueven hoy el mundo. En paralelo, el Parlamento Europeo critica, reiteradamente, la situación de los derechos humanos en aquel país, a la vez que advertía sobre la desinformación procedente de allí. Es decir, la confrontación no es solo económica, sino de valores y sistemas políticos donde las autoridades chinas critican la democracia occidental, defendiendo la superioridad de su modelo autocrático a favor del cual va girando una parte del mundo, dentro de su aspiración a ser autosuficiente en sectores claves y la potencia hegemónica en 2050 para construir un orden alternativo al actual.

Para Europa, pues, China es socio, en acciones globales como la lucha contra el cambio climático o en aquellos sectores en los que nuestro elevado nivel de dependencia hace inviable un desacople súbito y total (placas solares, microchips…). Competidor en sectores claves como el automóvil y rival sistémico en la medida en que confronten los valores de la democracia y la autocracia, sin ignorar el distinto posicionamiento que tenemos frente a Rusia por la guerra de Ucrania o respecto a EE UU frente al expansionismo chino en Asia.

De manera castiza, la actual relación de Europa con China se puede expresarse bien con aquel poema de Machado, ni contigo, ni sin ti, mis males tienen remedio. A lo que debemos unir las rivalidades entre Europa y EE.UU., siendo muy cuidadosos de no enredarnos con la estrategia usada por China de comprar voluntades con inversiones (utilizada en América Latina y África) junto al clásico divide y vencerás, que ya utilizó con la Nueva Ruta de la Seda que les hizo acceder al control de importantes puertos y empresas europeas en los años de gran crisis financiera y de deuda.

Un difícil equilibrio en el que Europa se juega el ser o no ser, caer en la irrelevancia o, lo que sería peor, situarnos bajo la órbita de potencias autocráticas que están alterando nuestro proceso democrático (desinformación), económico (dependencia excesiva) y apoyan a aquellos partidos populistas en auge que, desde dentro, defienden una Europa débil y unas naciones europeas más monolíticas y autoritarias.

La abierta confrontación tecnológica y comercial entre EE UU y China ha arrastrado a la UE en la nueva política de Autonomía Estratégica Abierta que ha desarrollado Draghi con su reciente informe y que se ha concretado, por ejemplo, en los aranceles puestos a los coches eléctricos chinos por las fuertes sospechas de estar subvencionados por el estado y que se elevaran a definitivos, o no, a finales de setiembre. China amenaza con imponer tasas a productos europeos como los derivados del cerdo, de los que España es principal exportador. En ese contexto, estando de acuerdo con lo declarado por el Presidente Sánchez de que una guerra comercial con China sería desaconsejable, también lo sería que España cambiara su voto por presión bilateral china, a cambio de que las autoridades de aquel país desplazaran sus represalias hacia productos de otros países europeos. Sería el éxito del divide y vencerás y abriría una grieta insalvable en la principal fortaleza que le queda hoy a la UE: su unidad.

Entramos en terreno desconocido. Porque no va a ser fácil mantener con China confrontaciones en unos asuntos, acuerdos en otros, dependencia en muchos, aunque intentando reducirla y estar abierto a negociar otros asuntos como las inversiones y el reequilibrio de la balanza comercial. Pero si se rompe la unidad de interlocución y de acción, Europa, como proyecto, saldrá perdiendo. Con unos EE UU. volcados en Asia y teniendo a un Putin expansionista, en nuestra frontera. Sin olvidar que, con China, discrepamos, también, en derechos humanos y democracia.

Como en tantos asuntos, se echa de menos una posición común de los partidos españoles en un asunto trascendental como este.

Jordi Sevilla es economista.


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