La crisis de la mediana edad y las nuevas oportunidades
Este año empezó con la economía estancada por los tipos de interés y la inflación, pero ahora la subida de los precios desacelera y la recesión parece evitable
“A mitad del camino de la vida,en una selva oscura me encontrabaporque mi ruta había extraviado”.La Divina Comedia, Canto I.
Si 2023 fuera una persona, ahora mismo, con más de la mitad del año ya a las espaldas, estaría sumida en una crisis de la mediana edad. Estaría en ese momento en que se van perdiendo las certezas de juventud y se acepta—a base de conocer a gente que hace deporte y fuma, o que no llegan a fin de mes ganando 100.000 euros al año—que la vida está llena de incoherencias. Como escribió Dante en el Canto I de la Divina Comedia, “a mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado”.
Eso le ha pasado a 2023, que empezó con una convicción firme: sería un año sombrío. La economía se vería estancada por el bocado de los tipos de interés y la inflación, y el frío aliento de Rusia sobre el mercado energético. Pocos argumentos cabían para invertir en bolsa, con una recesión en ciernes que se iba a comer los beneficios empresariales presentes, tipos al alza que fulminan las expectativas de beneficios futuros, y un rival cada vez más temible en la renta fija que, por primera vez en 20 años, volvía a ofrecer rentabilidades atractivas. La media de los analistas predecía que las Bolsas perderían un 5%, y que en el mejor de los casos podríamos aspirar a un año plano. La renta fija tampoco estaba para alegrías. Sí, los tipos habían subido, pero, nadie sabía cuánto camino quedaba por recorrer hasta el fin del ajuste. Las estrategias defensivas de renta fija a corto plazo ofrecían casi la única alternativa en la que refugiarse.
Pero como un cuarentón cualquiera, 2023 fue perdiendo su convicción. Los inesperados buenos datos de la primera mitad del año obligaban a revisar las expectativas una y otra vez. El 0,9% de expansión del PIB que se esperaba en enero se fue convirtiendo en el 2% actual. Más desconcertante aún ha sido la buena marcha de la Bolsa mundial, que con el viento en contra ha sido capaz de generar retornos del 10%. No hay una narrativa clara o uniforme para explicarlo. Países como España se han beneficiado del elevado peso en sus Bolsas de la banca, uno de los pocos sectores que genera beneficios con tipos altos. En EEUU ha sido la tecnología, tan vapuleada en 2022, de la mano de la inteligencia artificial. Otra lección de inversión: en un año con tan pocos alicientes para meterse en Bolsa, surge una tecnología con capacidad de transformar el mundo, y de tirar de los índices a pesar de tenerlo todo en contra.
Así pues, con las certezas erosionadas y algo aturdido por lo complejo del entorno, nuestro 2023 entra en su segunda mitad. ¿Hay espacio para el optimismo bursátil? Por supuesto. Una segunda parte del año tan buena o mejor que la primera es posible si concurren tres circunstancias. Primero, que a los bancos centrales no se les vaya la mano y que abandonen en breve las subidas. Segundo, que a la famosa recesión americana—que llevamos esperando más de un año—le pase como a Godot, que al final nunca llegó. Y tercero, que sigamos teniendo una buena historia para tirar del carro. Ésta la tenemos. Si realmente la inteligencia artificial es una tecnología tan transformadora como lo fue internet, aún le queda mucho camino por recorrer, incluso si sus beneficios futuros se descuentan con agresividad en este entorno de tipos altos.
Por separado, cada uno de esos elementos es más que plausible. La inflación desacelera con claridad, dando fuerza a las voces que argumentan que más subidas de tipos pueden romper más cosas de las que arreglan. Por otro lado, la recesión parece evitable: el consumo ha mostrado ser resistente a ambos lados del Atlántico, las tasas de paro siguen en mínimos históricos y la inflación apenas se ha llevado por delante el 2% del ahorro acumulado en España.
El problema es que la coexistencia de ambas condiciones es complicada, como explica muy bien Mark Haefele, el jefe de inversión de UBS. Si el consumo aguanta, es probable que la Fed y el BCE tengan que subir tipos más allá de lo esperado hoy, rompiendo el delicado balance que las Bolsas necesitan. Ya ocurrió en la primera mitad del año, cuando la economía sorteó con nota la amenaza del invierno y los bancos centrales tuvieron que volver a desempolvar la máquina de subir tipos.
Un último elemento ensombrece el panorama. Si tienes que entusiasmar a un inversor apático por la endeblez económica, el precio es un buen argumento: “Compra esto, que no es muy bonito, pero sí muy barato”. Esa frase describe bien a las empresas europeas y asiáticas, pero no a las americanas, que suponen más de la mitad de la Bolsa mundial. Su ratio precio-beneficio, que empezó el año en 16, su media histórica a largo plazo, supera ya los 19 múltiplos. Hay dudas sobre si hoy el S&P500 es bonito, pero desde luego no es barato.
En resumen, es un ejercicio complicado para aquellos que buscan apuestas certeras en Bolsa de aquí a final de año. Cabe el optimismo, pero requiere un buen número de astros alineados. Afortunadamente, esta falta de visibilidad a corto plazo no debe preocupar a los inversores más conservadores, que en 2023 disponen de una amplia gama de depósitos a plazo fijo, fondos monetarios y de renta fija a corto plazo, así como bonos de gobierno para aparcar sus ahorros con rentabilidad positiva, aunque, de momento, sólo nominal.
Tampoco debe preocupar a los inversores a largo plazo y diversificados. Mientras los gestores activos de Bolsa se empujaban por entrar en los sectores más conservadores como salud o consumo básico, los inversores indexados han visto cómo era la parte más inesperada de sus carteras, la tecnología, la que les ha dado un 10% de rentabilidad en seis meses. De nuevo, han obtenido la recompensa de entender sus limitaciones y aceptar que el mercado financiero es el resultado de agregar las acciones de los seres humanos. Lo que sale de ahí es demasiado complejo y aleatorio en el corto plazo como para atinar con los detalles, pero con tanto potencial que no merece la pena quedarse fuera para protegerse.
Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING
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