Jackson Hole: implacable baño de realidad a los inversores
La conclusión que se puede extraer de la reunión de los banqueros centrales es clara, aunque algunos no quieran verla: esto solo acaba de empezar
Todos los inversores esperaban con optimismo la reunión de banqueros centrales que tenía lugar a finales de agosto en el paraje idílico de Jackson Hole, en EEUU. Durante las semanas previas a la reunión, las bolsas habían recuperado una parte importante de las caídas registradas durante la primera mitad de este año. Uno de los motivos principales de ese comportamiento optimista residía en la tesis de que el punto de inflexión de la Reserva Federal estaba cerca, es decir, que ya no quedaba mucho para ver el techo de las subidas de los tipos de interés en EEUU, y que en 2023 comenzaríamos a vivir un nuevo ciclo de bajada del coste del dinero. Esto es lo que pasa cuando aleccionas al inversor durante casi dos décadas en la creencia de que el nivel de equilibrio de los tipos de interés es el 0%, y que cualquier problema que surja en los mercados se puede solucionar imprimiendo dinero de la nada e inundando el sistema de liquidez. Por el camino, además generas el efecto perverso de invitar a ciudadanos, empresas y gobiernos a endeudarse porque el coste real de esa deuda es negativo, es decir, el tipo de interés es menor que la inflación. Y debido a esa política suicida, nos encontramos ahora con un nivel de deuda global que ya supera los 300 trillones de dólares, o para que se entienda mejor, un 260% de deuda respecto al tamaño de la economía mundial.
Algunos dirán que la deuda no es mala, y estoy de acuerdo, solo que matizando que “la deuda productiva no es mala”, es decir, aquella deuda que uno asume para invertir en un proyecto que genera una rentabilidad mayor que el coste de esa misma deuda. El problema es que llevamos más de una década y media haciendo crecer la deuda improductiva, esa que no genera mayor productividad y, por tanto, mayor crecimiento económico, sino simple y mera especulación.
Desde hace unos meses estamos descubriendo cual es el precio que hay que pagar por esa política monetaria y fiscal ultra expansiva: una inflación desbocada como la que se vivió hace 40 años. Quisimos evitar los efectos negativos de la pandemia en 2020 pese a que provocó una de las peores recesiones del último siglo, pero tal vez lo único que conseguimos fue retrasar lo inevitable, porque nos guste o no, las crisis hay que pasarlas, como la gripe, y siempre son muy duras y destruyen parte del tejido empresarial y parte del bienestar de la sociedad.
Hoy, tanto empresas como ciudadanos estamos sufriendo la pérdida de capacidad adquisitiva de nuestro dinero a un ritmo que no creíamos posible. Y para arreglar ese inmenso problema nos va a tocar sufrir aún más, porque los bancos centrales, esos que durante muchos años nos convencieron de que el dinero al 0% era algo normal, y que luego, con tal de no cambiar su modo de pensar, dijeron que la inflación era transitoria, nos vienen ahora con que hay que prepararse para una potencial recesión económica provocada por la necesaria subida de las tasas de interés para luchar contra las presiones inflacionistas.
La conclusión que uno puede extraer de la reunión en Jackson Hole de los bancos centrales es clara: “esto solo acaba de empezar”. El presidente de la Fed, Jerome Powell, echó un jarro de agua frían sobre las expectativas optimistas de los inversores cuando comenzó a hacer referencia a lo que tuvo que hacer su antecesor Paul Volcker en los 80. Dejó claro que los tipos seguirán subiendo, probablemente hasta acercarse al 4% y que, al contrario de lo que pensaba el mercado, se mantendrán no muy lejos de esa cota durante todo el año próximo. Y por si alguno aun no captaba la idea, dijo que la economía no había notado todavía los efectos de las subidas de tasas que ya han realizado desde marzo, y que va a provocar daño tanto a los ciudadanos como a las empresas.
Pocas veces se ha escuchado un mensaje tan directo y sin filtros por parte de la Reserva Federal durante las últimas décadas. Por su parte el Banco Central Europeo, a través de su vocal, Villeroy, reconoció que cuando uno se equivoca tanto como lo han hecho en el BCE respecto a la evolución de la inflación, tiene graves consecuencias. Dijo que habrá que acostumbrarse a una política monetaria mucho más restrictiva de lo que se recuerda, y que probablemente provoque una recesión en la zona euro.
Los inversores miran cada vez con más preocupación la situación económica que se avecina, pero no terminan de actuar, es como si estuviesen paralizados ante un vehículo que se dirige hacia ellos a toda velocidad, pero no son capaces de quitarse de la trayectoria. Lo digo porque pese al deterioro económico, la crisis energética, las tasas de inflación, los conflictos geopolíticos y el endurecimiento de las condiciones monetarias de las que nos advierten los presidentes de los bancos centrales, la volatilidad y otras medidas de riesgo cotizado no muestran señales de pánico, como si la realidad de lo que se avecina solo fuese un mal sueño.
Ojalá que sea yo que estoy teniendo una pesadilla y me despierte mañana pensando que todo ha sido producto de mi imaginación, porque si no es así, me temo que tenemos por delante unos trimestres realmente duros.
