El fantasma del euroescepticismo: el papel de la trampa de la pobreza
La creciente desafección hacia el proyecto europeo podría tener sus raíces en el estancamiento económico de numerosas regiones del continente
En los últimos años, un fantasma se cierne sobre Europa: el euroescepticismo. Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han puesto de manifiesto una tendencia que ya se vislumbraba en los diferentes comicios nacionales: los partidos extremistas, particularmente de extrema derecha, han ganado adeptos y representación política a pasos agigantados.
Este fenómeno no se limita a unos pocos países. En algunos, estas formaciones han llegado a ganar elecciones recientemente. En otros, sus líderes ocupan el cargo de primer ministro desde hace tiempo, coqueteando peligrosamente con potenciales “adversarios” de Occidente.
Aunque se han propuesto diversas explicaciones para este fenómeno, un reciente estudio aporta una perspectiva novedosa y reveladora. El trabajo, liderado por Andrés Rodríguez-Pose —a quien considero el economista regional español más destacado y uno de los más prestigiosos a nivel mundial— sugiere una causa potencial que merece toda la atención. Así, Rodríguez-Pose y sus coautores argumentan que la creciente desafección hacia el proyecto europeo podría tener sus raíces en el estancamiento económico de numerosas regiones del continente, un fenómeno conocido como la “trampa de la pobreza”.
La trampa de la pobreza, ya sea para países o regiones, describe el caso de un círculo vicioso económico y social que perpetúa la falta de desarrollo pleno de sus economías. Podríamos decir que es un fenómeno caracterizado por una serie de factores interconectados que se refuerzan mutuamente, principalmente incentivos perversos, que mantienen a parte de la población atrapada en condiciones de privación relativa (precariedad). Entre estos factores se encuentran la falta de inversión en infraestructura y capital humano, instituciones débiles, dependencia de materias primas o de sectores de bajo valor añadido, y vulnerabilidad ante shocks externos.
Dicha situación tiene derivadas relevantes. Por ejemplo, la escasez de recursos reduce o limita la capacidad del Estado para proporcionar servicios como la educación y la salud, lo que a su vez disminuye, como un círculo vicioso, la productividad de la fuerza laboral y frena el crecimiento económico. Cuanto menor es la productividad comparada con la de vecinos con mayor éxito, menores son los incentivos a la inversión extranjera y doméstica, perpetuando el ciclo. Y por ello, la falta de oportunidades económicas puede conducir a inestabilidad política y conflictos, exacerbando aún más los problemas existentes.
Romper este ciclo requiere intervenciones en muchos ámbitos, sostenidas en el tiempo, incluyendo reformas institucionales, inversiones estratégicas en sectores clave y colaboración internacional. Sin embargo, la complejidad y el arraigo de estos problemas hacen que superar la trampa de la pobreza sea un desafío formidable para muchas naciones y regiones.
Lo que Rodríguez-Pose y coautores encuentran es que las regiones atrapadas en este limbo económico están virando hacia partidos euroescépticos en números cada vez mayores. Y lo que es más preocupante: cuanto más tiempo permanece la región en esta trampa, más fuerte es el respaldo a aquellos que prometen una alternativa al statu quo europeo.
Pero, ¿cuáles son las principales causas de la trampa? Es evidente que dichas causas pueden ser tan numerosas como regiones estemos analizando. Sin embargo, podríamos enumerar algunas que podrían considerarse comunes.
En primer lugar, la globalización y los avances tecnológicos, que durante mucho tiempo se vendieron como la panacea para todos los males económicos, han resultado ser un arma de doble filo. Mientras algunas regiones han florecido en esta nueva economía global, otras se han deslizado por un declive aparentemente irreversible.
Así, la desindustrialización ha golpeado con especial dureza a regiones que una vez fueron el centro productivo de Europa. Estas zonas, incapaces de adaptarse rápidamente a la nueva economía del conocimiento, se han visto atrapadas en un círculo vicioso de declive y fuga de talento. Sorprendentemente, no son solo las áreas tradicionalmente más pobres las que sufren; muchas regiones de ingresos medios y altos también están luchando por mantener su relevancia económica.
En segundo lugar, la geografía también juega un papel crucial en esta ecuación. Algunas regiones se encuentran en desventaja por su mera ubicación, alejadas de los principales centros de actividad económica o con infraestructuras deficientes que dificultan su integración en las cadenas de valor globales.
En cuanto a España, podríamos decir que dicha trampa parece enlazar con el “éxito” de algunos sectores en los diferentes ciclos económicos experimentados desde inicios de siglo. Hace unas semanas, en esta misma columna, explicaba que el turismo, sector de gran valor para la economía española, podría crear incentivos perversos como la falta de formación para los jóvenes que viven en zonas con alta intensidad de este sector. Esto generaría a medio y largo plazo una dependencia a una actividad que exige poca formación media pero ofrece salarios que sirven como reclamo a pesar de dicha “sub”-formación (bajo coste de oportunidad). Dichos incentivos provocan la perpetuación de estos trabajadores en contratos en buena parte precarios y de bajos salarios al ser un sector de bajo valor añadido.
En cuanto a la expansión previa a la Gran Recesión, España experimentó algo similar con un sector de la construcción que absorbió a buena parte de la oferta nueva de mano de obra que se integraba entonces al mercado laboral. La inmigración de aquella época lo hizo también bajo la sombra de dicho sector, cuyos salarios podrían parecer resultado de una burbuja financiera. Su colapso en 2008 dejó el campo laboral español como uno de batalla con bajas que difícilmente encontraron acomodo en un mercado de trabajo surgido tras las heridas de la crisis. La pérdida para la economía española fue inmensa, con consecuencias que aún hoy las sufrimos. Una trampa en toda regla.
La pregunta que queda flotando es si las regiones o países tienen las herramientas necesarias para reinventarse. El aumento del euroescepticismo sugiere que muchos ciudadanos creen que no es así. En este panorama, el desafío para los líderes europeos es mayúsculo. Deben encontrar formas innovadoras de revitalizar los sectores en declive sin dejar de impulsar la innovación y la competitividad global de la economía europea. Las políticas de desarrollo regional necesitan una revisión profunda, pasando de un enfoque de “talla única” (quien haya gestionado fondos europeos sabe de lo que hablo) a estrategias más personalizadas que tengan en cuenta las fortalezas y debilidades (y necesidades) específicas de cada región.
El tiempo apremia. Cada año que pasa con regiones atrapadas en el estancamiento es un año más de frustración que se acumula y se traduce en votos euroescépticos. La UE debe demostrar que puede ofrecer prosperidad y oportunidades no solo a unas pocas regiones privilegiadas, sino a todos los rincones del continente. Debemos exorcizar al fantasma.
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