Cómo pueden las sociedades ricas vivir bien con un crecimiento lento
Deben dejar su mentalidad adquisitiva y valorar más la solidaridad, la ecología y la búsqueda de propósito
La Navidad es tradicionalmente un periodo de consumo y reflexión espiritual. Eso hace que estas fiestas sean un buen momento para plantear una de las principales cuestiones políticas y económicas a las que se enfrentan los países ricos: si sus ciudadanos pueden seguir viviendo bien en una época de menor crecimiento.
Esto depende en parte de las decisiones económicas y políticas sobre cómo asignar los recursos. Pero si los países ricos siguen con una mentalidad adquisitiva e individualista, habrá mucha infelicidad y conflictos. Si adoptan un futuro con más propósito, y más solidario y ecológico, los ciudadanos podrán prosperar.
Antiguos filósofos griegos como Aristóteles sabían que los bienes materiales son necesarios pero no suficientes para vivir bien. Las personas también tienen necesidades sociales, intelectuales e incluso espirituales.
Los estudios modernos, como el Informe sobre la felicidad en el mundo, lo corroboran. Los ingresos son uno de los factores que explican el grado de satisfacción de la gente con su vida. Pero también son vitales el apoyo social, una esperanza de vida próspera y la libertad para tomar sus propias decisiones. Pese a ello, la cultura moderna da prioridad al crecimiento económico.
El progreso económico puede ser una poderosa fuerza de cambio social. En las últimas décadas, el rápido aumento del PIB ha contribuido a sacar a miles de millones de personas de la pobreza. La gente que carece de bienes materiales básicos pueden tener vidas miserables. Por ello, los países pobres necesitan seguir creciendo.
Mientras, los pobres de los países ricos necesitan más ingresos. Si el crecimiento es lento, habrá que darles una parte mayor del pastel económico. Incluso una vez cubiertas las necesidades básicas, unos ingresos adicionales pueden aumentar la felicidad de las personas.
Pero la estricta búsqueda del dinero también puede ser contraproducente: disuade a las personas de dedicar tiempo a otras cosas que les importan, contribuye al cambio climático y debilita el tejido social.
En cualquier caso, las economías avanzadas no han crecido mucho desde la crisis financiera mundial de 2008, y las perspectivas para el futuro son sombrías. Si las sociedades ricas se aferran a una mentalidad hipermaterialista, están abocadas a un choque entre lo que desean y lo que pueden conseguir.
La era del crecimiento lento
En los 15 años transcurridos desde la crisis financiera, las economías avanzadas han crecido una media del 1,6%, frente al 2,8% de los 15 años anteriores. El FMI prevé un crecimiento medio del 1,7% para los próximos cinco años.
Es de esperar que la economía no se enfrente a otra crisis financiera global, una nueva pandemia u otra guerra con un impacto humano y económico equivalente a la invasión de Ucrania. Pero se enfrentará a múltiples vientos en contra conocidos, incluso sin tener en cuenta las sorpresas.
Para empezar, están los lastres de las crisis recientes. El gasto relacionado con los rescates ha llevado la deuda pública bruta de las economías avanzadas al 112% del PIB desde el 71% de 2007. Los tipos de interés, artificialmente bajos durante una década y media, están ahora más cerca de sus niveles históricos. Por tanto, no habrá una política fiscal y monetaria laxa que impulse la economía en los próximos años.
Las democracias ricas también están aumentando el gasto en defensa en respuesta a la invasión rusa y al ruido de sables de China en Asia Oriental. Comprar tanques, misiles y cazas contribuye a la producción económica. Pero también desvía recursos de otras áreas y contribuye menos a aumentar los ingresos futuros que otras formas de inversión más productivas.
Además, hay megatendencias que pesarán sobre la vitalidad económica. La OCDE prevé que la proporción de personas de más de 65 años respecto a las que están en edad de trabajar en el club de los países ricos se disparará hasta el 53% en 2050, frente al 33% de este año. Las personas mayores tienen menos probabilidades de trabajar y más de necesitar más cuidados.
Mientras, el mundo está haciendo muy poco para combatir el calentamiento global. Esto significa que los países tendrán que gastar grandes cantidades en el futuro para adaptarse a un mundo más cálido y reparar los daños del cambio climático. Incluso si invierten mucho en la transición a tecnologías más ecológicas, tendrán menos para gastar en otras cosas.
Por supuesto, un crecimiento más lento no es inevitable. La gran esperanza es que la inteligencia artificial aumente la productividad en toda la economía y libere a las personas del trabajo repetitivo. El problema es que, en el proceso, podría destruir muchos puestos de trabajo existentes, alimentando la ansiedad de la gente que se aferra a sus medios de vida actuales o le cuesta encontrar otros nuevos.
Revolución cultural
Las economías avanzadas tienen otra opción, empero. Una opción es redoblar el materialismo. Si la gente no consigue lo que desea, la frustración podría ir en aumento. Tanto la política nacional como la internacional podrían volverse cada vez más malhumoradas a medida que la gente y los países se peleen por un pastel que no crece tan rápido.
La otra opción es adoptar un enfoque más holístico del bienestar, que dé más peso a las necesidades sociales, intelectuales y espirituales de las personas. Se dedicarían más esfuerzos a construir comunidades y proteger el planeta.
Por supuesto, las demandas materiales no desaparecerían. Seguiría habiendo conflictos sobre quién se lleva qué parte del pastel económico. Muchas personas mayores y ricas no verían con buenos ojos que su riqueza se transfiriera a otras más jóvenes y pobres.
Pero estos conflictos serían menos agudos si la mentalidad cultural diera prioridad a la solidaridad social. Al fin y al cabo, muchas personas creen que su vida merece más la pena si contribuyen a la sociedad. Es más, los Gobiernos podrían animar a los ciudadanos ricos a transferir riqueza mediante incentivos fiscales, no solo impuestos.
Aunque las personas mayores sean reacias a cambiar sus valores, aún puede haber un cambio cultural si las generaciones más jóvenes adoptan ideas diferentes. Ya lo están haciendo, especialmente la llamada Generación Z, nacida entre 1996 y 2010.
Los miembros de la Generación Z son en general idealistas, según un estudio de McKinsey. Creen que deben aportar su granito de arena para detener el cambio climático, quieren una mayor equidad en la sociedad y exigen que sus trabajos tengan más propósito.
En EE UU, los miembros de la Generación Z también son más propensos a sufrir enfermedades mentales que otros grupos de edad, mientras sus homólogos europeos luchan contra el autoestigma. Las crisis financieras, la ansiedad climática, el Covid y el malestar mundial han alimentado el pesimismo.
Aunque esto es preocupante, también sugiere que una sociedad que valorara una economía más ecológica, la solidaridad social y un trabajo con significado haría que los jóvenes –y algunos mayores– se sintieran más realizados. De este modo, la vida podría florecer en una era de crecimiento lento.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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