Los aranceles rompen el amor de Wall Street por Donald Trump
Desde Bill Ackman a Jamie Dimon o Ken Griffin, empresarios y banqueros de peso, muchos de ellos cercanos al movimiento MAGA, han roto el muro de silencio ante los severos efectos de los aranceles en la economía real y en los mercados


Aunque la idealización del otro es la primera y más bella fase del enamoramiento, es efímera. Un poco de tiempo basta para que el amante se percate de los pequeños o grandes defectos que antes no veía, o no quería ver, en el amado. Wall Street ha necesitado un terremoto histórico para perder la ceguera con Donald Trump, en una de las historias de amor más fugaces, tormentosas y por momentos peligrosas de la historia financiera reciente. Pasado el idilio del llamado Trump Trade, que disparó la Bolsa estadounidense en noviembre, la tozuda realidad golpeó los anhelos proteccionistas del republicano.
Allá por 2024, las promesas de desregulación y reducción de impuestos fueron música para un mercado que buscaba —como suele hacer— excusas para seguir subiendo. El Trump Trade fue la palabra para describir aquella tendencia de mercado que auguraba un dólar fuerte (porque la economía crecería más), una Bolsa alcista (por el crecimiento y por las rebajas de impuestos) y subidas de los pequeños valores de la economía tradicional (gracias al proteccionismo). El S&P 500, índice de referencia del mercado estadounidense, creció como espuma, y vio ganancias de hasta el 7% entre principios de octubre y principios de diciembre.
La historia, sin embargo, se torció a mediados de febrero, cuando el S&P alcanzó máximos. Primero llegó DeepSeek, que castigó con dureza a las tecnológicas (borró 561.000 millones de euros solo a Nvidia). Luego Trump comenzó su mandato con pequeñas escaramuzas arancelarias. Primero Colombia, luego México y Canadá. Las expectativas se enfriaron. La Bolsa pinchó y los analistas ya no hablaban del Trump Trade, sino del Trump Put, una mutación del concepto inicial. Se supuso que el magnate, más allá de sus bravatas e incendiarias declaraciones, no tomaría decisiones que pusieran en peligro la economía o la estabilidad del sistema financiero. Después de todo, Trump tiene aliados poderosos en este mundo y, por encima de todo, es un negociante, no un ideólogo.

Pero llegó el 2 de abril. El presidente jugó con fuego ese día y, quizá tentado de ver hasta dónde llegaría la maleabilidad del mercado o quizá pensando que realmente hacía lo mejor para el país, de tanto usar los aranceles rompió su amor con Wall Street, como canta Rocío Jurado. Los mercados cayeron a plomo y afloró una resistencia donde nadie la esperaba. Destaca un nombre: Bill Ackman, gestor de hedge funds y fundador de Pershing Square Capital Management. Ackman no es un gestor cualquiera: es un inversor controvertido que se ha hecho un hueco en Wall Street alzando la voz porque su método de inversión implica sacar réditos económicos a posibles escándalos empresariales, que amplifica en público. Las medidas de desregulación y pro-crecimiento que prometió Trump fueron cantos de sirena para el financiero. Pero siempre que el dinero sale por la puerta, el amor salta por la ventana. Solo cuando las Bolsas mundiales, asustadas por los aranceles, borraron más de nueve billones de euros de capitalización, Ackman y otras fieras de Wall Street mostraron los dientes.
“Estados Unidos se dirige hacia un invierno nuclear económico autoinducido”, publicó Ackman en X. “Una pausa de 90 días permitirá al presidente [Trump] cumplir sus objetivos sin destruir las pequeñas empresas a corto plazo”, agregó. Fue el primero en proponer la solución que ahora Trump muestra como propia. Al respecto, una respuesta confusa de un miembro de la administración hizo creer al mercado que la Casa Blanca contemplaba la posible tregua. Pero en poco tiempo llegó el desmentido oficial y la Bolsa, que se había disparado, volvió a pérdidas. Aquel fue el punto de quiebre: junto a Ackman, fueron apareciendo, a cuentagotas, otros corazones rotos.
The country is 100% behind the president on fixing a global system of tariffs that has disadvantaged the country. But, business is a confidence game and confidence depends on trust.
— Bill Ackman (@BillAckman) April 6, 2025
President @realDonaldTrump has elevated the tariff issue to the most important geopolitical…
Ken Griffin, muy republicano y pro-Trump, fue uno de ellos. El multimillonario y fundador del gigante Citadel criticó los gravámenes, calificándolos como un “grave error político”. En un evento en la Universidad de Miami el 8 de abril, Griffin destacó que no es justo que una familia estadounidense tenga que “pagar hasta un 40% más por sus alimentos y otros bienes”. También criticó que los aranceles, como herramienta de negociación, son ineficaces a largo plazo porque deterioran la confianza.
