Abogados al límite de su salud mental: ¿es el fin del estigma?
Los jóvenes conversan sobre la ansiedad en un sector donde hace pocos años era un tabú
Una mañana, el abogado laboralista Ramón Alexandre Salvat se miró al espejo y reparó en que estaba perdiendo pelo de forma alarmante. “Cuando empecé a perder la barba, pedía conservar el cabello. Cuando se empezó a caer el cabello, esperaba conservar las cejas. Cuando comenzaron a desaparecer las cejas, imploraba no perder las pestañas. Y, al final, el tiempo fue implacable y me dejó más pelado que un cacahuete descascarillado”. Con estas crudas palabras contaba el letrado, hace unos meses, su caso, acompañado de impactantes fotos del antes y el después, en un post de LinkedIn. La entrada fue muy aplaudida por sus compañeros, por la valentía y generosidad.
El diagnóstico apuntó a una reacción autoinmune, “probablemente desencadenada por episodios de estrés potentes”, matizaba Salvat. “Es necesario aprender a perder. Los efectos del estrés en nuestra profesión son múltiples y ninguno de ellos positivos. Puedes perder el cabello (como yo) o te puede dar un ictus. Convierte la pérdida en aprendizaje y no dejes que te afecte más de lo necesario”, aconsejó en su post el abogado de la Ciudad Condal.
El 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. El lema de este año, Es tiempo de priorizar la salud mental en el lugar de trabajo, invita a concienciarse sobre la importancia del bienestar emocional, psíquico y social de las personas en su entorno laboral. Según el I Estudio sobre salud mental de la abogacía madrileña, elaborado por el Colegio de la Abogacía de Madrid (ICAM), siete de cada diez abogados (65,7%) reconocen haber sufrido ansiedad y casi la mitad de los colegiados consultados (49,1%) afirman haber experimentado fatiga, pensamientos deprimentes y alteraciones emocionales. Menos de un tercio (28,8%) asegura que su labor profesional le hace sentir bien, mientras que un 18,2% tiene sentimientos neutros. El silencio es un muro a derribar. Los abogados temen una repercusión negativa en el desarrollo profesional si comparten su malestar (39,6%).
La salud mental de la abogacía está dejando de ser un tabú, aunque muy poco a poco. Cada vez hay más profesionales que se rebelan contra el statu quo y señalan las consecuencias negativas de una cultura heredada. Las jornadas interminables en el bufete, la sobrecarga de trabajo, los plazos perentorios, la falta de desconexión y la disponibilidad permanente son losas.
Ramón Alexandre Salvat, vocal del grupo de abogacía joven del Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB), pone el dedo en la incertidumbre con la que conviven a diario los letrados, especialmente aquellos que se dedican a pleitear. Cuando los ingresos y hasta el empleo dependen de una sentencia favorable hay que relativizar. Con el tiempo y con ayuda, cuenta, “aprendes a que te afecte menos”. Otros factores que generan estrés en la profesión, apunta Salvat, son el abuso en las condiciones de trabajo (falsos autónomos...), la hiperregulación y la mala técnica legislativa, y la exigencia de los plazos procesales. Los psicólogos, defiende, son necesarios para gestionar el tsunami, pero subraya que no hay que asumir que los abogados tienen que vivir con estrés. “Pediría un cambio de sistema al Gobierno, a los colegios profesionales y al Consejo General de la Abogacía”, exclama.
Pedir ayuda
Daniel Sánchez Bernal, abogado en Sevilla, echa en falta que los colegios profesionales cuenten con un psicólogo. “¿Por qué no dedicar una parte del presupuesto del colegio para nuestro bienestar mental?”, propone: “Alguien con quien podamos resolver nuestras inquietudes antes de que escalen en trastornos mentales y que te enseñe herramientas”. Sánchez celebra el día en que conoció a su psicóloga, quien le ayuda a gestionar sus debilidades y canalizar sus emociones. “Todos, haciendo pequeños cambios, podemos contribuir a alcanzar el bienestar mental mucho más rápido de lo que uno podría imaginar”, sostiene.
En 2021, el Instituto de Salud Mental de la Abogacía, iniciativa que buscaba dar voz y poner cifras a los problemas de bienestar emocional del sector, tuvo que ser disuelto por falta de fondos. Pero su fundador, Manel Atserias, quien también fue miembro de la Comisión de Bienestar Profesional de la International Bar Association, no abandona el activismo. Insiste en una idea clave: existe un vínculo entre el ejercicio de las profesiones relacionadas con el derecho y los problemas de salud mental. Y hay un estigma, el miedo a la marginación laboral, a parecer débil, a dar problemas, a no parecer buen profesional, a no ser comprometido…, que alimenta la espiral del silencio.