Pablo Gil es estratega de mercados de XTB
Todos los inversores esperaban con optimismo la reunión de banqueros centrales que tenía lugar a finales de agosto en el paraje idílico de Jackson Hole, en EEUU. Durante las semanas previas a la reunión, las bolsas habían recuperado una parte importante de las caídas registradas durante la primera mitad de este año. Uno de los motivos principales de ese comportamiento optimista residía en la tesis de que el punto de inflexión de la Reserva Federal estaba cerca, es decir, que ya no quedaba mucho para ver el techo de las subidas de los tipos de interés en EEUU, y que en 2023 comenzaríamos a vivir un nuevo ciclo de bajada del coste del dinero. Esto es lo que pasa cuando aleccionas al inversor durante casi dos décadas en la creencia de que el nivel de equilibrio de los tipos de interés es el 0%, y que cualquier problema que surja en los mercados se puede solucionar imprimiendo dinero de la nada e inundando el sistema de liquidez. Por el camino, además generas el efecto perverso de invitar a ciudadanos, empresas y gobiernos a endeudarse porque el coste real de esa deuda es negativo, es decir, el tipo de interés es menor que la inflación. Y debido a esa política suicida, nos encontramos ahora con un nivel de deuda global que ya supera los 300 trillones de dólares, o para que se entienda mejor, un 260% de deuda respecto al tamaño de la economía mundial.
Algunos dirán que la deuda no es mala, y estoy de acuerdo, solo que matizando que “la deuda productiva no es mala”, es decir, aquella deuda que uno asume para invertir en un proyecto que genera una rentabilidad mayor que el coste de esa misma deuda. El problema es que llevamos más de una década y media haciendo crecer la deuda improductiva, esa que no genera mayor productividad y, por tanto, mayor crecimiento económico, sino simple y mera especulación.
Desde hace unos meses estamos descubriendo cual es el precio que hay que pagar por esa política monetaria y fiscal ultra expansiva: una inflación desbocada como la que se vivió hace 40 años. Quisimos evitar los efectos negativos de la pandemia en 2020 pese a que provocó una de las peores recesiones del último siglo, pero tal vez lo único que conseguimos fue retrasar lo inevitable, porque nos guste o no, las crisis hay que pasarlas, como la gripe, y siempre son muy duras y destruyen parte del tejido empresarial y parte del bienestar de la sociedad.
Hoy, tanto empresas como ciudadanos estamos sufriendo la pérdida de capacidad adquisitiva de nuestro dinero a un ritmo que no creíamos posible. Y para arreglar ese inmenso problema nos va a tocar sufrir aún más, porque los bancos centrales, esos que durante muchos años nos convencieron de que el dinero al 0% era algo normal, y que luego, con tal de no cambiar su modo de pensar, dijeron que la inflación era transitoria, nos vienen ahora con que hay que prepararse para una potencial recesión económica provocada por la necesaria subida de las tasas de interés para luchar contra las presiones inflacionistas.
La conclusión que uno puede extraer de la reunión en Jackson Hole de los bancos centrales es clara: “esto solo acaba de empezar”. El presidente de la Fed, Jerome Powell, echó un jarro de agua frían sobre las expectativas optimistas de los inversores cuando comenzó a hacer referencia a lo que tuvo que hacer su antecesor Paul Volcker en los 80. Dejó claro que los tipos seguirán subiendo, probablemente hasta acercarse al 4% y que, al contrario de lo que pensaba el mercado, se mantendrán no muy lejos de esa cota durante todo el año próximo. Y por si alguno aun no captaba la idea, dijo que la economía no había notado todavía los efectos de las subidas de tasas que ya han realizado desde marzo, y que va a provocar daño tanto a los ciudadanos como a las empresas.
Pocas veces se ha escuchado un mensaje tan directo y sin filtros por parte de la Reserva Federal durante las últimas décadas. Por su parte el Banco Central Europeo, a través de su vocal, Villeroy, reconoció que cuando uno se equivoca tanto como lo han hecho en el BCE respecto a la evolución de la inflación, tiene graves consecuencias. Dijo que habrá que acostumbrarse a una política monetaria mucho más restrictiva de lo que se recuerda, y que probablemente provoque una recesión en la zona euro.
Los inversores miran cada vez con más preocupación la situación económica que se avecina, pero no terminan de actuar, es como si estuviesen paralizados ante un vehículo que se dirige hacia ellos a toda velocidad, pero no son capaces de quitarse de la trayectoria. Lo digo porque pese al deterioro económico, la crisis energética, las tasas de inflación, los conflictos geopolíticos y el endurecimiento de las condiciones monetarias de las que nos advierten los presidentes de los bancos centrales, la volatilidad y otras medidas de riesgo cotizado no muestran señales de pánico, como si la realidad de lo que se avecina solo fuese un mal sueño.
Ojalá que sea yo que estoy teniendo una pesadilla y me despierte mañana pensando que todo ha sido producto de mi imaginación, porque si no es así, me temo que tenemos por delante unos trimestres realmente duros.
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