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La punta del iceberg
Tribuna
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El coste del populismo arancelario

La evidencia histórica y los indicadores económicos demuestran que estas políticas producen efectos adversos para los ciudadanos del país que las aplica

El presidente estadounidense, Donald Trump, firma órdenes ejecutivas este jueves en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington (EE UU).
El presidente estadounidense, Donald Trump, firma órdenes ejecutivas este jueves en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington (EE UU).YURI GRIPAS / POOL (EFE)

La victoria electoral de Donald Trump y su subsecuente declaración sobre la implementación de elevadas barreras comerciales han reactivado el debate sobre el proteccionismo económico. En esta ocasión, a diferencia de su primer mandato caracterizado por declaraciones improvisadas en redes sociales, el presidente electo ha inaugurado su estrategia con un documento jurídico meticuloso, cuya fecha límite se fija, irónicamente, el 1 de abril, Día de los Inocentes en Estados Unidos.

A modo de contexto, y aunque la mayoría entendamos qué son los aranceles, no está de más hacer un pequeño alto para definirlos. Así, los aranceles a la importación son gravámenes sobre productos extranjeros cuya carga recae inicialmente en las empresas nacionales que adquieren dichos bienes y, en última instancia, en los consumidores finales, en la medida que estas cargas pueden trasladarse a los precios. La justificación tradicional de estas medidas es fortalecer la producción nacional mientras se reduce la dependencia de productos foráneos. No obstante, tanto los precedentes históricos como los indicadores económicos demuestran que estas políticas generalmente producen efectos adversos para todos los involucrados, en especial en los ciudadanos del país que las implementa.

Según el análisis reciente de Richard Baldwin, el documento estratégico de Trump se desarrolla en tres fases claramente diferenciadas. En la primera, establece una correlación entre el déficit comercial estadounidense y los riesgos para la seguridad nacional, preparando el terreno para un arancel general del 10% sobre importaciones, al que han denominado “contribución mundial complementaria”. Este postulado inicial ya revela las intenciones subyacentes de la estrategia. En la segunda fase, estructura una intensificación de medidas contra China, contemplando gravámenes de hasta el 60% mediante instrumentos legales habilitantes, que facilitan la imposición de tarifas sin necesidad de extensas investigaciones previas. En la tercera fase, sorprendentemente, el documento incorpora estrategias de la administración Biden para obstaculizar el avance tecnológico chino.

Aunque esta estructura resulta más sólida que la implementada durante su primera administración, los efectos económicos previstos son igualmente negativos, si no peores. Durante su mandato anterior, el conflicto comercial con China generó pérdidas estimadas en 316 mil millones de dólares para empresas y consumidores estadounidenses. Este impacto económico no fue una excepción histórica; la ley Smoot-Hawley de 1930 agravó significativamente la Gran Depresión al incrementar los costes de importación y desencadenar una oleada de represalias comerciales globales. De aquella dolorosa lección, con sus efectos multidimensionales, el mundo había aprendido a valorar y promover el libre comercio. Sin embargo, las políticas actuales sugieren un retorno preocupante a la era del nacionalismo económico y sus consecuencias negativas.

Ante la evidencia histórica de sus costes, surge la pregunta: ¿qué explica la persistente popularidad de los aranceles entre quienes los defienden como protección de la industria y el empleo nacional? El argumento principal sostiene que el proteccionismo fortalece sectores estratégicos para la seguridad y estabilidad económica nacional, al elevar los precios de productos extranjeros y beneficiar a los productores locales. La motivación subyacente responde claramente más a estrategias políticas que a fundamentos económicos sólidos. Sin embargo, estas medidas continúan atrayendo a un público que desconoce sus consecuencias reales y su limitada efectividad en el cumplimiento de sus objetivos declarados: preservar empleos y revitalizar regiones industriales afectadas por la globalización. No en vano, diversos estudios confirman que una parte significativa del apoyo electoral a Trump proviene de estas promesas proteccionistas, aunque difícilmente puedan realizarse para el conjunto de la población.

