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Tienen más riesgo pero no se pagan mucho mejor que la deuda pública, ¿por qué los inversores siguen comprando bonos corporativos?

El diferencial de renta fija privada y pública se encuentra por debajo de la media de los últimos años, pero la demanda sigue alta gracias a los atractivos tipos de interés

Un peatón camina por la ribera del Támesis frente al 'skyline' de la City, el centro financiero de la ciudad.
Un peatón camina por la ribera del Támesis frente al 'skyline' de la City, el centro financiero de la ciudad.HOLLIE ADAMS (REUTERS)
Pierre Lomba

Los manuales de inversión dicen que la deuda emitida por las empresas se tiene que remunerar mejor que los bonos del Estado. ¿Por qué? Porque las compañías no tienen el músculo financiero de los países y su riesgo de impago siempre es mayor. Por eso, las entidades privadas tienen que ofrecer más rentabilidad en los productos que colocan en el mercado para convencer así a los inversores de que vale la pena aventurarse. Hasta aquí los manuales de inversión. La realidad es que el diferencial de rentabilidad entre deuda pública y privada se encuentra históricamente bajo —esto es, que las empresas no están pagando mucho mejor— y que, a despecho del riesgo inherente, los inversores están mostrando un interés inusitado por estos productos.

“Los spreads de crédito [la diferencia de rentabilidad entre la deuda pública y la corporativa] se han comprimido muchísimo durante los últimos meses, hasta alcanzar el nivel mínimo desde 2010 en Europa”, comenta Daniel Pingarrón, director de ventas de Natixis IM Iberia. Es una tendencia que también se da al otro lado del charco, con un bonus de cerca de 80 puntos básicos en los bonos considerados más seguros, lejos de los picos de 120 de hace un año, o de más de 300 en la pandemia. Para Mariano Arenillas, director general de DWS —la gestora de Deutsche Bank— la deuda corporativa está cara: “Se está pagando poco por asumir riesgo de empresa respecto de los Gobiernos”.

La pregunta que se plantea, entonces, es por qué querría un inversor asumir este riesgo extra a cambio de un plus de rentabilidad relativamente bajo. Porque, quizá, el spread no está siendo la métrica relevante que fue en otros tiempos. Lo que importa ahora es la rentabilidad: los diferenciales están bajos, reconocen en un informe los analistas de DWS, “pero los rendimientos se mantienen a niveles atractivos en ambos lados del Atlántico”. O, dicho de otra forma: las empresas pueden no estar pagando mucho mejor que los Estados, pero están pagando bien, y eso compensa. “Hay un cierto agnosticismo del spread”, reconoce en petit comité un gestor de uno de los principales bancos de Europa.

La explicación de este fenómeno pasa, inevitablemente, por un sentimiento optimista: las empresas no son percibidas como fuentes de riesgo y, aunque colocan su deuda a buenas rentabilidades (lo normal en un entorno de tipos altos), no necesitan ofrecer mucho más que los Estados, porque los inversores no aprecian tanto riesgo en sus balances. Así se refleja en las calificaciones emitidas por las agencias de rating: en bonos con grado de inversión o investment grade (aquellos que tienen poco riesgo de impago) está habiendo más mejoras de calificación que rebajas, tanto en Europa como en Estados Unidos. Otra métrica clave, señalan los analistas de DWS, es cuántos emisores pasan de ser considerados investment grade a high yield (bonos especulativos), un indicador que se ha mantenido en niveles “muy bajos” durante varios años.

El mercado de la renta fija privada avanza firme: las emisiones están por encima de la media —casi 24.000 millones de dólares en bonos con grado de inversión esta semana solo en Estados Unidos, por encima de las expectativas de los mercados— y la demanda por estos productos está a la altura. “A excepción de los récords establecidos en 2020 [las empresas tuvieron que acudir al mercado de deuda para afrontar el confinamiento], los volúmenes son mayores que en años anteriores, subrayan desde DWS: “En algunos casos, la actividad del mercado incluso sugiere que los altos volúmenes de nuevas emisiones no son suficientes para satisfacer la demanda”.

“Queda por ver si el ritmo de emisión mantendrá estos fuertes niveles el resto del año, pero la demanda es estable y probablemente asegurará que no ocurra una desaceleración significativa”, concluyen desde la gestora alemana. “Las perspectivas de ingresos en la renta fija, junto al hecho de que muchos bonos aún cotizan a precios por debajo del nominal, se convierten en dos catalizadores clave de una visión positiva del crédito”, señala Chris Iggo, director de inversiones de AXA IM. Este apetito tiene, además, otra deriva: las empresas estadounidenses han podido revalorizar casi 400.000 millones de dólares de deuda a tipos de interés más bajos este año debido al auge del gusto de los inversores por los préstamos basura, en una relajación de las condiciones de financiación para las empresas estadounidenses.

Así las cosas, la renta fija empresarial afronta con optimismo lo que queda de 2024, después de dos años en los que las apuestas por estos productos han chocado con decepciones y con una volatilidad inusitada. Los caminos apuntan a la deuda privada: “Preferimos los bonos corporativos antes que la deuda estatal en general”, señalan desde el banco suizo Julius Baer. Coinciden los analistas de Deutsche Bank, para quienes la rentabilidad en renta fija vendrá “de los atractivos bonos”. Para Pingarrón, de Natixis IM, la preferencia pasa por el grado de inversión de corta duración. Ayudarán las bajadas de tipos, que harán más atractivos los productos ya emitidos en el mercado secundario y aumentarán, ahora sí, los diferenciales con la deuda pública.

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Pierre Lomba
Redactor de la sección de Economía. Graduado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París. Después de ejercer la abogacía, realizó el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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