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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Al próximo presidente del Gobierno

Le pido que insufle esperanzas en nuestras capacidades, cierre problemas estructurales y proteja la cohesión social

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (derecha), y el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, el miércoles pasado en el Congreso.Mariscal (EFE)

A veces, los países funcionan mejor sin Gobierno. Pero solo si tienen un aparato institucional robusto, una sociedad civil fuerte, reglas automáticas para actualizar las retribuciones fijadas por el Estado y una clase empresarial que no necesite mirar diariamente el BOE. No es nuestro caso.

Somos un país largamente acostumbrado a depender en exceso de las decisiones que se adoptan en los Consejos de Ministros. Por eso seguimos con tanta pasión los avatares que llevarán a decidir quién preside dicho Consejo.

Sin embargo, hay algo peor que no tener Gobierno: tenerlo con tanto enfrentamiento, con tantas trincheras abiertas, que le sea imposible adoptar decisiones importantes por falta del consenso imprescindible para ello. Es peor tener un Gobierno más obsesionado con derrotar a su adversario político que con gobernar para los ciudadanos.

La polarización saca lo peor de nosotros. Convertir a tu adversario en enemigo impide cualquier aproximación, negociación o pacto transversal, cuando la complejidad actual y la velocidad de los cambios mundiales aconsejan romper bloques, ponerse de acuerdo y cerrar filas como país, para dotar de estabilidad a las decisiones que se adopten. Empujar los cambios imprescindibles que nadie, por sí solo, puede sacar adelante e ir desactivando al populismo mediante actos. Cuando más necesitamos una nación que se posicione unida en el nuevo contexto internacional de bloques, más la debilitan algunos, con falsas divisiones agrandadas por razones electorales.

España tiene una gran oportunidad para salir entre los mejores en esta revolución estructural que se articula en torno a la inteligencia artificial y el cambio climático, con la nueva economía del agua escasa en el frontispicio. La sociedad lo está demostrado con hechos. Desde iniciativas en gestión y uso de algoritmos, hasta investigación puntera o despliegue de energías renovables.

Hay una España del siglo XXI que pelea con los mejores del mundo en sus campos de actividad. Una España que mira al futuro, a la que la polarización le está dando la espalda, encerrada en peleas por sus viejos juguetes del siglo XX. Una España que entiende la nueva lógica de la desglobalización, sin perder la referencia mundial con que hoy hay que hacer todo.

Le pido al próximo presidente del Gobierno que se dirija, sobre todo, a esa España con ambición de ir hacia adelante. E intente quitar el freno de mano que retiene su avance, con reformas que deberían estar resueltas desde hace años y que solo podrán hacerse con estabilidad desde una actitud de pacto entre las grandes fuerzas políticas.

Le pido al próximo presidente del Gobierno que centre su actuación, en el ámbito socioeconómico, en tres ejes complementarios: impulsar a productividad de la economía, eliminado la distancia que nos separa de la media europea; reducir la brecha social que, esa sí, está rompiendo España en dos; e impulsar el nacionalismo real, haciendo que nos sintamos orgullosos, otra vez, de nuestra sanidad, educación y políticas de cohesión.

Impulsar la productividad del sistema económico es la única manera de reducir la inaceptable diferencia de renta per cápita y de salario medio que seguimos manteniendo con la eurozona. Y sabemos qué hacer para ello: estimular el crecimiento medio de las empresas, mejorar la formación profesional (se calcula que la IA va a obligar a recualificar al 40% de la mano de obra), duplicar la inversión en I+D+i para alcanzar a nuestros socios y desplegar las nuevas tecnologías como instrumentos de transformación efectiva del tejido empresarial. Vincular la subida salarial a las mejoras de productividad permitiría crear más empleo y distribuir las mejoras de manera equitativa.

Reducir la brecha social es ya urgente. Salimos de la crisis de 2008 con devaluación salarial y recortes en derechos. Y de la actual crisis inflacionista mundial lo estamos haciendo a dos velocidades, con las familias más humildes sufriendo más en su capacidad adquisitiva. A pesar de las medidas puestas en marcha por el anterior Gobierno (reforma laboral, subida del SMI e IMV), la desigualdad entre salarios y beneficios está subiendo y corremos el riesgo serio de que las elevadas tasas de pobreza y paro estructural que arrastramos se enquisten.

Es imprescindible reparar el ascensor social, demasiados años estropeado, para que, junto a una eficaz política de viviendas públicas en alquiler y ayudas a la compra, los jóvenes vuelvan a recuperar ilusión por su futuro autónomo, sin depender para ello de la renta y los contactos de sus padres.

Para superar el clima de polarización, es crucial desarrollar lo común, aquello en lo que coincidimos, lo que nos une a todos los ciudadanos: los bienes y servicios públicos, cuyo acceso es un derecho que depende de la necesidad y no de la capacidad de pago.

Tras la pandemia, y en el contexto de envejecimiento de la población, es prioritario reformar e invertir en sanidad todo lo necesario para volver a tener uno de los mejores sistemas europeos. Y lo mismo en educación, enseñando lo que necesitan los alumnos hoy y apostar por aquellas políticas de los cuidados, ofreciendo una alternativa pública al ámbito familiar (hoy, por cada 100 mayores hay solo 4 plazas de residencia). Apostar por esas políticas que nos dan seguridad vital como personas y nos hacen sentir orgullosos de nuestro país, creando un verdadero patriotismo de ciudadanía.

El próximo presidente tendrá, además, que surfear una coyuntura económica donde vuelven a pintar bastos, dada la desaceleración europea por los elevados tipos de interés y los reajustes a la nueva realidad internacional. No será fácil, y necesitará ayuda para priorizar el gasto público en un contexto menos favorable al endeudamiento y con una inflación resistente por el empuje de los márgenes empresariales.

Le pido, en suma, al próximo presidente del Gobierno, que insufle esperanzas en nuestras capacidades para no perdernos la revolución tecnológica y medioambiental en marcha; que cierre problemas estructurales del pasado y proteja la cohesión social como seña de identidad de un país en el que cabemos todos y en el que merece la pena vivir.

Amén.

Jordi Sevilla es economista

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