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¿Las mejores lecciones para una crisis? Lea las memorias de Marx (Groucho)

Para entender muchos de los comportamientos que se producen durante las crisis financieras, así como las circunstancias que los rodean, la autobiografía del cómico es imprescindible

El comediante y actor Groucho Marx, en una foto de1965.
El comediante y actor Groucho Marx, en una foto de1965.TV Times (TV Times/Future Publishing via G)

A medida que la tarima va tiñendo las canas, una se pregunta si para explicar fenómenos complejos es mejor utilizar sesudos análisis y textos barrocos o, por contra, se debe recurrir a otro tipo de aproximaciones menos convencionales y ortodoxas. Ante esta dicotomía, me decanto personalmente por la segunda ya que si, por ejemplo, una quiere entender, de verdad, muchos de los comportamientos que se producen durante las crisis financieras, así como las circunstancias que los rodean, la autobiografía de Groucho Marx, Groucho y yo, no sólo es altamente recomendable, sino que me atrevería a decir que es imprescindible.

Bajo su perspicaz prisma, algunos enmarañados y embrollados mecanismos se observan nítidamente y, además, constituye una excelente narración de lo que realmente ocurrió en la crisis de 1929. Cabe destacar, sin embargo, que la lectura del texto no es, ni mucho menos, un compendio de análisis técnicos (con ecuaciones que incluyen multitud de letras griegas, análisis econométricos desde la más insospechadas perspectivas y gráficos con numerosas fuentes y variables) sino un conjunto de hechos y situaciones cómicamente hilvanados. Con todo, una lectora avezada, sagaz e inteligente pueden encontrar en él, las principales lecciones que se deberían extraer de cualquier proceso de burbuja especulativa.

Contra lo que se pudiera pensar, Groucho hace gala, por partes iguales, de una comicidad envidiable y de una lucidez encomiable en la utilización de conceptos económicos y su interrelación para narrar cómo las personas toman decisiones en dichos contextos. De esta manera, el escrito podría inscribirse, sin ningún género de duda, en el campo de las investigaciones económicas que proporcionan una visión empírica sobre los factores que inciden en el riesgo de sufrir una crisis financiera y de los distintos periodos por los que transcurre este fenómeno.

Desde su posición, Groucho goza de una vista privilegiada ya que ve el mundo por delante y por detrás, al igual que si estuviera en el escenario, así que empieza por el principio: hay algo novedoso en el sistema económico y con enormes potencialidades, lo que atrae a no pocos curiosos y advenedizos. Durante la fase inicial, escribe, “un negocio mucho más atractivo que el teatro atrajo mi atención y la del país; un asuntillo llamado mercado de valores”. En esta etapa es cuando se (auto)convence de que es un negociante muy astuto y hábil en tanto que todo lo que compra sube de valor, por lo que no es necesario tener ningún asesor financiero ni escoger o priorizar entre distintas inversiones. Entre bambalinas, por tanto, recoge todo tipo de confidencias porque la máxima es “¡compra ahora antes de que sea demasiado tarde!”, puesto que los augurios nunca variaban: arriba, arriba, arriba y, para no desentonar, arriba.

Hacia la mitad del capítulo (y del proceso de burbuja), se hace dos preguntas enormemente interesantes: “¿cuánto tiempo durará esto? y ¿no debería haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones?”; e incluye los augurios negativos de los profetas financieros que escribían artículos sombríos, pero que “apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela”. Hasta darse cuenta de que nunca obtuvo beneficios debido a que parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor; pero empezaba a sentirse cada vez más nervioso.

Mediante su corrosiva prosa, también describe elementos de psicología personal cuando se percata que el poco juicio que tenía le aconsejaba vender, pero que, “al igual que todos los demás primos, era avaricioso”. Para otra muestra de su conocimiento de la naturaleza humana el relato de cómo el fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, estaban “todos anhelantes de hacerse ricos y arrojaban sus mezquinos salarios – y en muchos casos, sus ahorros de toda la vida – a Wall Street”.

Por último, recurre a cinco palabras de Max Gordon, su amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, para describir el siempre abrupto final de una burbuja: “¡Marx, la broma ha terminado!”. Según Groucho, y en parte la mía, “en toda la bazofia escrita por los analistas de mercado, nadie hizo un resumen de la situación mejor”. Sin lugar a duda, es una buena síntesis, pero asimismo también describe las distintas fases del derrumbe; vacilación, nervios, pánico, desplome (resumida con la magistral oración que Wall Street lanzó la toalla; lo que dicho sea de paso “es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando”) y, finalmente, consuelo porque todos sus amigos estaban en la misma situación e, “incluso en la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, se prefiere la compañía”.

So pena de ser reiterativa, quisiera insistir en mi defensa de visiones heterodoxas y métodos alternativos para complementar los análisis técnicos y de fundamentales con el objetivo de entender mejor la realidad. Sobre esta afirmación, naturalmente, habrá quién prefiera unos géneros sobre otros y distintas posiciones y percepciones (a favor y en contra, como mínimo; aunque no creo que se llegue a más de doscientas) pero no me cansaré de recomendar Groucho y yo como libro de cabecera; incluso por delante de otros clásicos como Tirant lo Blanc, El Quijote, Tristán e Isolda o El capitán Alatriste.

Tras su lectura, no sólo será usted más sabia, sino que además le obligará a esbozar una sonrisa de vez en cuando, cosa nada baladí en estos tiempos que corren. Versus otras narraciones y textos, no tengo ninguna duda que es superior desde numerosas miradas, puntos de vista o perspectivas sin llegar a ser ese final de un ocaso crepuscular. Vía este artículo, he intentado transmitir no sólo mi ilusión por la ciencia económica sino mi pasión por la enseñanza y mis alumnos; no obstante, si quiere enviarme algún comentario, vituperio o alabanza, no utilice la página web del periódico y hágalo, como diría Groucho, en el reverso de un cheque.


Josep Maria Sayeras es profesor del departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad de Esade.

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