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A Fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El euro digital ya existe

Es poco comprensible que el BCE se plantee contar con una entidad que compita por el ahorro de los ciudadanos y lo haga con ventaja

Euros digitales son los que tenemos en el banco, los que llevamos en móviles y tarjetas, los que se mueven por las redes. Cada día los usamos más y cuentan con más puntos de apoyo para ser eficaces: monederos en los móviles, sistemas de transferencias entre ellos (Bizum), nuevos operadores, tarjetas prepagadas…. Me parece que el proyecto del Banco Central Europeo de emitir un tipo de activo digital, apoyado en tecnología blockchain, responde, más que a una necesidad del mercado, a una cierta angustia de los banqueros centrales ante la inevitable desaparición de su función inicial: emitir billetes.

La misión principal del BCE es regular el dinero que circula en la economía europea. Un futuro sin efectivo no afecta a esta importante tarea porque el papel moneda es solo una pequeña parte de la base monetaria. Es más, en una economía sin efectivo se podría aplicar, por ejemplo, una política de tipos de interés negativos de forma generalizada, al desaparecer el riesgo de que los ahorradores transformen sus depósitos en billetes grandes. Es un escenario que reforzaría la potencia de la política monetaria y ayudaría a salir de depresiones importantes sin recurrir tanto al gasto público. Así lo explica Kenneth Rogoff en The Curse of Cash (La maldición del efectivo, 2016).

El otro gran objetivo de la autoridad monetaria es controlar y tratar de garantizar la salud del sistema financiero, gestor del dinero digital que utilizamos continuamente, para evitar sustos graves en caso de crisis. Antes de caer en la tentación de emitir activos monetarios con garantía pública, que podrían ser depositados por sus clientes en el propio banco central, el BCE debe considerar el riesgo de reducir la base de depósitos de los bancos comerciales, complicar su solvencia y dificultar su papel de intermediarios entre ahorro y crédito.

Resulta poco comprensible que la Unión Europea se plantee contar con una entidad financiera que compita en captar el ahorro de los ciudadanos y que lo haga con ventaja, al insistir en que solo su dinero cuenta con aval público. Si lo hace, generará desconfianza hacia los bancos privados en unos tiempos en que sufren todo tipo de tensiones por la necesidad de reconvertir sus redes y enfrentarse a la competencia de las fintech.

No cabe alegar como precedente que el banco central chino emita un yuan digital. China, bajo la dirección de Xi Jinping, está crecientemente obsesionada por el control absoluto, especialmente en lo que suene a nuevas tecnologías. Se trata de un dirigente totalitario que está aumentando otra vez la presencia del Estado en el capital de las empresas privadas. Le atraen sobre todo las que tienen más capacidad de innovación y presencia en internet. Un ejemplo reciente es la decisión del Gobierno chino de forzar a la startup Didi Global a dejar de cotizar en la Bolsa de Nueva York, para hacerlo solo en Hong Kong. La China de Xi se parece cada vez más a la de Mao y ve la moneda digital como un instrumento más para la supervisión directa de la actividad de sus ciudadanos. No es un modelo para países democráticos.

Pero, además de dejarse influir por un país poco edificante, nuestro banco central sigue apoyando el papel moneda, incluso se ha puesto a rediseñarlo. Lo defendió hace año y medio, cuando el Parlamento español intentó debatir tímidamente sobre su posible supresión. Nos recordaron entonces, entre otras cosas, que los billetes ayudaban a los más desfavorecidos. Debe ser por ellos que el valor medio de los billetes emitidos desde Fráncfort no haya parado de subir, incluso después de suprimirse el de 500 euros. A finales del 2020, ese valor se situaba en 54,19 euros por unidad, frente a los 53,73 del 2019.

Mal que les pese, llega el momento de pensar en suprimir los billetes, aunque el valor total de los emitidos por nuestro banco central no pare de crecer. A 31 de diciembre pasado era superior en un 11% al del año anterior, aunque la gente normal los usa cada vez menos. En ese mismo período, las retiradas de efectivo en cajeros automáticos cayeron un 31,25%, porque el miedo al contagio reforzó una tendencia previa. La expansión viene exclusivamente de la mano de la economía ilícita, por, entre otras causas, evasión fiscal, corrupción, terrorismo, contrabando de drogas y tráfico de personas. Algunas de estas actividades aumentaron mucho a partir del verano de 2020, lo que explica la demanda de un medio de pago de otros tiempos.

No hace falta ninguna variante de oro digital para sostener el universo de los sistemas de pago o apoyar la política monetaria. Es más, podría crearse una peligrosa confusión entre euros auténticos y dudosos. En cualquier caso, es preciso que, si llega a existir ese nuevo euro digital bajo la forma de criptomoneda, no sirva para permitir una vida fácil a los fieles clientes que el BCE posee en el mundo oscuro de la economía informal y delictiva. Porque los habitantes de esas cavernas tendrán muchos problemas cuando deje de facilitárseles el papel moneda que necesitan como el oxígeno que respiran. La planificada eliminación del efectivo, como la que ya está realizando Dinamarca, es el verdadero debate que la sociedad europea debe abrir con su banco central.

Enrique Sáez Ponte es conomista y escritor, autor de ‘La energía oscura del dinero 2.1’

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