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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La inversión, huérfana de incentivos, al albur de los tipos y la inflación

Las familias viran hacia los activos financieros, asumiendo pequeñas dosis adicionales de riesgo, mientras se estabiliza el valor de los inmobiliarios

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Interior de la Bolsa de Madrid.Marta Fernandez Jara (Europa Press/Getty Images)

Los españoles son conservadores en las finanzas personales: vuelcan el grueso de sus esfuerzos en la seguridad de los activos reales y los aburridos depósitos bancarios, y solo en proporciones muy controladas se asoman al riesgo de la renta variable o a las aventuras de los negocios. Pero pese a tales actitudes, en las últimas décadas han seguido los comportamientos conductuales de los incentivos que ofrecían los impuestos, el coste de la financiación o la mordida de la inflación. A fin de cuentas, las decisiones económicas de los individuos responden a la necesidad y a los estímulos.

En los últimos meses se han detectado descensos nada despreciables en los volúmenes de recursos depositados en las cuentas bancarias buscando la rentabilidad fresca de activos líquidos o seguridad de los inmobiliarios, ante la parsimonia con la que la banca empieza a remunerar los pasivos, y la persistente presión de la inflación sobre el valor del dinero ahorrado. Sea siguiendo el perfume de la engañosa rentabilidad de los bonos públicos (la inflación subyacente es mucho más elevada que el cupón de la deuda en cualquiera de sus plazos), de los dividendos de las compañías cotizadas o de la aventura de activos alternativos, una parte del dinero se mueve. Una parte pequeña, en todo caso, puesto que bajo remuneraciones de décimas, los particulares siguen alojando un billón largo de euros en la tesorería de los bancos como voluntarios y generosos proveedores de liquidez gratuita.

Lo cierto es que en los últimos años los activos financieros menos conservadores (participaciones en empresas cotizadas, en fondos de inversión, en fondos de pensiones o en seguros) han crecido mucho más rápido que los ahorros tradicionales, tanto por la creciente apuesta de las familias que han decidido poner su dinero a trabajar como por la revalorización de los propios activos elegidos. Es el inicio de una tendencia que debe consolidarse aún para alcanzar los valores que tienen en economías con mayores estándares de educación financiera, pero no se alcanzarán si no se restituyen los estímulos internos y se dejan las decisiones a la exclusiva reacción natural que marca la inflación y la política monetaria.

España tiene una economía muy poco capitalizada y con muy escasos niveles de ahorro, entre otras cuestiones porque no hay políticas activas que lo promocionen. Independientemente de la inclinación colectiva hacia una manera de proceder con el ahorro, los españoles han seguido las tendencias marcadas por las variables económicas, sobre todo las de carácter fiscal y financiero. Si en las dos últimas décadas del siglo pasado y la primera de este concentraron sus esfuerzos en el equipamiento inmobiliario, fue en buena medida por las ayudas fiscales fijadas en los presupuestos para ello, y que desaparecieron en 2014 por prescripción europea, pero fundamentalmente porque España había agotado su margen fiscal.

En los tres últimos lustros, desde el estallido de la gran crisis financiera, han reforzado sus activos financieros puros, pero solo de manera natural, no conductual, porque no existe un empeño de los gobernantes en reforzar la capitalización de la economía vía el ahorro. Los incentivos al ahorro para el retiro, imprescindibles en una sociedad con una tendencia acelerada al envejecimiento que pondrá en jaque las finanzas públicas, prácticamente han desaparecido. Los existentes hasta hace un par de años son responsables de la acumulación de activos privados para pensiones y seguros, que no son gran cosa comparados con países como Holanda, pero que no serían nada sin el refuerzo fiscal ahora eliminado.

El pretendido giro del ahorro para pensiones hacia fondos de empresa no funcionó nunca en España, salvo en grandes corporaciones, y está por ver que vaya a hacerlo ahora, pese a ser la única alternativa ofrecida para tal fin. Bien está que no se cebe otra burbuja con estímulos exagerados al activo residencial, pero que quien tenga que responder diga cómo se podrán comprar una vivienda la inmensa mayoría de los jóvenes con remuneraciones limitadas, precios desor­bitados y tipos de interés elevados.

Hasta finales de los ochenta no se había acelerado la construcción y adquisición de vivienda de manera masiva. Pero cuando aparecieron los estímulos impositivos por la compra de hasta dos y tres viviendas, primero, y se estabilizaron los tipos de interés reales en valores negativos, después, el parque de viviendas se duplicó en los treinta años que median entre 1980 y 2011. Hay que admitir que los incentivos fueron exagerados, y que funcionaron como un efecto multiplicador perverso de la actividad por la existencia de demasiado dinero, demasiado barato, durante demasiado tiempo. A la postre, la riqueza inmobiliaria se convirtió en el núcleo duro del patrimonio de los españoles, y sigue siéndolo quince años después, aunque haya perdido un notable peso en los balances de los hogares.

El valor de la riqueza inmobiliaria de los hogares está estancada en los 6,24 billones de euros, prácticamente la misma cantidad que en diciembre de 2007, justo cuando estalló la burbuja: 6,27 billones. Ha alcanzado prácticamente su propio techo por la revalorización de los últimos años, tras haber descendido por debajo de 4,2 billones de 2013, y el número de viviendas se ha parado desde entonces en los 25,2 millones, a una media de 1,36 casas por hogar.

Si la riqueza inmobiliaria de las familias sobre su renta bruta disponible es de 7,7 veces, según el Banco de España, en 2007, cuando el país nadaba entre grúas y dinero abundante sin coste, llegaba a 9,5 veces. Por el contrario, todos los activos financieros, los conservadores y los que conllevan riesgo, llegan ahora al 333% de la renta bruta disponible de los hogares, mientras que en 2007 solo suponían el 293%. Hay que recordar que una parte de los activos financieros han corrido parecida suerte bajista a las casas, aunque ulteriormente han recuperado valor y han absorbido recursos adicionales del ahorro.

El trasvase cultural es lento; pero la persistencia de remuneraciones ridículas o negativas durante los últimos años, primero, y la devastadora mordida de la inflación en las rentas y ahorros, después, está inoculando una sana metamorfosis en la cultura financiera de la gente y en los criterios para elegir el destino de sus ahorros e inversiones. Sigue faltando una decidida política que incentive fiscalmente la creación de empresas, la toma de crédito para arriesgar en nuevos proyectos, la formación de excelencia o la simple adquisición de participaciones en el capital de sociedades de crecimiento, que únicamente se estimulan en la parte autonómica del IRPF de unas pocas comunidades.

José Antonio Vega es periodista

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