La innovación en movilidad necesita más marcha
España es líder mundial en alta velocidad, pero el 95% de las mercancías, por ejemplo, se siguen transportando por carretera
En la era de lo instantáneo, cuando los avances tecnológicos se suceden de manera exponencial, los discursos políticos triunfalistas suelen reflejar percepciones distorsionadas respecto a los tiempos realistas de los procesos innovadores. De ahí que debamos plantearnos si de verdad los avances en determinadas industrias de interés común se están produciendo al ritmo que deberían.
La velocidad en la innovación en la empresa privada conlleva dos aspectos: la velocidad con la que se crean nuevos productos o servicios y la rapidez con la que estos se lanzan al mercado. Esta misma lógica, sin la componente utilitarista de la innovación como ventaja competitiva, es aplicable al sector público, y es un hecho contrastado que los países más punteros son aquellos en los que la innovación pública da resultados. No obstante, este tema tiende a ser simplificado con la inversión en I+D, tanto pública como privada.
El gasto en I+D interna en España en 2022 supuso el 1,44% del PIB, 19.325 millones de euros, y aunque después de la pandemia esta inversión se ve distorsionada por la política de fondos de recuperación llevada a cabo desde Bruselas, el sector público español acumula en materia de I+D el 0,25% del PIB, y los tres sectores privados más innovadores son: vehículos de motor, aeronáutica y espacial, y energía.
España como país inversor en I+D se sitúa proporcionalmente un poco mejor que la media europea, pero muy lejos de Alemania con el 3,1% de su PIB (127.372 millones de euros), Francia o líderes mundiales como China y Estados Unidos. De este modo, la primera parte de la ecuación, la de crear productos o servicios disruptivos, está cubierta. ¿Será entonces lo que falla es el paso de lanzarlos al mercado, o es que se destina a ciertos sectores que son menos catalizadores de innovaciones?
Pero más allá de esta visión de la inversión generalista, la cuestión principal es la velocidad de innovación en sectores tractores o catalizadores para otras industrias, como es el caso de la movilidad en cuanto que motor de desarrollo industrial. Si miramos a Alemania y sus industrias innovadoras, vemos su apuesta inversora de I+D en maquinaria, ingeniería y movilidad. De hecho, entre las 20 empresas más innovadoras a nivel mundial están Volkswagen y Siemens. En España, la innovación en la industria del automóvil acapara gran parte de la inversión en I+D, pero existen deficiencias en otros actores de la movilidad y en la transferencia de conocimiento entre el sector público y el privado.
Estas deficiencias, unidas a las noticias sectoriales poco halagüeñas sobre la ralentización de la demanda de coches eléctricos, la suspensión de la licencia de Cruise en California para sus pruebas con coches autónomos, o la falta de digitalización del transporte público, evidencian la necesidad urgente de contar institucionalmente con una dirección estratégica que permita al país posicionarse mejor en su área de influencia: sur de Europa y puente con Latinoamérica. Cada vez más, la movilidad se perfila como motor de innovación y desarrollo industrial a nivel global, y España, que cuenta con know how de vanguardia al respecto, tiene la oportunidad de pilotar ese tren.
Es cierto que la innovación en movilidad es lenta debido a una multiplicidad de factores y no solo a la ausencia de inversión en I+D. La falta de coordinación de los actores de la industria, la excesiva atomización, la falta de claridad de los objetivos perseguidos de inversión pública y una excesiva politización de la movilidad, quiebran el ritmo de avance deseable. Debido a las ineficiencias que presenta el modelo actual, la tendencia mundial es la apuesta por la sostenibilidad, con una movilidad multimodal conectada, digital y sostenible, lo cual exige invertir en las herramientas más idóneas para competir en el futuro.
España ha orientado su estrategia a la electrificación de los vehículos, dotando de grandes sumas de inversión a la electrificación de flota de transporte público y en ayudas a la adquisición de coches eléctricos o híbridos con el Plan Moves III. Pero si comparamos este objetivo con el de otros países líderes, vemos que no es suficiente. Es necesario meter una marcha más en la innovación en movilidad, pues resulta difícil asumir, por ejemplo, que siendo líderes mundiales en alta velocidad, el 95% de las mercancías se sigan transportando por carretera.
Otra industria capital en la que la movilidad tiene mucho que decir es el turismo, en la que España ostenta el segundo puesto mundial como destino. Sin embargo, sigue siendo necesario una tarjeta física para acceder a más de la mitad de los transportes públicos de las principales ciudades españolas, lo cual pone en evidencia la diacronía entre los tiempos reales de la innovación y los tiempos políticos.
Además de imbricar con eficiencia el papel de los diferentes actores que tienen voz y voto en la industria de la movilidad, una apuesta clara como país por la digitalización completa de los servicios de movilidad ayudaría a crear estándares de interoperabilidad para facilitar nuevos modelos de negocio. Para ello, es clave exigir más control en la inversión pública en innovación, así como legislar para flexibilizar o eliminar las trabas administrativas que permitan impulsar colaboraciones público-privadas. De este modo, además de conseguir nuevos productos y servicios, su salida al mercado se haría en condiciones más ventajosas. De otro modo, España estaría abocada a seguir siendo solo el segundo destino turístico mundial.
Guillermo Campoamor es CEO de Meep
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