Los lobos de Wall Street se fueron quitando la mordaza. Larry Fink, CEO de BlackRock, la gestora más grande del mundo, dio un paso al frente: “El proteccionismo ha vuelto con fuerza ante la presunción de que el capitalismo no ha funcionado”, sentenció en su carta anual a los inversores antes de que entraran en vigor los aranceles generales del 10%. También Stanley Druckenmiller, uno de los inversores más respetados y exitosos de la historia, quien escribió en X: “No apoyo aranceles superiores al 10%″; o el gestor de fondos de cobertura, Dan Loeb, quien señaló que “será una prueba del juicio racional de la administración frente a la ideología ver cómo resuelven esto [los aranceles] durante el fin de semana o los próximos días”. Ackman conoce bien que los negocios son un juego de confianza: “Al imponer aranceles desproporcionados, tanto a nuestros amigos como a nuestros enemigos, minamos la credibilidad en nuestro país como socio comercial, como lugar en donde hacer negocios”, escribió en X. Los aranceles no eran nada más que “matemáticas equivocadas”.
Mientras muchos perfiles del mundo de los hedge funds, de la intermediación o de los criptoactivos estuvieron cerca de Trump desde la campaña, la banca tradicional de Wall Street adoptó, como siempre, una posición más ambigua, intentando ganar fuera quien fuera el presidente. Jamie Dimon, presidente de JP Morgan, el banco más grande de EE UU , fue el primer banquero en dar un paso al frente, calibrando las palabras. Reconoció el lunes, en la carta anual a los inversores, que EE UU ha “permitido mucho comercio injusto”, sobre todo con China. Pero en el mismo escrito advirtió de que “los aranceles aumentarán, probablemente, la inflación y están haciendo que muchos consideren una mayor probabilidad de recesión [en EE UU]”. Luego, en una entrevista el miércoles en Fox Business, mencionó estar asumiendo “una postura tranquila”, a pesar de creer “que [la situación] podría empeorar si no hay algún progreso [en las negociaciones]”.
Las Bolsas se desangraban y los bancos buscaban el complejo equilibrio entre contar la realidad y enfrentarse a la poderosa administración Trump. Según la agencia Bloomberg, Michael Cembalest, uno de los estrategas estrella de JP Morgan, comentó en una reunión con clientes que en Wall Street “hay temores de hablar en contra de la administración Trump” y que era la primera vez en sus 30 años de carrera que debía “considerar cuidadosamente sus palabras”.
Pero más que las palabras, fueron los números de las previsiones de las firmas de inversión los que comenzaron a cristalizar las oscuras consecuencias de los aranceles sobre la economía real estadounidense, así como para la mundial, si se aplicaban en su totalidad. Hubo un aluvión de informes— desde JP Morgan, pasando por Goldman Sachs, Morgan Stanley o Bank of America —en los que se pronosticaba más inflación (hasta el entorno del 5%) y una probable recesión. Incluso el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, objeto habitual de la ira de Trump, avisó de las malas perspectivas el viernes 4 de abril.
El daño estaba hecho. Trump, caprichoso, seguía atrincherado en su decisión. Solo un actor inesperado terminó de doblegarlo: el mercado de la deuda estadounidense, que estuvo a punto de romperse el miércoles 9 de abril. “Las pérdidas de los últimos días en la renta variable habían desgastado a Trump. Pero cuando el contagio llegó a los bonos del Tesoro, con el consecuente riesgo para la estabilidad financiera que ello implica, reculó”, explica Santiago Carbó, catedrático de economía de la Universitat de València.
Solo entonces Trump dio el brazo a torcer, sin que se sepa si de verdad está arrepentido. Ha hecho como tantas otras parejas: darle la razón al otro (en este caso, a Ackman) para acabar con la pelea. Los aranceles están pausados por 90 días; tres meses para reconducir la economía y las finanzas estadounidenses o, al contrario, para intensificar las turbulencias. Por lo pronto, los primeros espadas de Wall Street han dado las primeras opiniones tras la marcha atrás de Trump, y parecen lejos de destilar optimismo: Fink (BlackRock, primera gestora del mundo) ha comparado el momento actual con la crisis financiera de 2008 y con la pandemia; y Dimon (JP Morgan, primer banco del país) destaca que hay “turbulencias considerables” en la economía… Solo si los mercados logran recobrar la calma, se verá si hay una segunda oportunidad para el amor en Wall Street.
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