“Hasta ahora ha existido una negación del problema”, indica el experto. Él mismo recuerda una experiencia: hace unos años, en una feria de empleo, preguntó a los responsables de recursos humanos de los despachos cómo actuarían si un candidato revelase, en la última fase de un proceso de selección, que padece un problema de salud mental. “La mayoría se limitaba a mirarme en silencio”, y luego dejaban caer que desvelarlo acabaría siendo un problema. Otros insinuaban que era algo que es mejor callar, “incluso aunque el candidato supere las pruebas técnicas”, relata Atserias, en la actualidad responsable de salud mental de Lideremos, una plataforma de talento juvenial.
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Los expertos en psicología enfocada a profesionales del sector legal, nicho donde ha florecido un notable negocio, lo que es un claro síntoma de que cada vez más abogados se atreven a hablar de sus baches, coinciden en que hay un cambio de tendencia. Ahora, los jóvenes no solo se atreven a dar el paso e ir a terapia, sino que también están desafiando el tabú y se atreven a algo prohibido hace solo unos años: hablar de su estado emocional en la oficina; incluso se animan a comentarlo con los jefes.
“En mi consulta detecto un sesgo generacional”, comenta Patricia Tudó, psicóloga especializada en el sector de la abogacía y ex abogada. “Los jóvenes de hasta 35 años tienen totalmente normalizado acudir al psicólogo. Se les nota que han recibido psicoeducación al respecto y no acuden a consulta cuando tienen una patología o trastorno de salud mental, sino cuando observan una merma de su bienestar o en sus relaciones sociales”.
Ya no es un secreto
Pero el cambio de paradigma va más allá: hasta el momento, lo normal era ocultar que una persona iba al psicólogo. En especial en un mundo como el de la abogacía, donde la tendencia era a proyectar seguridad y un perfil de abogado superhéroe, impermeable a los altibajos emocionales. Ahora los jóvenes se resisten a seguir este patrón. “Hay abogados menores de 35 años” que “lo comentan como sinónimo de que se cuidan y se preocupan de su bienestar”. Y lejos de generar rechazo, en la oficina es percibido “de forma positiva”, explica Tudó. Los psicólogos detectan que los perfiles seniors también están hablando del asunto sin tapujos. Incluso a veces son los jefes los que animan a sus júniors, si estos no están gestionando bien la presión, a pedir ayuda profesional y contactar con un psicólogo si la profesión les supera.
“Muchos abogados jóvenes acuden a terapia animados por abogados mayores, que reconocen estos procesos como un medio más eficaz para el bienestar emocional y el rendimiento profesional”, dice Marisa Méndez, psicóloga especializada en el sector legal y ex abogada. A ojos de la experta, tres factores alimentan la rueda del estrés: la incertidumbre, la naturaleza litigiosa del gremio y la constante exposición a conflictos. “Dependiendo del área de práctica, los abogados se enfrentan a situaciones impredecibles donde los resultados de sus esfuerzos pueden estar fuera de su control”. Lo que se ve agravado por “la estructura jerárquica de los bufetes”, que “fomenta una competitividad interna considerable”. “Los abogados no solo deben competir entre ellos, sino que también enfrentan la presión de demostrar su valía a los socios y clientes”.
Señales de alarma
Fatiga y agotamiento. El Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid ha elaborado un manual de primeros auxilios psicológicos, un documento que ofrece pautas para intervenir preventivamente ante las primeras señales de problemas de salud mental. Una de ellas es el cansancio crónico.
Cambios en el rendimiento laboral. Disminución en la calidad del trabajo o dificultad para concentrarse y cometer errores que normalmente no sucederían pueden ser también señales de alarma.
Irritabilidad. Explosiones emocionales y frustración son otros indicios de bornout.
Aislamiento social. Evitar reuniones o eventos sociales. Incluso hablar con colegas.
Falta de motivación e interés. Sentimiento de que ya no sientes pasión por tu trabajo o por las metas profesionales; en definitiva, actitud apática hacia las tareas o los casos importantes.
Problemas con el sueño. Insomnio o sensación de cansancio incluso después de dormir.