Las dos caras de la economía española
En la España de la creación de empleo y la exitosa reforma del mercado de trabajo, la precariedad laboral no ha bajado, sino que está adoptando nuevas formas
Para que no falte de nada, en los últimos días hemos conocido varios datos con tantos relatos sobre el desempeño actual de nuestra economía —eso de lo que ya no habla Feijóo— como para contentar a todo el mundo. Es lo que tiene la complejidad posmoderna —eso que no entra en un tuit—: su carácter cuántico, donde todo es, a la vez, un poco blanco y un poco negro. Por eso las soluciones simplistas-propagandísticas pueden recolectar votos del hartazgo, pero no sirven para entender la situación, ni para resolver los problemas.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre el primer trimestre confirman que la economía avanza, con un crecimiento interanual del 2,5%, mejor de lo previsto y mejor que nuestros socios europeos, aun dentro de la desaceleración anunciada. A lomos del turismo, con la inversión dando indicios de recuperarse, como la renta de las familias al subir estas, a la vez, el consumo y la tasa de ahorro por sexto trimestre consecutivo y solo una señal de alarma en el frenazo de las exportaciones. En palabras de la Comisión en su reciente informe sobre España, nuestra economía “mantiene su resiliencia pese a las adversidades externas”. En el último año, hemos creado más de 600.000 empleos, pese a un primer trimestre flojo en la materia y la inflación se mantiene alineada en su diferencial positivo con Europa. Por todo ello, resalta la Comisión, mejora la prima de riesgo de nuestro endeudamiento exterior. Como dijo aquel, la economía parece marchar “como un cohete”.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Y es la Comisión Europea la que, en el mismo informe, apunta deficiencias y retos pendientes: sostenibilidad de las cuentas públicas, gestión del agua, retraso en productividad, así como desigualdad de rentas y pobreza. En concreto, señala que la brecha entre Comunidades Autónomas está aumentando con, además, un número creciente de las mismas, alejándose de la media europea en renta per cápita. Se interrumpe así, un lento proceso de convergencia interna territorial iniciado en los ochenta, que se vio afectado por la crisis inmobiliaria de 2008 y amenaza revertir ahora ante las nuevas economías de aglomeración impulsadas por la revolución tecnológica buscando sinergias y conocimientos en las grandes ciudades. Este hecho no puede obviarse en el debate sobre financiación autonómica, ameritando una política regional y de cohesión, de nuevo cuño.
Sobre pobreza, el informe de Cáritas sobre 2023, presentado estos días, ofrece datos muy preocupantes sobre el carácter crónico de nuestra elevada tasa de pobreza. Uno más y una vez más, señalando que un 26% de la ciudadanía se encuentra en situación de exclusión social. Pero aporta otros elementos muy interesantes para entender la pobreza existente hoy –esa que algunos se resisten a ver- y combatirla de manera eficaz, aunque solo sea, como dice Cáritas, por razones de “justicia social y de igualdad en el acceso a derechos” esos pegamentos sociales fundamentales que los liberales de traca y opereta combaten más que al diablo. En concreto, señalo tres: que la mitad de las personas que piden ayuda, tienen un trabajo; el efecto dañino sobre la pobreza del aumento del precio de la vivienda y de los alquileres; por último, un tercio de las personas atendidas estaban en situación irregular (es decir, excluidos de cualquier ayuda pública), a menudo, porque la burocracia y las complejas normas administrativas se han transformado en una barrera infranqueable para ellas.
Retomo eso de trabajadores pobres o la pobreza laboral que, no siendo una novedad, llama la atención porque en la España de la creación de empleo y la exitosa reforma del mercado de trabajo, la precariedad laboral no ha bajado, sino que está adoptando nuevas formas —tiempo parcial involuntario, horas extras no pagadas, bajos salarios— que conducen a una situación en la que tener un empleo, antaño camino de salida de la pobreza, no conlleva unos ingresos que permitan llevar una vida digna todos los días del mes. Sobre todo, en los hogares unifamiliares con hijos a cargo que, además, durante las vacaciones escolares se ven privados de la beca comedor del colegio y la garantía de una comida razonable al día, como mínimo. Quizá, atender este problema real sea más urgente que abordar otro de laboratorio, como la duración teórica de la jornada laboral.
Porque demasiada gente se está quedando atrás. La capacidad de compra de las familias regresa a la situación de antes de la crisis financiera, abocándonos a casi una década perdida en este sentido. Y la brecha social consolidada se transforma en una brecha de oportunidades, incrementando la probabilidad de que el hijo del pobre siga siendo pobre, algo que debería central toda la actuación de un gobierno progresista si quiere quitar argumentos a la extrema derecha y antisistema. Porque nada alimenta más al populismo que un Gobierno que promete una cosa y hace la contraria y una oposición que caldea el ambiente desde el catastrofismo como método, sin ofrecer alternativas creíbles. Con esa actitud, ambos promueven el enfado ciudadano, llevándolo a un callejón sin más salida que agarrarse al pasado como nostalgia o a la provocación disparatada.
La superficie aparente de nuestra economía presenta números positivos suficientes como para explicar la satisfacción de algunos. Pero debajo, en la estructura, se esconden suficientes problemas y del suficiente calado como para no dejar contento a nadie responsable. Es cierto que, la mayoría, no vienen de ahora. Pero eso no es excusa para no exigir que ahora es cuando deben abordarse e intentar resolverlos a partir de amplios acuerdos transversales. Porque todavía no estamos viviendo, en serio, el terremoto que empieza a generar la aplicación de la Inteligencia artificial a todos los ámbitos de la economía y de la sociedad, planteando desafíos nuevos y radicales para los que no tenemos respuesta en el manual. ¿Qué haremos entonces? ¿Alentar a gritos la libertad del zorro en el gallinero?
Jordi Sevilla es economista
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