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Escrito en el agua
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El mercado laboral y la inflación alemana marcan el paso a España

Más allá de la guerra y la energía, el pleno empleo germano, como el americano, presiona sobre los precios y los tipos de interés

fábrica alemania
Fábrica de Porsche en Stuttgart (Alemania).GETTY IMAGES

España tiene una de las tasas de inflación más modestas de la zona monetaria del euro, pero su peso específico en Europa limita su influencia en la determinación final de las políticas monetarias. En los meses venideros, tal como ha ocurrido en los precedentes, serán las economías centrales del euro las que impondrán una política monetaria más dura, con tipos más altos de los convenientes por estos predios, para devolver las tensiones de los precios a los niveles razonables del 2%. Italia, Holanda, Francia y sobre todo Alemania condicionarán la financiación en España en un momento en el que la inversión ha entrado en fase durmiente por un encarecimiento muy repentino cuyo final no se alcanza a ver con claridad.

Si durante los primeros años del siglo, los primeros años del euro, los países sureños de tradición inflacionista disfrutaron de una explosión de la inversión a precios desconocidamente baratos, con tipos de interés reales anormalmente negativos, ahora el mapa se ha dado la vuelta en una unión monetaria que sigue siendo tan asimétrica como entonces. En los primeros años de lo que se creía una unión monetaria óptima, Alemania, que arrastraba la pesada digestión de la reunificación y absorción de la República Democrática Alemana, era el auténtico enfermo de Europa e impuso la disciplina en los precios y en los tipos de interés a todos sus socios.

Esos dos primeros lustros de moneda y tipos comunes desataron irracionales comportamientos de la inversión, los precios y los niveles de competitividad de la economía española (y otras cuantas de reconocida debilidad), con consecuencias que es doloroso recordar. Ahora las circunstancias geopolíticas han llevado a la primera economía del euro a tensiones inflacionistas desconocidas, pese a la disciplina germánica de sus agentes económicos. La presión de los tentáculos energéticos de la guerra de Ucrania impide que los precios cedan de manera ostensible tras año y medio largo de tasas de inflación al borde del descontrol. Ahora, para desventura de la economía española, Alemania condicionará tipos de interés elevados, como al principio de siglo los imponía planos para ventura nuestra.

La cuestión es cuándo volverán a su cauce de equilibrio las variables para disponer allí y aquí de inflaciones y tipos asumibles, que generen crecimiento asumible a costes razonables. En España, al contrario que en Alemania, la lógica económica siempre ha cotizado a la baja. La relación entre las variables económicas se comporta las más de las veces de manera adversa a como dictan los clásicos: el intervencionismo gubernamental, la sobreprotección de los privilegios, el paternalismo decimonónico y el miedo cerval al libre funcionamiento del mercado amaneran la marcha racional de cada una de ellas y condicionan sus resultados.

Haciendo cierta abstracción de la relación directa actual entre guerra, dependencia energética e inflación, Alemania es un país disciplinado con los precios desde que hace un siglo la inflación destruyese su economía, desquiciase a su sociedad y la echase en brazos del nazismo, mientras que España ha considerado siempre la inflación el mejor amigo del hombre, ha protegido a sectores enteros de la competencia y ha corregido alegremente las espirales inflacionistas con devaluaciones empobrecedoras de su propia moneda mientras dispuso de ella.

Aunque en esta economía la lógica tiene poco espacio para imponer sus criterios, los elevados niveles de desempleo (el doble que en la unión monetaria tanto en tasa general como en la juvenil) inducen a pensar que ejercerán una presión bajista sobre los precios de bienes y servicios, sean de provisión nacional o estén abiertos a la competencia externa. Pero no lo hacen, y España ha mantenido el nivel de paro muy por encima de su particular tasa de desempleo no aceleradora de inflación (NAIRU por sus siglas en inglés: Non-Accelerating Inflaction Rate of Unemployment), que no ha alcanzado su punto de equilibrio nunca desde que es una economía abierta.

Ni siquiera en los últimos años del ciclo expansivo que reventó la crisis de 2008, cuando las tasas de paro descendieron a niveles de un solo dígito, desconocidamente europeas a todas luces, presionaban sobre la inflación más que cuando el desempleo era del doble, tal como ocurre, sin ir más lejos, ahora. Es evidente que la demanda tensiona menos los precios con niveles de paro españoles; pero no es menos evidente que en los últimos meses y trimestres ha sido también el comportamiento de una oferta que pretendía recomponer márgenes el que ha inflado los precios, así como el aluvión de ayudas públicas a la demanda y las reducciones de impuestos específicos del Gobierno.

Al contrario que en España, en varios países europeos sus ratios de desempleo están por debajo de la tasa no aceleradora de inflación, y mantienen una continua presión sobre los precios de los bienes y servicios. Aunque en cada economía el punto de equilibrio está en una tasa diferente, en EE UU (con paro en el 3,5%), Reino Unido (3,7%), Japón (2,5%), Holanda (3,5%) y, por supuesto, Alemania, con paro en el 3%, es un elemento de presión sobre la demanda y los precios por una doble vía. Primero, porque eleva el coste salarial ante la falta de fuerza de trabajo en muchas actividades, y segundo, porque tales subidas tienen un efecto inmediato en las tarifas crecientes de los bienes y servicios.

Por ello, en este episodio inflacionista que ha desatado las subidas de tipos de los bancos centrales, las autoridades monetarias tienen más enemigos que la guerra de Ucrania, puesto que tienen que combatir también la presión salarial de sus propios mercados de trabajo. En EE UU es evidente el empuje de los salarios con el pleno empleo, a lo que la Reserva Federal presta tanta atención como a la energía; y en Alemania, que está también con un paro residual, afloran cada día alzas salariales que tienen tanto que ver con la inflación energética como con las tensiones del mercado laboral.

En España, aunque la relación entre desem­pleo y alzas salariales ha sido muy pocas veces lógica, los salarios avanzan poco en los pocos convenios firmados el año pasado, excepción hecha de las grandes empresas con capacidad económica, y de los que dependen del patrón que dispara con pólvora del rey o de patrón ajeno, como es el caso del salario mínimo.

Alemania cerró 2022 con una inflación del 8,6%, que, pese a ceder sobre noviembre, es tres puntos superior a la española (no tanto a la subyacente), y marcará el devenir de las decisiones de Fráncfort, que subió los tipos la semana pasada y volverá a hacerlo el próximo mes. Como en el pasado, tipos alemanes para España, pero esta vez al revés.

José Antonio Vega es periodista

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