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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inflación: hacia un punto de ruptura

La economía española necesita diversificar su producción, aprovechando los nuevos flujos del comercio y los fondos de la UE

Inflacion España
Tienda de la estación de Atocha, en Madrid.Javier Lizón (EFE)

En una economía de mercado, los precios de los bienes están sujetos a cambios. Algunos aumentan y otros disminuyen en ese libre juego llamado ley de la oferta y la demanda. Siendo partícipes de ese tablero económico, no hace falta que nadie nos descubra cómo afecta la inflación a nuestro bolsillo. Por cada euro que destinamos a comprar en el supermercado hoy, adquirimos menos bienes que ayer, produciéndose una pérdida de nuestro poder adquisitivo y un empobrecimiento sucesivo que afecta a los diferentes grupos de población.

En el caso concreto de España con respecto al resto de países europeos, la inflación se ha ido moderando gracias al abaratamiento de la energía y, en menor medida, por la ralentización de los precios de los alimentos. El efecto escalón derivado de la guerra en Ucrania ha jugado un papel relevante en esa minoración, pero la moderación de los precios no ha sido nada homogénea, ni en cuanto al ritmo de ajuste ni en cuanto a la velocidad a la que sigue encareciéndose la cesta de la compra.

Según el último dato publicado por el INE en agosto, el IPC subyacente se ha mantenido apenas sin variación, situándose en el 6,1%. Esta construcción estadística que mide la evolución de los precios excluyendo los productos más volátiles, como son los combustibles, las frutas y la luz, no solo nos permite conocer con exactitud lo que aumenta el coste de la vida para los ciudadanos. También nos dice hasta qué punto se puede enquistar un proceso inflacionista. Si se queda en unas tasas relativamente altas, siendo superiores al 4% o al 5%, indica que la inflación será un fenómeno persistente en el tiempo, y que son necesarias políticas de calado para poder revertirla.

La solución tradicional ha pasado por realizar un fuerte aumento de los tipos de interés. Hace unas semanas, el BCE elevó hasta el 4,25% el precio del dinero. De esta manera, los tipos se han situado en el nivel más alto de los últimos 15 años. Aunque esta decisión adoptada desde Fráncfort nos parezca algo lejana, lo abstracto se vuelve concreto. El famoso euríbor, al que están referenciadas miles de hipotecas a tipo variable en nuestro país, se ha incrementado de forma rápida y progresiva. Esto no solo encarece un mercado hipotecario mermado por la falta de operaciones de compraventa: también la economía real se ve afectada.

De momento, las familias están desviando dinero de su consumo para hacer frente a una cuota de hipoteca más alta. También, al minarse los ingresos familiares, el esfuerzo que tienen que hacer para llegar a final de mes es superior, y aumenta la probabilidad de que se incrementen los saldos en dudoso en los balances de las entidades bancarias y las correspondientes coberturas.

El último dato de morosidad arrojado en junio por el Banco de España para el conjunto del sistema financiero resiste con un 3,5%, gracias, en parte, a la ampliación de los códigos de buenas prácticas. La primera alarma vendría dada por el crédito al consumo, en el que se están produciendo algunos repuntes inusuales. Las empresas, por su parte, reducen sus inversiones al notar precios más altos en el acceso al crédito, y vuelven a trasladar el encarecimiento de su financiación a los propios clientes o ajustan sus niveles de producción.

La subida de tipos no solo enfría el consumo y la inversión, determinando lo que las empresas terminarán produciendo. Una de las principales consecuencias que puede esconder esta medida para paliar la inflación es el aumento de la tasa de paro de forma temporal. Cuando suben los precios, sube la presión de los trabajadores para que se incrementen sus salarios. Unido al encarecimiento de las materias primas y de la energía, muchas empresas no tienen capacidad para aumentar esas partidas, por lo que recurren a la forma más sencilla para disminuir sus costes: los despidos.

De forma paradójica, los últimos datos publicados en la Encuesta de Población Activa (EPA) nos indican que el empleo ha crecido, registrando un récord de ocupados. Este es un buen dato, pero tampoco nos puede llevar a confusión. Lo importante es mantenerse en esos niveles cuando solo se está creando empleo, principalmente, en el sector servicios. Este último está determinado por una fuerte estacionalidad, en la que las relaciones laborales son forzosamente temporales.

Con el dato de la inflación subyacente, se puede presagiar que este fenómeno económico no va a ser pasajero, y existe un riesgo latente de estanflación. El próximo Gobierno saliente de las urnas podrá suavizar o acelerar el ciclo económico, poniendo especial atención a los colectivos más vulnerables, como los jóvenes. Tras haber soportado varias crisis de forma consecutiva, se puede producir un retroceso en sus posibilidades de progreso, que les condicionen de por vida.

Estamos a tiempo: cualquier problema no deja de ser una oportunidad disfrazada. La economía española necesita diversificar su producción nacional, aprovechando los nuevos flujos del comercio internacional y los fondos del programa Next Generation EU. Necesitamos reformas, cambiar algunos materiales, apuntalar cimientos, generar nuevas oportunidades.

Jorge Martín Palomino es abogado, economista y colaborador de Agenda Pública

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