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La industria española tiembla ante el acaparamiento de materias primas en China

La falta de microchips en la automoción es el primer síntoma de una escasez y de un encarecimiento que ya están llegando a acero, química, materiales de construcción o azulejos

Vista aérea de la términal de carga Kwai Chung, en el puerto de Hong Kong.
Vista aérea de la términal de carga Kwai Chung, en el puerto de Hong Kong.Reuters

Los fabricantes de coches jamás pensaron que la salida de la crisis de demanda del coronavirus tendría tantas curvas. Una vez que la demanda comenzó a reactivarse con la vacunación, las plantas aceleraron la compra de materiales para ensamblar coches y tratar de recuperar lo antes posible las cifras prepandemia. En mitad de ese proceso se encontraron con un problema imprevisto: no había microprocesadores en el mercado.

¿Era un problema de escasez de oferta o de exceso de demanda? Arantxa Mur, directora del Área Económica y Logística de Anfac, la patronal automovilística, recalca que si bien los microprocesadores se dejaron de fabricar para los coches, la producción, muy localizada en Asia, aumentó exponencialmente para otros sectores como telecomunicaciones, ordenadores o móviles, que no dejaron de crecer durante todo el confinamiento. “Esa escasez nos ha llevado a producir menos, hasta un 39% en mayo, y que tengamos los coches ensamblados y almacenados a la espera de que lleguen los microprocesadores. Tenerlos parados y reintegrarlos en las líneas de producción tiene un coste brutal”, recalca Mur.

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En su opinión, el otro factor que está dañando a la industria de los coches es la falta de acero en Europa y su elevado precio. “Compramos el 90% del acero en la UE y estamos muy comprometidos con nuestra aportación, pero si no podemos encontrar materia prima y además está cara, deberíamos poder comprarlo en otros países”, señala Mur en relación a los contingentes arancelarios fijados por la UE para evitar que naciones como Turquía o China invadan Europa con acero barato que hunda los precios.

China y sus socios comerciales están detrás del efecto acaparamiento de materias primas, que han provocado escasez y carestía a la hora de comprar en los mercados internacionales. “Muchas veces las políticas mal orientadas son las que generan esos cuellos de botella, como el impulso de la electrificación. Si queremos una industria de la automoción de las dimensiones anunciadas, habría que multiplicar por 45 la producción mundial del litio. Y el gran problema es que la gran mayoría de esa materia prima está en manos de China”, recalca Juan Antonio Labat, director general de la patronal química Feique, que asegura que el otro gran problema es la reorientación proteccionista de China hacia el consumo doméstico y el suministro a los países vecinos. “Han acaparado todas las materias primas y están limitando su exportación para no quedarse sin materias primas. En paralelo, Europa ha ido perdiendo peso. Si hace 20 años suponía un tercio de la producción mundial, ahora no llega al 15%, lo que le resta capacidad para controlar el mercado”. En el caso de la química, Labat asegura que la tormenta perfecta se ha desatado con las heladas en EE UU y Europa, que provocaron paradas de producción, y unos costes energéticos más elevados que penalizan a España frente a otros países como Alemania o Francia.

La doble pinza del sector ganadero

Gaspar Anabitarte, responsable sector lácteo de la organización agraria y ganadera COAG, denuncia la doble pinza que sufren las explotaciones. “Por un lado, el precio de las materias primas que usamos para alimentar al ganado, en especial maíz y soja, se ha encarecido mucho en los mercados internacionales y eso merma nuestra rentabilidad, ya que esa partida representa la mitad de nuestros costes”. Anabitarte añade además la presión de la distribución para bajar los precios de la leche como producto reclamo, con Mercadona a la cabeza. “La cadena de valor está pervertida, ya que la distribución es la que pone los precios y el ganadero es el que tiene que adaptarse”.

Andrés Barceló, director general de Unesid, la patronal que representa a las grandes productoras en España, como Acerinox, Arcelor Mittal, Celsa, Sidenor o Tubos Reunidos, entre otras, habla del impacto de lo que denomina ‘efecto látigo’. “Cuando alguien tiene miedo de que su proveedor no vaya a cumplir con lo pactado, le pasa el mismo pedido a tres diferentes. Eso produce un exceso de oferta y de demanda”, asegura Barceló, que rechaza problemas de suministro en el caso de la siderurgia. “Hay un problema de subida de materias primas, a lo que se ha unido el incremento del precio de los fletes (el coste de contratar un contenedor para transportarlo en un barco) y la subida del precio de la energía, en especial el coste del CO2, para las industrias que tenemos que compensar por nuestro exceso de emisiones”. Para Barceló, los grandes ganadores de este estrechamiento y del encarecimiento de los productos son los fabricantes de materias primas y los que están más cerca del consumidor, mientras que la más perjudicada es la industria, que se sitúa entre medias de ambos.

Las actividades más perjudicadas por esta tormenta perfecta de falta de materias primas y dificultades de suministros son las más internacionalizadas, ya que dependen de los precios del comercio internacional. Un buen ejemplo es el azulejo, cuya industria localizada en Castellón, exporta más del 85% de la producción. “El acopio de materias primas va a producir un desequilibrio en el comercio marítimo, ya que mientras que la producción de China crezca, la oferta de barcos se estrechará y el precio se disparará”, remarca Alberto Echavarría, secretario general de Ascer, la patronal que representa a los productores azulejeros. “El coronavirus provocó una reestructuración del comercio mundial marítimo reduciendo líneas y barcos. No se ha vuelto a las cifras precrisis y eso ha provocado que el precio de un flete a EE UU se haya duplicado y a China se haya multiplicado por tres o por cuatro”. Al igual que la siderurgia, la industria azulejera española juega con desventaja, ya que asegura que el hecho de contar con una de las energías más caras de Europa y de tener que compensar las emisiones comprando CO2, también en máximos históricos, les coloca en una situación de pérdida de competitividad. “Las empresas no pueden trasladar los costes. Si le voy a vender a mi cliente más caro el producto, este acabará yéndose a otro proveedor”.

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