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La moda pasa a estar bajo la lupa de los activistas

El textil va por el mismo camino que las petroleras. Si Exxon Mobil es un blanco, la ropa no tiene por qué librarse

Reuters

La moda rápida ha atraído la lupa de los activistas. Las credenciales medioambientales, sociales y de buen gobierno de esta industria que factura 2,5 billones de dólares al año han salido muy baqueteadas de la pandemia. Minoristas como Adidas y Asos podrían ser un blanco fácil para los activistas que aspiran a un futuro más verde.

Los comerciantes de ropa hasta ahora habían estado bastante resguardados del activismo medioambiental. No deberían estarlo. Con más de 2.000 millones de toneladas al año, la producción de ropas baratas supuso el 4% de las emisiones de gases de efecto invernadero en 2018, según McKinsey, y causa el 20% de la contaminación de agua. La pandemia ha agravado la situación. El cambio a las compras online significa que se devuelven menos artículos en las tiendas para reciclarlos. Si esta tendencia es más fruto de la inercia que de compras selectivas, habrá más prendas que simplemente se tiren. La mayoría acaban en vertederos o se queman en un año, según analistas de UBS.

El reciclado aporta motivos para ser optimistas. Inditex, la propietaria de Zara, es una de las muchas empresas que prometen utilizar más materiales de hilo único como el algodón orgánico, que hacen que resulte más fácil reciclar las prendas viejas. Los minoristas también recogen ropas viejas en las tiendas y emplean menos productos químicos en sus procesos de producción. Pero esto sirve de poco a la hora de abordar el problema real: los desperdicios. El modelo de negocio de los minoristas consiste en crear ropas baratas que solo están de moda una temporada. Las ropas atemporales y duraderas provocarían una caída de las ventas.

Aun así, la moda va por el mismo camino que las grandes petroleras. Los altos ejecutivos saben que el sector es vulnerable a los cambios en los hábitos de consumo, sobre todo entre los grupos demográficos jóvenes que se preocupan por el calentamiento global y la contaminación. Si Exxon Mobil puede servir de blanco a los activistas, los fabricantes de ropa no tienen por qué librarse.

Las grandes empresas tienen alguna protección. El 65% de Inditex pertenece a la poderosa familia Ortega en España, mientras que los clanes Persson y Tham controlan más de la mitad de H&M en Suecia y tienen casi el 80% de los derechos a voto. El 55% de la matriz de Primark, Associated British Foods, pertenece a Wittington Investments.

Pero las marcas como Boohoo, Asos y Adidas no gozan de ese respaldo. Parecen a punto de caramelo para que los activistas entren en el capital e insistan en la denominada estrategia de economía circular, donde los productores tienen que demostrar que sus productos son duraderos y no están hechos de materiales procedentes de regímenes explotadores. El inconveniente es que baje la rentabilidad y que se produzcan cambios drásticos en la dirección. La ventaja es que pueden mantener la actividad.

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