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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los mercados como garantes de las urnas

La crisis de deuda de 2010-2012 ha dejado un recuerdo equivocado sobre la relación entre mercado y democracia. La realidad es que sin uno no se sostiene la otra

Juan Ignacio Crespo
la bolsa en directo
Altea Tejido (EFE)

Hace pocos días, una amiga me pedía opinión sobre una viñeta del gran Forges publicada en El País hace años. En ella se veía a un señor malencarado diciéndole a una matrona que representaba a la Constitución vigente (espero que por mucho tiempo, a pesar de lo baqueteada que está siendo desde hace diez años y, especialmente, en estos últimos meses) portando una urna con votos: “Soy el mercado y aquí mando yo ¡Fuera de aquí!”.

Mi respuesta (enviada por WhatsApp, de la misma manera que por WhatsApp había sido enviada la pregunta) fue más bien lacónica, al estilo de esta nueva forma en que se ha recuperado la antigua tradición perdida de comunicarse por carta, siquiera sea de forma telegráfica: “me parece una falsa dicotomía. Mercados los hay en todas partes. Y donde más libres son es donde “normalmente” más prosperidad hay. Y donde hay prosperidad hay democracias avanzadas. Y urnas.” Añadiendo después: “Por otra parte, mercados y urnas están ahora aquí muy bien avenidos: la prima de riesgo española está en 93 puntos básicos”. A fecha de hoy esa prima ha empeorado ligeramente y está en 100.

Naturalmente, cuando se habla de la prima de riesgo, todos pensamos en aquellos difíciles días de los años 2010 a 2012 en que la deuda pública española y la de otros países de la eurozona parecían condenadas a pagar perpetuamente tipos de interés elevadísimos y que difícilmente podrían atender los correspondientes estados. Como condición para que el Banco Central Europeo interviniera proporcionando liquidez a los bancos y apoyando la deuda de esos países, Mario Draghi habló de algo olvidado: “el compacto fiscal”, que venía a ser un propósito de la enmienda por parte de Gobiernos, que emprenderían el camino de la probidad presupuestaria.

Los propósitos de la enmienda se han ido cumpliendo malamente y, para colmo de males, la pandemia obligó a un necesario gasto público extra que se ha eternizado como gasto público elevado cuando ya dejó de ser necesario, porque la emergencia pandémica había concluido.

Aquellos años 2010-2012 han dejado ese recuerdo indeleble y equivocado que dice que los mercados se oponen a las urnas, cuando justamente sucede lo contrario: la mejor garantía de que se pongan las urnas es la existencia de los mercados.

A veces esa dicotomía inexistente entre mercados y urnas se expresa como la oposición entre la “economía real” y la “economía financiera”, con esa habilidad tan francesa de expresar literariamente bien lo que conceptualmente está mal. Porque, guste o no guste, no hay economía real digna de tal nombre (es decir, que no sea una economía de subsistencia) si no hay economía financiera.

Quien tenga dudas sobre la validez de esta afirmación no tiene más que echar un vistazo a la ruta que ha seguido la economía local (y la mundial cuando empezó a tener sentido hablar de ella) desde los tiempos del Código de Hammurabi (año 1750 a. C.). Cualquier posibilidad de expandir un negocio pasa inevitablemente por la necesidad de obtener financiación. Lo sabían los mercaderes de la mercantil Venecia y lo sabían también los del Cádiz de hace siglos, a los que su angustia por ver venir de regreso a los barcos (financiados por ellos u otros) repletos de mercancías hizo que se levantaran torres desde donde poder divisarlos antes: era la diferencia entre la prosperidad y la ruina.

Lo sabe todo el mundo cuando del ámbito de sus finanzas personales se trata: salvo las excepciones hereditarias, no hay economía doméstica que pueda dar el salto a la obtención de una vivienda si no hay crédito hipotecario.

La prosperidad mundial de los últimos 52 años, y especialmente de los últimos 30, se ha construido sobre la base de una enorme expansión de la denostada “economía financiera”. Cuando se habla de los enormes volúmenes de deuda pública y privada que se han acumulado recientemente y de los peligros que eso representa (porque hay que dejar claro que es verdad que existen) se suele olvidar que esa masa de deuda, junto con la globalización, ha permitido mantener el nivel de vida en Occidente y sacar de la pobreza a 1.000 millones de personas en los países que antes estaban sumidos en ella. Y aliviarla en los demás.

En España hemos experimentado ese proceso en el que mercados y urnas han ido de la mano. En el que economía real y economía financiera han ido marcando el paso a la vez, lo que casi parece arte de birlibirloque, a pesar de los excesos, efectos secundarios y contraindicaciones que lleva aparejada toda actividad humana.

Que el funcionamiento más o menos libre de los mercados (desde los mercados de abastos a los financieros) es la condición necesaria de la prosperidad lo reconoce todo el mundo, incluso, de vez en cuando, en los países que han tenido o tienen regímenes comunistas. No tuvo más remedio que admitirlo Lenin con su Nueva Política Económica (NEP); lo reconoce Cuba, y lo ha reconocido China tras decidir salir de la pobreza y la debilidad política y militar en el momento en que decidió poner en marcha su plan “un país, dos sistemas”, algo que le ha permitido conseguir lo que parecía impensable: disputar el liderazgo mundial a EE UU.

Hasta China, sin embargo, no han llegado las urnas. Pero parece evidente que ahora están más cercanas de lo que estaban hace 50 años.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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