Bonos y escepticismo: bienvenidos a 2024
Considera que este será un año para la inversión en deuda a largo plazo pero ve un año complicado para el inversor táctico en renta variable
El filósofo griego Pirrón –el primer escéptico– afirmaba que, como no podemos estar seguros de que nada de lo que vemos sea cierto, en realidad no podemos saber nada. Si un escéptico pone en duda incluso la existencia de aquello que tiene delante de sus ojos imagine cómo alzaría la ceja si alguien viene a explicarle cómo será el futuro. A esta compleja tesitura se enfrentan los analistas que han publicado en las últimas semanas sus previsiones para el nuevo año. Los inversores que les leen al otro lado de la pantalla son hoy mucho más escépticos que hace un año. No les faltan los motivos.
En primer lugar, las previsiones de los expertos fallaron de manera espectacular en 2023. El nivel de pesimismo entre los analistas era el más elevado en décadas. En un entorno de inflación, guerra y tipos altos, por primera vez en lo que va de siglo la mayoría de ellos recomendaron no invertir en Bolsa. Y, como saben, 2023 resultó un año espectacular para la Bolsa. El lado bueno es que los informes de este año tienen un tono más humilde y menos categórico. Muchos han entendido que eso de predecir lo que va a ocurrir en el futuro no es tan sencillo.
Tampoco ayuda a paliar el escepticismo el hecho de que las nuevas previsiones macroeconómicas para 2024 son idénticas a las de hace justo un año. Los inversores no pueden evitar recordar aquello de que hasta un reloj parado marca bien la hora dos veces al día. A pesar del descrédito, la historia macro para este año suena razonable. Empezaríamos con un frenazo de actividad económica provocado por el impacto de la subida de tipos. Se supone que nos hemos gastado el colchón de ahorros de la pandemia y tocaría apretarse el cinturón. Luego llegaría la remontada: con la inflación controlada y los tipos bajando se reactivaría la confianza y con ella el gasto y el crecimiento económico. La historia no es mala, pero el olor a 2023 genera desconfianza.
Por último, los inversores se desconciertan al terminar los largos análisis macro y descubrir que apenas hay recomendaciones claras. La mayoría de las casas de análisis se ponen de perfil. Esto es el resultado natural de la nueva ola de humildad: si reconoces que no sabes muy bien qué va a pasar es normal no tener claro qué recomendar. Pero claro, inversores y medios de comunicación quieren certezas. Lo máximo que encontramos en los informes ese “este año es necesario ser selectivos”, inquietante porque parece sugerir que otros años no lo fueron.
Sin embargo, aún a riesgo de enfadar a los escépticos, sería incorrecto decir que no podemos intuir nada acerca de qué pasará en 2024. Hace meses que la inflación baja, y aumenta el riesgo de que los bancos centrales destruyan empleo con su política restrictiva. Por tanto, no es difícil prever qué pasará con la variable más relevante para los mercados financieros, los tipos de interés. La probabilidad de que caigan es muy alta.
Si eso se cumple, tenemos al menos una recomendación clara: compren bonos a largo plazo. Los inversores pueden empezar a abandonar los bonos a corto plazo, esa fortaleza en la que se han refugiado del envite de los bancos centrales. Corran porque no veremos en mucho tiempo bonos a 10 años por encima del 5% en Estados Unidos o del 3% en Europa. Es una buena noticia para los inversores conservadores que pueden asegurar rentabilidades decentes para varios años sin renunciar a la liquidez.
Para aquellos que, por obligación, principios o, estrategia de inversión vayan a invertir en Bolsa en 2024, la receta es mucho menos clara. La caída de tipos es buena para la Bolsa en general. Reduce los costes de las empresas y la presión de tener que competir con bonos a tipos altísimos. Pero no está claro si es año de defenderse o de salir a atacar. Las previsiones son como como un tiro cerca del poste: lo mismo puede ir fuera (recesión) que dentro (aterrizaje suave con ganancias en los beneficios). De momento los analistas, tras el varapalo de 2023, han decidido volver al lado optimista. Esperan que los beneficios suban un 10% en EE UU y un 4% en Europa, donde, además, las empresas son un 30% más baratas.
Si entramos a elegir sectores la historia se vuelve aún más confusa. Con la macro en la mano, los inversores deberían pasar la primera mitad del año en sectores defensivos –salud sobre todo, que en 2023 se dio un batacazo y está muy barata– y más tarde, ir a por los sectores cíclicos, como el industrial, turismo o inmobiliario. Pero la macro no lo es todo, y ahora mismo nadie se atreve a salirse de la inteligencia artificial, aunque no está muy claro cómo hay que invertir en la siguiente fase. Algo similar pasa con el turismo, que podría ir bien a pesar del frenazo porque aún se está recuperando de la pandemia. En sentido contrario ocurre con el inmobiliario, que, a pesar de haber sufrido importantes correcciones, sobre todo en el sector comercial, y verse favorecido por la caída de tipos, no acaba de inspirar confianza.
En resumen, lo único que se parece a una “certidumbre” este año, es que los bonos a largo plazo son, ahora, un producto atractivo. Los inversores que llegaron a la Bolsa porque que no había otra alternativa para obtener rentabilidad pueden ahora hacer el camino de vuelta. Para el que invierte en Bolsa de manera táctica el año se presenta complicado. Las recomendaciones para 2024 están llenas de grises y se hacen con la boca pequeña. Esto no es un problema para los que tienen la fortuna de no invertir pensando en periodos de 12 meses. Para ellos nada ha cambiado: invertir es cuestión de diversificación, disciplina, paciencia y poco más.
Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING.
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