El síndrome de Casandra y los límites de la Tierra
Es necesario un profundo cambio para adoptar medidas que reduzcan la producción de bienes y servicios que no son básicos y necesarios
El síndrome de Casandra tiene su origen en la mitología griega y se refiere a profecías que predicen lo que va a pasar en el futuro, generalmente negativas, pero que como nadie cree, no se puede hacer nada para evitarlas. En 2009, Katherine Richardson, con el Stockholm Resilence Center, elaboró una metodología para dar seguimiento a la evolución de la salud de nuestro planeta mediante la identificación de nueve límites de la Tierra que mantener bajo control. En la actualidad, esta propuesta se ha convertido en una referencia para organismos como la ONU, el IPCC o el foro de Davos.
Los nueve elementos de análisis identificados son: el cambio climático; la acidificación de los océanos; el agujero de la capa de ozono, (que desde la aprobación del protocolo de Montreal en 1989 y la prohibición de los CFC, hemos conseguido que recuperase su grosor); los flujos bioquímicos a partir de la concentración de nitrógeno y fósforo; los usos del agua; la desforestación y los cambios de usos del suelo; la pérdida de la biodiversidad; los aerosoles y las partículas en la atmósfera y, por último, los denominados nuevos elementos como la radiación y los microplásticos.
La evolución de los distintos parámetros demuestra que en 2023 ya hemos sobrepasado seis de estos límites como consecuencia de la actuación humana, señal de que los esfuerzos y los compromisos adquiridos por los distintos países han sido claramente insuficientes, sobre todo porque cuando se inició el seguimiento en 2009 solamente superábamos dos de ellos. Los tres elementos que todavía están dentro de los límites son la acidificación de los océanos, la capa de ozono y los aerosoles, aunque respecto a este último no hay consenso sobre la forma de medirlo y cuáles deben ser las referencias.
Esta situación no debería extrañarnos si atendemos a la evolución de la población y a la exigencia creciente de la explotación y el uso de recursos naturales. Solo dos apuntes a modo de ejemplo: la demanda de energía primaria en 20 años, del 2000 al 2020, se ha incrementado en 2.100 kWh por persona y año, para una población que ha crecido en 1.700 millones de habitantes y la apuesta por las renovables escasamente puede cubrir la nueva demanda provocada por este crecimiento, manteniendo la hegemonía de los combustibles fósiles, que son el primer foco de emisiones. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) considera en sus proyecciones que en 2028 alcanzaremos los 105,7 millones de barriles de petróleo al día, cuando en 2022 estábamos en 99,8 millones de barriles. No podemos mantener que países como Canadá, Estados Unidos, la Unión Europea o China consuman 5, 3,5, 1,8 o 1,4 veces más energía por persona que la media mundial, mientras India, como país más poblado con 1.425 millones de habitantes, no llega al 30% del consumo medio per cápita. Si nos fijamos en la huella material, el umbral de sostenibilidad estaría en un consumo en torno a las 8 toneladas por persona y año, cuando la media mundial está en 13,3 toneladas y países como Estados Unidos, China o Reino Unido consumen 29, 24 y 18 toneladas respectivamente (UN International Resources Panel).
Podríamos seguir poniendo ejemplos que reflejan que, año a año, variable a variable, continuamos en una senda insostenible en el tiempo, pero sobre la que no actuamos con suficiente determinación. Las proclamas respecto a que la tecnología nos salvará o a que la Tierra como ser vivo se adaptará a nuestra barbarie se corresponden más con no asumir que somos la última generación que podemos revertir el problema, un problema que no se puede resolver manteniendo la idea de que el crecimiento es la principal señal de salud de la economía.
Perpetuar el ideario capitalista del crecimiento para todos los bienes y servicios desbocará el proceso, aunque, tengamos a nuestro favor, con las limitaciones del escaso ritmo de la transición, las renovables, la disponibilidad de materiales, la eficiencia energética, la economía circular, los compromisos de la responsabilidad social corporativa de las empresas, las propuestas de gobernanza y transparencia, los fondos de ayuda para la mitigación y la adaptación de los países menos desarrollados… Es necesario un profundo cambio para adoptar medidas que reduzcan la producción de bienes y servicios que no son básicos y necesarios. Las normas de consumo en países de nuestro entorno obedecen más a criterios hedónicos que a los de cubertura de necesidades reales y las campañas de publicidad no ayudan porque están diseñadas con el objetivo de generar y aumentar el deseo de consumir y no para cubrir una necesidad esencial.
Nuestro modelo económico neoliberal se ha consolidado como un modelo de huida hacia adelante y la recuperación de elementos como la defensa de lo común y el papel del estado son fundamentales si queremos que el bienestar no se evalúe solo en función de la rentabilidad financiera, es decir, en función de algo que no respira como es el dinero. Tenemos que poder cubrir nuestras necesidades teniendo claro que no tenemos un planeta B, ni tiempo, ni esperanza, para encontrar nuevos desarrollos tecnológicos.
Necesitamos profundizar en lo que ahora se conoce como keynesianismo medioambiental, pero dándole mucha más profundidad y ambición al papel de lo público y a la creación de políticas sociales, económicas y fiscales que permitan que la riqueza disponible llegue a toda la humanidad bajo criterios de universalidad, equidad y justicia. Alguien podrá pensar que esto es una expresión de buenismo, pero se equivoca, es tremendamente egoísta si nos atenemos al análisis de la superación de los límites de la Tierra.
Sobrevivir en este planeta requiere solidaridad y responsabilidad de comportamiento y, por lo tanto, luchar contra la desigualdad existente para que quien necesite desarrollarse y crecer lo haga bajo normas que no esquilmen los recursos y que quien no lo necesite ceje en su ambición. No es asumible que nuestra satisfacción futura pase por conformarnos, como le pasaba a Casandra, con el “ya os lo decía yo que iba a pasar”.
Fernando Ferrando es presidente Fundación Renovables
Sigue toda la información de Cinco Días en Facebook, X y Linkedin, o en nuestra newsletter Agenda de Cinco Días