“Lo primero, no hacer daño”: lecciones sin aprender para afrontar las crisis en la banca
Eliminar el Fondo de Garantía de Depósitos, combinado con mayores requerimientos de capital y una eliminación del sistema de reserva fraccionaria, protegería mucho más a los contribuyentes, clientes y a los propios bancos
Según Hacienda el impuesto “temporal” a la banca para gravar sus beneficios extraordinarios recaudó 1.695 millones de euros durante 2024. Y cualquier impuesto que lleve la etiqueta de temporal rápidamente se transforma en permanente debido al insaciable apetito del Leviatán estatal. Yo no soy susceptible de ser un defensor de las prácticas bancarias de los últimos tiempos que, en muchos casos, rayan (o superan) lo delictivo. Por no mencionar la quiebra del sistema financiero que obligó a rescatarlo. Sin embargo, este impuesto es un error que no queda mitigado por el hecho de cobrárselo al Gran Satán con el que se etiqueta a la banca.
En 1696, William III de Inglaterra introdujo un impuesto a la propiedad para los ricos que vivían en casas con más de seis ventanas. Pero mucha gente normal vivía en bloques con numerosas ventanas. Así que para evitar pagar el impuesto los propietarios tapiaron las ventanas. El impuesto estuvo en vigor hasta 1851 y como las ventanas tapiadas evitaban la entrada de la luz se acuñó la expresión daylight robbery (atraco a la luz del día).
El problema con la banca no es que haya que cobrarle más impuestos para crear un colchoncito con el que rescatarla. El problema es que hay que evitar que quiebre y, de hacerlo, que no haya que rescatarla. Si este nuevo impuesto se colocase en un fondo fiduciario harían falta 59 años para crear un fondo lo suficientemente grande como para lidiar con una crisis similar a la del 2007. Y haría falta que los políticos no metieran mano a esos fondos durante seis décadas. Pero como dijo el gran torero Rafael Guerra, Guerrita, “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”.
Lo mismo sucede con el Fondo de Garantía de Depósitos. En España existen 900.000 millones de euros garantizados por el FGD. Pero los activos del FGD son poco más de 7.000 millones. Al ritmo actual de aportaciones le llevaría al FGD 595 años tener los fondos suficientes para hacer frente a los depósitos. Un sinsentido. De hecho, aunque parezca contraintuitivo, eliminar el FGD, combinado con mayores requerimientos de capital y una eliminación del sistema de reserva fraccionaria, protegería mucho más a los contribuyentes, clientes y a los propios bancos.
El problema no es que la banca haya ganado mucho dinero con el dinero gratis que los bancos centrales han dilapidado. El problema es que el BCE ha impreso 24 toneladas de billetes al día, cada día, desde hace 16 años. Y esos beneficios extraordinarios de los que la banca ha disfrutado aplican también a otros muchos sectores que se han beneficiado del dinero barato. Sin embargo, a nadie se le ocurre ponerles un impuesto similar (aunque todo se andará). Los impuestos a la banca son muy golosos para los políticos porque dan la apariencia de firmeza, pero no sólo no solucionan sino que empeoran los problemas. Maquiavelo ya lo explicó hace 500 años: “A la gran mayoría de la humanidad le satisfacen las apariencias y las tratan como si fuesen realidades”.
La apariencia de regulación bancaria sólo ha llevado a un sistema cada vez más frágil con menores requisitos de capital. A mediados del siglo XIX, los bancos americanos tenían un capital equivalente al 55% de sus activos. Antes de la creación de la Fed (1913) y el FGD (1933) eran frecuentes ratios de capital del 15%, algo impensable tras las diferentes reformas que nos llevaron a la implementación de los modelos de riesgo en la década de 1990, con los que los bancos ya tuvieron niveles de capital inferiores al 5%. Se ha pasado de un sistema de altísimos niveles de capital de partnerships privados (en los que los dueños asumían las pérdidas) a un sistema de “demasiado grande para hacer” (en el que los contribuyentes pagan la factura). ¿Pero qué idea de progreso es esa?
A la banca hay que rescatarla porque funciona con un sistema de reserva fraccional creando dinero de la nada. En caso de problemas hay que rescatar a la entidad de turno porque ningún gobierno quiere tener a masas enfurecidas de depositantes intentando retirar unos depósitos que, sencillamente, no existen. Pero este sistema no ha sido el predominante a lo largo de miles de años de historia financiera. De hecho, es una excepción relativamente moderna (empezó a desarrollarse de 1300 a 1600). El Código de Hammurabi, del 1775 A.C., ya consagraba las reglas de la banca y la Ley 120 constituye un requisito de reserva del 100% para los depositantes. Asimismo, en la Antigua Grecia los templos de Apolo y Artemisa mantenían reservas del 100%. Más recientemente el banco de Ámsterdam (fundado en 1609) mantuvo un coeficiente de reservas del 100% hasta 1770 convirtiendo a Holanda en el centro del comercio mundial.
¿Y cómo se previene otra crisis bancaria? Eliminar el fondo de garantía de depósitos y el sistema de reserva fraccional no sería mala idea. Mayores requisitos de capital (que no limitarían el crédito sino que lo aumentarían ya que las entidades dispondrían de colchones más grandes con los que asumir riesgos), partnerships en vez de sociedades anónimas y entidades más pequeñas y no más grandes (que son mucho más frágiles).
Cuando en finanzas se interviene de forma agresiva con planificación centralizada evitando las crisis temporales naturales se genera un crecimiento que nunca debería haber existido y que una vez explota genera crisis mucho más severas. La conclusión es que “menos es más” en sistemas complejos (como las finanzas). De hecho, el juramento hipocrático usado en medicina indica que “lo primero es no hacer daño”.
La propuesta realmente efectiva (no la de subir impuestos) ya la hizo Cicerón hace más de 2.000 años: “El presupuesto debe ser equilibrado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos deber ser moderada y controlada para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar en lugar de vivir a costa del estado”.
Desafortunadamente la situación actual se asemeja más a la enseñanzas de Henry Hazlitt: “La única forma que los burócratas conocen para mantener la prosperidad es seguir inflando; aumentar el déficit, imprimir más dinero y cobrar más impuestos. Pero las consecuencias de esa inflación son inversiones improductivas, derroche, aumento de la especulación, beneficiar a ciertos grupos a costa de otros, corrupción, desilusión, resentimiento social, levantamientos, bancarrota, aumento de los controles gubernamentales y eventual colapso”.