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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El laberinto financiero del FC Barcelona hasta Países Bajos

No es ocioso reclamar la máxima prudencia en la toma de decisiones si se quiere mantener el estatus de sociedad deportiva

El presidente de Kirguizistán, Sadyr Japarov (derecha), y el del FC Barcelona, Joan Laporta (L), el 30 de agosto, presentando una academia de fútbol en Bishkek.
El presidente de Kirguizistán, Sadyr Japarov (derecha), y el del FC Barcelona, Joan Laporta (L), el 30 de agosto, presentando una academia de fútbol en Bishkek.IGOR KOVALENKO (EFE)
CINCO DÍAS

El FC Barcelona ha elegido fijar en Países Bajos la sede de Barça Media, su filial de contenidos, con el objetivo último de salir a cotizar en Nasdaq, el mercado de tecnológicas. Se trata una compleja operación financiera –vía alianza con una SPAC– que, a simple vista, parece seguir la senda marcada por Ferrovial y su apuesta por ese enclave como mejor plataforma para cotizar sin trabas en EE UU. No obstante, presenta muchas más aristas.

El FC Barcelona se ha acostumbrado a vivir en una continua búsqueda de soluciones financieras que le permitan resolver una más que delicada situación económica sin perder competitividad deportiva. La pandemia puso de relieve los excesos en los que incurrió la anterior junta directiva, sobre todo en materia salarial, y generó un agujero financiero que la actual dirección, presidida por Joan Laporta, ha tratado de taponar en sus ya dos años y medio al mando. Lo ha hecho a través de las famosas palancas, que no dejan de ser fórmulas más o menos imaginativas para conseguir inyecciones de fondos con la mayor rapidez posible. Se busca acometer las urgencias del corto plazo, aunque ello implique vender las joyas de la abuela o, lo que es incluso peor, hipotecar el futuro.

En ese esfuerzo se enmarca la venta de activos, con una serie de operaciones que invitan a pensar en una progresiva privatización del club. Cabe recordar que, a diferencia de corporaciones como Ferrovial, el FC Barcelona no es una sociedad anónima, sino una sociedad deportiva. Es decir, no es propiedad de unos accionistas que se reparten el capital, sino de sus socios. No es ocioso reclamar la máxima prudencia en la toma de decisiones si se quiere dotar de sentido y mantener un estatus que apenas atesoran cuatro clubes de fútbol –profesionales– en España.

Por si fuera poco, la transparencia, esencial en este proceso, ha sido difícil de constatar en algunos movimientos. Es el caso del contrato de patrocinio con Spotify, cuyas cifras no se compartieron con los socios por “confidencialidad”; el endeudamiento por 1.450 millones para reformar el Camp Nou, con pagos que empezarán en cinco años y que el club defiende que se sufragará con los nuevos recursos que genere el estadio, o la licitación de las obras a la constructora turca Limak. En paralelo, el club se ha desprendido del 25% de sus ingresos audiovisuales; ha sondeado la venta del 49% de su negocio de retail, y ha vendido y revendido ese mismo porcentaje de Barça Vision, una filial de NFT y otros activos digitales. De fondo, la judicialización del caso Negreira, que ha afectado a la colocación de sus bonos. Las prisas no son buenas consejeras para gestionar con mesura. Ese es el reto.

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