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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las economías de los particulares dan preocupantes señales de fatiga

Tras dos años viviendo del ahorro, la inflación y las facturas empiezan a presionar en la demanda, ingresos públicos y ventas de empresas

Una persona paga la compra en un supermercado.
ALDI (ALDI)

Cuarenta meses le ha costado a España, cuarenta, recuperar el nivel real de producción y riqueza agregada que tenía en 2019, antes de que estallase la peste del siglo XXI. Ha sido la economía europea que más ha tardado en recomponerse y lo ha hecho a costa de una pérdida muy seria de riqueza relativa que la distancia de sus pares europeos. La economía ha logrado recomponer el tipo justo cuando el doble daño de la inflación y los tipos de interés empiezan a ejercer los efectos de una mano pesada sobre los agentes económicos, que tendrán inevitables réplicas sobre la demanda de consumo e inversión, sobre las cuentas de las empresas y sobre los ingresos públicos.

Cambiar la naturaleza de una economía es mucho más complicado que decirlo, y pese a los manoseados planes para cambiar el modelo productivo y la disponibilidad de recursos financieros abundantes y abundantemente baratos, la actividad ha vuelto a los números previos al Covid impulsada por la exportación de bienes y servicios, sobre todo los turísticos en los que España siempre fue una potencia, así como por un repunte nada despreciable de la hasta hace poco despreciable construcción residencial.

Y lo ha hecho con una de las mayores virtudes que esconden uno de los mayores vicios: Con muchos más empleos que enmascaran mucha menos productividad. Cuarenta meses y un millón largo más de ocupados para elaborar el mismo Producto Interior Bruto (PIB) que en 2019; 20,8 millones de ocupados tienen ahora el mismo desempeño que hace cuatro años tenían 19,6 millones de empleados. En términos burdos, y salvo que autoridad reconocida nos diga que no medimos bien el empleo o no medimos bien la producción, que de ambas cosas hay un poco, cada empleado es un 5% menos productivo que antes de la pandemia. Si fuese así, y fuese así en la era de la mayor penetración tecnológica de la historia en los procesos productivos, en la era de internet y en la digitalización integral, … tenemos un problemón.

Alcanzado el nivel de 2019, la economía española dispone ahora de mejor tracción que los mayores países de la Unión Monetaria, muchos de ellos estancados y coqueteando con la recesión, y observa cómo se revisan en las últimas semanas sus previsiones de crecimiento. Pero conviene administrar con mesura el optimismo, porque los círculos que dibujan en el agua los cisnes negros de la inflación y los tipos de interés son cada vez más preocupantes.

El avance interanual de los precios de consumo se ha moderado hasta el 1,9% en junio por el efecto escalón de la energía y de la primera subida vertical de los alimentos hace un año. Pero una golondrina no hace verano y los bancos centrales auguran una resistencia muy sostenida de los precios a volver al entorno del 2% del que nunca debieron salir. Por ello han subido los tipos de interés a franjas del 4% al 5% en Europa y en Estados Unidos, seguirán subiéndolos y los mantendrán en niveles muy altos bastante tiempo, por temor a que la inflación subyacente se enquiste por la presión de la tercera ronda inflacionista que empiezan a protagonizar las alzas salariales correctivas de las pérdidas de poder de compra pasadas y por la presión que sobre los costes laborales ejerce la escasez de mano de obra en algunas de las mayores economías que se acercan al pleno empleo.

No hay que olvidar que la inflación es un fenómeno acumulativo, que solo alivia el dolor si es seguido de un periodo deflacionista de similar intensidad al inflacionista, algo que no ocurre ahora, salvo que los banqueros centrales aprieten tanto las tuercas que lleven las economías a una recesión severa. Por tanto, la merma de renta real de los agentes económicos no se ha corregido (las alzas salariales en España apenas han recompuesto una tercera parte de la pérdida a una tercera parte de los asalariados), y han experimentado en paralelo la dentellada de los tipos de interés (el euríbor por encima del 4% es dinamita para familias que contrataron su hipoteca en la fiesta del cero por ciento), amén de haber visto cercenado el poder de su ahorro, un efecto pobreza nada despreciable en un país con más de 975.000 millones de euros en depósitos y otro tanto en acciones, seguros, fondos de inversión o de pensiones.

Pero las dentelladas de esta especie de cuchillo que corta por los dos filos que es la inflación deterioran las expectativas de familias y empresas más allá del recorte de la renta y del incremento de las facturas financieras. La capacidad de afrontar nuevos proyectos de inversión se reduce notablemente de un escenario de tipos en el cero por ciento de hace año y medio a otro en el que los tipos del activo se mueven en horquillas que oscilan entre el 5% para crédito hipotecario y 9% para el crédito al consumo para familias, y nada por debajo del 5% para crédito a empresas o emisiones propias de deuda.

Los indicadores adelantados de la demanda recogidos por Funcas revelan ya cierta fatiga, con caídas en la confianza y las carteras de pedidos industriales; con un nivel de compra de automóviles que sigue un tercio por debajo del precovid (algo tendrá que ver que el tránsito al coche eléctrico es todavía hoy una aventura para viajar por la ausencia de postes de recarga); con la confianza del comercio minorista girando a tendencia negativa; y con una contracción evidente del crédito a empresas y particulares. Unos particulares con los bolsillos cada vez más estresados, que han echado mano del crédito al consumo, única modalidad que esquiva los descensos y se acerca a máximos históricos, para financiar gastos extraordinarios, a juzgar por el avance de los últimos meses revelado por el Banco de España. Esta misma institución alertaba la semana pasada del avance del colectivo de hogares con dificultades severas de renta.

No son señales definitivas, pero dan fe de que el umbral del dolor de los precios y los tipos está siendo rebasado y alertan de un deterioro general de las expectativas, que podría concretarse en caídas de la demanda, deterioro de las cuentas de las empresas, quizás avance de la mora bancaria hasta ahora controlada, y pérdida de ingresos públicos (la recaudación por IVA ya ha avisado), hasta ahora únicos agraciados por la inflación.

José Antonio Vega es periodista

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