El mercado retira a Trump la presunción de racionalidad
El presidente de Estados Unidos opera bajo otra lógica y otros parámetros, y de lo que pase por su cabeza dependerá el futuro de la economía


No es aventurado decir que millones de profesionales de distintos ámbitos en todo el mundo tomaron, el miércoles a las 22.30 horas, exactamente la misma fotografía: el cartelón que sujetaba Donald Trump, donde se fijaba la nueva política arancelaria de EE UU. El zoom de dicha fotografía arrojó unos porcentajes muy superiores a lo previsto.
La catástrofe financiera, solo vista en un puñado de ocasiones en este siglo, solamente es el reflejo de un giro de la historia, una vuelta, en términos comerciales, a los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial. Tres décadas de globalización ha sido demolidas en menos de 100 días: Donald Trump ha multiplicado por 10, según las estimaciones de los analistas, el arancel medio que aplica EE UU a las importaciones. Los primeros cálculos de los expertos hablan de contracción del PIB e inflación al 5% en EE UU, y menos crecimiento en todo el mundo. Eso, sin contar los efectos de segunda ronda en las expectativas, flujos de capitales o derivadas de carácter financiero. Las previsiones económicas son hoy papel mojado, y la única esperanza de los economistas es que la renegociación de los aranceles reduzca los anunciados y evite represalias de los socios comerciales.
El problema es que eso depende de dos partes, y no sabemos en qué medida la Casa Blanca está dispuesta a suavizar sus planteamientos, es decir, si la postura respecto a los aranceles es ideológica o parte de una prevista negociación. El aparente confort del presidente con el deterioro económico en EE UU es una de las grandes preocupaciones de un mercado que aún confiaba en el pragmatismo. Ahora no lo tiene tan claro: con nubarrones negros en la economía, ha optado por subir la apuesta. Los expertos siguen divididos, pero si entre el lunes y el miércoles optaron por no moverse ante la posibilidad de que los aranceles fueran limitados, el jueves y el viernes han vendido a manos llenas.
Es un cambio sutil, pero significativo, de gran impacto en un mercado que parecía haberse adaptado a una nueva forma de acción política en Washington. Ahora, más allá de posturas políticas individuales, los inversores no quieren apostar su dinero a que Donald Trump tome las decisiones que desde una óptica ortodoxa se consideran racionales. El presidente de Estados Unidos opera bajo otra lógica y otros parámetros, y de lo que pase por su cabeza dependerá el futuro de la economía y los mercados. Los inversores se han dado cuenta de ello, y parecen más que asustados.