Draghi, el ser o no ser de Europa
El plan diseñado por el exjefe del BCE es lo mejor y más completo que se ha puesto sobre la mesa, porque solo hay una salida: hacer cosas disruptivas
Seguir aplazando las necesarias y conocidas decisiones estratégicas es suicida, cuando se necesitan reformas radicales para las que apenas si queda tiempo. Al menos, eso dice, con acierto, Mario Draghi en su reciente e imprescindible informe sobre el futuro de la competitividad europea: ninguno, salvo que adoptemos medidas rápidas y audaces. Un informe que desmonta las mentiras del discurso xenófobo y nacionalista de la extrema derecha europea: ni la inmigración es uno de nuestros principales problemas, ni la solución es más nación y menos UE, como quieren nuestros enemigos exteriores para debilitarnos.
Hace meses que venimos conociendo el diagnóstico: el centro de interés del mundo se ha desplazado a Asia, con China disputándole el liderazgo y el modelo a EE UU; la clave del poder económico y social se ha transferido a los microchips y la inteligencia artificial; conseguir eliminar la dependencia de las energías fósiles marcará una ventaja competitiva, a la vez que ayudará a reducir los impactos negativos del cambio climático, y lo militar vuelve a ser un vector de fuerza importante en el nuevo orden mundial. Y en todos estos puntos, Europa ni está, ni se le espera.
Pasar a ser un balneario histórico-cultural para la tercera edad, sometido a la hegemonía china o estadounidense y codiciado por los miles y miles de inmigrantes subsaharianos que el cambio climático, las guerras y el auge poblacional van a lanzar sobre nuestras costas, es la opción más probable, si nos liamos con nuestros pequeños desacuerdos identitarios y no hacemos nada para evitarlo.
Pero hay otra alternativa: salir de lo conocido y reaccionar. Y en ese camino, el plan estratégico diseñado por Draghi es lo mejor y más completo que se ha puesto sobre la mesa, porque solo hay una salida: hacer cosas disruptivas, aquello que, hasta ahora, Europa no había sentido la necesidad de hacer, salvo excepciones como el euro, en su proceso de integración y desarrollo. Algunos pasos en esa dirección se han dado tras la pandemia: empezando por la compra conjunta de vacunas, los Next Generation y su financiación mancomunada, la autonomía estratégica o los primeros pasos hacia una política europea de defensa después de la invasión de Ucrania.
Pero lo que hace falta es un salto cuántico en varias direcciones: reforzar la unidad en política exterior de la UE. Mostrarse como un bloque unido en las negociaciones con China, por ejemplo, es básico para evitar la estrategia china de divide y vencerás. El mandato de Borrell ha sido muy importante en esa dirección, pero todavía falta mucho camino por recorrer. Intensificar el mercado interior, eliminando barreras, es otra clave, porque nuestra capacidad de compra unidos es una de las principales fortalezas de la UE, sobre todo, frente a potencias, como China, que necesitan mercados exteriores para sus productos.
Desarrollar una industria europea común y única en sectores estratégicos como defensa, microchips, tierras raras o placas solares es fundamental para recuperar el terreno perdido internacionalmente en los sectores claves que están marcando el futuro mundial. Ello requerirá potenciar nuestro mercado de capitales (informe Letta) y crear un Tesoro común y un mercado mancomunado de deuda pública europea. Por último, es imprescindible el apoyo estatal a todas estas iniciativas, lo que, de entrada, significa aligerar la actual regulación de ayudas de Estado y de defensa de la competencia para permitir fusiones que den lugar a gigantes europeos en telecomunicaciones, banca, etc. Nada de esto será posible sin un nuevo salto en la integración institucional, superando alguna de las actuales limitaciones que hacen demasiado lento el proceso de toma de decisiones en la UE.
Draghi parte de una realidad obvia, aunque no totalmente reconocida y asumida: el viejo paradigma europeo se está derrumbando a gran velocidad. Ello plantea un reto existencial a la Unión Europea que no puede abordarse con los esquemas del pasado porque hacen falta cambios radicales en las siguientes políticas: impulso a la innovación y su traslado a la empresa, especialmente en tecnologías avanzadas donde estamos a la cola de USA y China; vincular la descarbonización a la mejora de la competitividad, rebajando costes de energía e incrementar la seguridad reduciendo la actual dependencia excesiva de proveedores ajenos en materias estratégicas, incluyendo defensa.
Ello exige un papel activo del sector público, definir una política industrial que combine muchos elementos, una financiación masiva a escala europea que debe obtenerse de manera conjunta mediante deuda, avances en la integración y reducción de obstáculos normativos al crecimiento de las empresas. Ninguno de estos desafíos se puede abordar a escala nacional y, por eso, hace falta un salto en el proceso de integración de la UE.
Las tensiones en el comercio mundial, que certifican una era de desglobalización, se van incrementando a un ritmo preocupante: según el Global Trade Alert, desde 2008 se han producido 58.000 intervenciones gubernamentales distorsionadoras del comercio mundial, y solo la UE tiene activas 6.000 subvenciones perjudiciales para el libre comercio, más que China y USA. Esto obliga a la UE a estar preparada para el resultado de las elecciones americanas, que afectará a esta realidad. La gestión de las relaciones con China es otro asunto delicado que exige, de nuevo, unidad de criterio y de interlocución para evitar una especie de sálvese quien pueda, cada nación por su cuenta. China es, por una parte, adversario estratégico, pero, por otra, no podemos cortar de manera brusca nuestra dependencia en asuntos claves para nuestra competitividad y transformación económica.
Todo un nuevo puzle en el orden mundial que requiere otra hoja de ruta y más empuje por parte de la UE, si quiere seguir contando en el panorama global. Por cierto, Draghi apuesta por prorrogar la vida útil de las centrales nucleares en Europa y por construir más reactores de nueva generación. El Gobierno español haría bien en revisar su intención de poner fin a la energía nuclear en nuestro país, decisión que ha quedado desfasada.
Jordi Sevilla es economista