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Opinión
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La guerra de Trump: una lobotomía a la lógica económica

Parece mentira que a estas alturas del siglo XXI tengamos que defender el libre comercio y denunciar las nefastas consecuencias del proteccionismo

Miniatura de Donald Trump en 3D, señalando un dolar.

No existe nada más absurdo que el daño autoinfligido disfrazado bajo la apariencia de ciencia. En 1949 la Asamblea del Nobel otorgó el galardón al neurólogo portugués Antonio Egas Moriz por el desarrollo del procedimiento quirúrgico conocido como lobotomía. En 1951 se realizaron cerca de 20.000 en Estados Unidos. No hacía falta tener un doctorado en medicina para saber que perforar el cráneo de una persona con trastornos psiquiátricos y hurgar dentro de su cerebro no podía traer nada bueno. Miles de muertos más tarde, tamaña aberración fue prohibida.

De la misma forma parece mentira que a estas alturas del siglo XXI tengamos que defender el libre comercio y denunciar las nefastas consecuencias del proteccionismo y las tarifas con las que el presidente de Estados Unidos parece haber entrado en un trance alucinatorio.

Desde Adam Smith y los conceptos de la mano invisible, la división del trabajo y el libre comercio desarrollados en The Weath of Nations (La riqueza de las naciones) en 1776 hasta la teoría de la ventaja competitiva demostrada por David Ricardo en 1817 (más los estudios de David Hume) estamos hablando de los conceptos más básicos a enseñar a cualquier estudiante. Hasta tal punto que en los años 30 el matemático de Harvard Stanislaw Ulam retó al futuro Premio Nobel Paul Samuelson a que “nombrase una sola proposición de las ciencias sociales que fuese cierta y no intuitiva”. Samuelson respondió categóricamente años más tarde: “La teoría de la ventaja competitiva de Ricardo”.

No en vano, la Ley de Tarifas Smoot-Hawley, implementada en USA en 1930, contribuyó gravemente a la Gran Depresión (si bien la causa más importante fue el colapso de la burbuja de crédito). Los problemas actuales son síntomas derivados de la mayor burbuja financiera jamás creada por el ser humano. Si no son las tarifas será otra cosa pero las burbujas de crédito son inherentemente inestables.

Estas medidas proteccionistas se basan en el espejismo del conocimiento asignado a las clases dirigentes. Pero, como dijo John Kenneth Galbraith, “hay dos clases de predictores; los que no saben y los que no saben que no saben”. Entra en juego el concepto de “arrogancia fatal” desarrollado por Friedrich Hayek en el que los burócratas y planificadores centrales consideran, erróneamente, tener la información necesaria para tomar decisiones económicas. El Gosplan soviético comenzó en 1921 con seis empleados. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991 la CIA desclasificó informes en los que se descubrió que se habían alcanzado los 35.000 empleados, la mayoría economistas, encargados de fijar todos los precios, tarifas y cuotas imaginables. Aquella monstruosidad no fue precisamente un modelo a seguir.

Europa no es ajena a políticas proteccionistas, sean directas o a través de subsidios. Hay casos alarmantes. Las políticas diseñadas por los burócratas de Bruselas han llevado a un coste de energía residencial un 70% por encima de Estados Unidos. Pero debido a impuestos y gravámenes (entre otras cosas) el coste de la energía industrial se encuentra entre 3-4 veces más alta que en EE UU o China con las nefastas consecuencias que implica.

Hay que tener en cuenta, asimismo, que los trabajos de Hume y Ricardo funcionan en el contexto de un patrón oro mientras que la realidad en el mundo de dinero del Monopoly en que nos encontramos es algo diferente. No hay que olvidarse de las palabras de Hayek: “Con la excepción del período en que estuvo en vigor el patrón oro, todos los gobiernos de la historia han usado su poder monopolístico de emitir dinero para defraudar y rapiñar a los ciudadanos”.

El proteccionismo es muy fácil de vender políticamente. Los políticos sólo quieren tomar decisiones a corto plazo que les ayuden a ganar las siguientes elecciones aún a pesar del largo plazo. Especialmente si esas decisiones benefician a un grupo económico muy visible. Los costes de esas decisiones, soportadas por otros grupos no tan visibles, requieren una imaginación que no todo el mundo tiene. Hayek de nuevo dio en el clavo: “Los efectos negativos de las tarifas se extienden sobre un número grande de personas y son así más difíciles de ver que sus beneficios”.

Frédéric Bastiat escribió su famosa sátira El Manifiesto de las Velas en contra del proteccionismo en 1845. Los productores buscan protección frente a la competencia (el sol) no para mejorar la vida del pueblo francés sino para mantener sus privilegios. Cuando se reduce la competencia, eficiencia e innovación para proteger a ciertas industrias se generan los lobbies y se perjudica al ciudadano, que paga los costes. Bastiat desarrolló los conceptos de “lo que se ve” y “lo que no se ve”, posteriormente popularizados por Henry Hazlitt.

Al tomar una medida económica hay que tener en cuenta no sólo las consecuencias a corto plazo sino a largo plazo, el impacto no sólo sobre un grupo económico sino sobre toda la sociedad y “lo que se ve” frente a “lo que no se ve”. Todo el mundo ve el beneficio a un grupo de presión pero imaginarse la pérdida de renta del consumidor que se ve forzado a pagar más por el mismo bien y que podría haber sido destinada a otros sectores requiere una imaginación contraintuitiva.

Las tarifas aumentan la inflación y reducen la renta disponible de los grupos más vulnerables. Los efectos en cascada afectan a toda la cadena productiva. Y si se reducen los tipos de interés para mitigar los efectos negativos ya estamos hablando de imprimir más billetes, que es la única receta que los bancos centrales han aplicado. Como decía Charlie Munger, “a alguien con un martillo todo le parece un clavo”.

Desde principios de año el dólar americano se ha depreciado un 12% frente al euro y un 22% frente al dinero de verdad (el oro… el euro también se ha depreciado frente a él). Y si las depreciaciones monetarias fuesen el camino hacia una cornucopia de riquezas ilimitadas Argentina, Venezuela o Zimbabue serían Singapur.

Los bancos son especialmente sensibles a estas medidas medievales. No sólo son empresas increíblemente cíclicas y apalancadas sino que valoraciones bursátiles estratosféricas (de la bolsa americana en general) hacen que al menor tosido todos sufran.

Ante medidas que pueden parecer benignas conviene recordar las palabras de Laocoonte ante la visión del caballo de madera ante los muros de Troya: Timeo Danaos et dona ferentes (”Desconfío de los griegos incluso cuando traen regalos”). Al pobre Laocoonte nadie le hizo caso. Murió devorado junto con sus hijos por unas serpientes enviadas por Atenea al intentar quemar el caballo para alertar del peligro. En eso no hemos cambiado.

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