Podemos poner algunos datos a este coste. Por ejemplo, investigaciones de la Reserva Federal estadounidense revelaban una realidad inapelable: cuando un sector industrial se ve afectado por aranceles, el empleo manufacturero disminuye en promedio un 1.4%, contradiciendo frontalmente las expectativas de los votantes que apoyan estas medidas. Esta aparente paradoja, donde la protección se convierte en amenaza, se explica según el estudio por tres factores fundamentales. Primero, por la protección contra importaciones que contribuye un modesto 0.4% al empleo, creando puestos para sustituir la producción importada. Sin embargo, este beneficio limitado es completamente neutralizado, en primer lugar, por el incremento en costes de materiales (-1.1%), que contrae el mercado y, en segundo lugar, por la caída en las exportaciones debido a las medidas de represalia de otros países (-0.7%).

El caso de la industria de electrodomésticos resulta particularmente ilustrativo de estos efectos nocivos. Los aranceles impuestos en 2018 sobre importaciones surcoreanas y chinas generaron aproximadamente 1.800 empleos en fábricas de Whirlpool, Samsung y LG en Estados Unidos. Sin embargo, el coste para los consumidores fue absolutamente desproporcionado: cerca de 817.000 dólares en sobrecostes por cada empleo creado en el sector de lavadoras, y 900.000 en la industria siderúrgica. Este patrón se repitió sistemáticamente en diversos sectores: los beneficios concentrados en ciertas industrias fueron ampliamente superados por los costes distribuidos entre millones de consumidores y empresas dependientes de importaciones.

La situación se complica aún más cuando se consideran los aspectos estratégicos más allá de la economía inmediata. Uno de los mayores desafíos actuales de Estados Unidos radica en su dependencia de China en materiales críticos: el gigante asiático controla el 70% de las tierras raras, elementos fundamentales para las energías renovables y la tecnología moderna. Los aranceles propuestos podrían obstaculizar significativamente la transición energética estadounidense, representando un error estratégico en plena competencia tecnológica global, aunque esta consecuencia parezca irrelevante para la administración Trump. Además, el impacto de estas medidas sobre la inflación resulta especialmente preocupante en el contexto económico actual. Con una inflación recientemente moderada, nuevos aranceles funcionarían como un impuesto regresivo, afectando desproporcionadamente a familias de ingresos medios y bajos. Los análisis económicos sugieren que las tarifas propuestas podrían incrementar los precios de productos básicos entre 5% y 15%, representando un gasto adicional anual de 2.300 dólares para una familia promedio estadounidense.

Finalmente, incluso podemos argumentar que difícilmente los aranceles podrían solucionar el problema del déficit norteamericano. El reconocido economista Michael Pettis explica en Forbes por qué los aranceles simplemente redistribuyen el problema sin resolverlo de fondo. El déficit comercial estadounidense no se origina realmente en el comercio bilateral, sino en desequilibrios globales más profundos en los flujos de capital. China y Europa exportan su exceso de ahorro, resultado de políticas que restringen el consumo interno en el caso chino y de patrones de ahorro históricamente conservadores en Europa. Estos flujos financieros generan inevitablemente déficits comerciales en Estados Unidos, financiados precisamente por el capital que circula entre estas regiones. Esta dinámica, basada en patrones estructurales de las diferentes economías, no se resolverá con simples aranceles bilaterales; los desequilibrios simplemente se redirigirán hacia otros mercados mediante el fenómeno conocido como desviación comercial.

Asistimos así a un guion familiar: mismo protagonista, mismos errores fundamentales, solo con una presentación más sofisticada. Los aranceles constituyen una solución simplista para problemas económicos profundamente complejos. Como toda medida populista, prometen beneficios inmediatos y visibles mientras ocultan costes sustanciales y duraderos a largo plazo. En una economía globalizada e interconectada, la prosperidad económica sostenible no se alcanza erigiendo barreras artificiales, sino desarrollando ventajas competitivas genuinas y adaptables.

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