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Política interna
Tribuna
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Dirección de despachos: del ego del líder a cruzar dedos para ser elegido

Si queremos atraer, mantener y comprometer a los profesionales de nuestras firmas, ya no vale lo de siempre

Getty Images

Acabo de poner un pie como socia directora de un despacho de abogados y veo que en la dirección muchas cosas han cambiado desde la pandemia. Una de ellas es que, si queremos atraer, mantener y comprometer a los profesionales de nuestras firmas, ya no vale lo de siempre. Ya no son lentejas. Los equipos ahora son ecosistemas colaborativos y transversales en los que la jerarquía pura no es suficiente.

Buena prueba de ello ha sido la guerra por el talento que hemos sufrido en los últimos tiempos. Algunas empresas (la mayoría) han optado por silenciar las necesidades de los trabajadores a golpe de talonario. Es una política cortoplacista y efectiva en ese mismo corto plazo.

Otras han caído en los fáciles y coloridos washing, donde de puertas para adentro esas causas se han quedado en mera acción comercial. Hablo de ecologismo (greenwashing) o feminismo (pinkwashing), pero también de grandes principios éticos que solo se leen en los escaparates del compliance o en códigos que se leen y no se aplican.

La realidad cada vez menos silenciosa es que son las nuevas generaciones las que escogen dónde quieren trabajar y no al revés. Somos las empresas las que somos entrevistadas y escrutadas en los procesos de selección. Este cambio en las dinámicas de contratación, casi radical, requiere de nuevas formas de dirección y gestión, tanto emocional como ética.

El liderazgo empieza por uno mismo. La dirección debe ser el ejemplo de lo que queremos que sea la cultura de una empresa. La cultura no se puede fingir, se tiene que vivir. No se puede pretender ser humanista, ecologista o feminista sin sentirlo y sin predicarlo con el ejemplo.

Es muy fácil hacer uso de todos los colores de limpieza empresarial para parecer más atractivo, pero, como hemos dicho, la autenticidad y la cultura no se pueden fingir. El lavado de cara y el dinero sirven para tener, pero no para retener. Si no eres un reflejo de los que dices que son tus principios, enseguida pierdes credibilidad y, a continuación, el talento. Más adelante, también perderás los clientes pues, cada vez más, las empresas quieren que sus proveedores y socios de negocios compartan valores y principios.

De hecho, hoy en día los puestos de responsabilidad son también responsables de la felicidad de sus equipos; de que estos encuentren su ikigai (palabra japonesa que puede traducirse por "razón de vivir"). Deben conocer sus fortalezas y debilidades, lo que aman y sacar lo mejor de cada uno de ellos. Los equipos son un reflejo de la organización y esta enorme responsabilidad debe recaer sobre los líderes que deben sentirla con ese peso. Es ese peso el que justifica una mayor retribución del equipo directivo.

Es preciso, casi urgente, crear nuevos entornos de trabajo en los que se parta de la confianza hacia el equipo y de poner a un lado los miedos propios, los estereotipos y la microgestión. Tiene que existir libertad de pensamiento. No digo respeto por la diferencia, sino casi devoción por ella.

Solo pensando “fuera de la caja” y cuestionando el statu quo surgen las grandes ideas. Para ello, se ha de crear un profundo grado de confianza en la organización, de forma que todas las partes interesadas sepan que sus ideas van a ser escuchadas y, en su caso, implementadas. Y todo ello sin restar un ápice de valor y de protagonismo a su creador. La obligación del líder es dejar el ego (no el coraje o la valentía) en la entrada.

En conclusión, los líderes y la dirección deben ser el ejemplo de la cultura que se quiere instaurar en una empresa, auténtica y verdadera, y no solo una apariencia que busque atraer el talento. Las nuevas generaciones de trabajadores buscan en las empresas un lugar donde puedan ser felices y desarrollar su potencial. Por ello, los líderes deben conocer a su equipo, ser conscientes de su responsabilidad y crear entornos de trabajo en los que reine la confianza y se respete la diversidad. Las empresas deben ser un reflejo de los valores y principios que proclaman y dejar el ego a un lado para crear un ambiente propicio para la innovación y el crecimiento.

Pensemos que si más de la mitad de nuestro día lo pasamos en el trabajo (presencial o remoto), qué menos que hacerlo sacando lo mejor de nosotros y de los demás. Empecemos cada semana con emoción y acabémosla con productividad y satisfacción. Que nadie odie los lunes, por favor.

Cristina de Santiago, socia directora de ALEDRA Legal.

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