Principio del fin para la fiesta fiscal de las multinacionales, ¿cómo influirá en Bolsa?
El sector tecnológico será el más perjudicado del tipo mínimo que reclama el G7 con una reducción del 5% de sus ganancias anuales
Resulta desconcertante no solo la gran diferencia de impuestos que pagan las empresas por sus beneficios anuales (impuesto de sociedades) en el mundo, sino también los diferentes porcentajes que finalmente se aplican a los sectores productivos, es decir, las energéticas tributan, por ejemplo, mucho más que las tecnológicas. Y de este desconcierto se pasa a la irritación cuando multinacionales de la tecnología o del sector farmacéutico, entre otras, han situado sus sedes en paraísos fiscales o países con un impuesto de sociedades muy bajo (Irlanda, Hungría, Malta, Chipre…) a los que imputan sus beneficios, mientras pagan cantidades ridículas en los países donde hacen negocio, donde venden sus productos o servicios.
Un malestar que dio lugar al impuesto a los servicios digitales (tasa Google) por parte de algunos países europeos, entre ellos España, pero que ha tenido su punto culminante en la pasada reunión del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos). Las mayores economías del mundo han respaldado el enfoque previo hecho por la OCDE basado en los llamados dos pilares: “Habrá espacio para los impuestos locales sobre las ganancias en el punto de consumo y además se crea una tasa impositiva mínima en todas partes”, fijada en el 15% de los beneficios.
Se trata de un principio de acuerdo que, como apunta Carlos Marín, socio responsable de tributación internacional y M&A tax de KPMG Abogados, debe concretarse y aceptarse en contextos más amplios como el G20 –que se reúne el 9 y 10 de julio en Venecia – y en el acuerdo final de la OCDE, donde se ven implicados 140 países. El ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, ya apuntó a la salida de la cumbre del G7 que se tardarán entre dos o tres años en aplicar la medida.
Pese a la magnitud histórica del anuncio, las alarmas no saltaron el lunes en las Bolsas mundiales sobre aquellas multinacionales, preferentemente tecnológicas y farmacéuticas, que deberán pagar como mínimo el 15% de los beneficios obtenidos en cada país donde venden bienes y servicios. La Bolsa no castigó a estos valores ya que, según recuerda Gilles Moëc, economista jefe de Axa IM, el presidente de EE UU, Joe Biden, tiene un plan de subida del impuesto de sociedades más drástico, del 21% hasta el 28%. Aunque los analistas se pusieron ya a echar números.
Un informe de Goldman Sachs del pasado lunes indica que “sobre los planes fiscales propuestos por el presidente Biden, una tasa impositiva mínima tendría un mayor impacto, especialmente si se implementa país por país como se sugiere por el acuerdo del G7. No obstante, estimamos que un impuesto mínimo global del 15% representaría un impacto de solo un 1% o 2% en relación con el consenso actual sobre los beneficios por acción estimados para 2022 para el S&P 500”.
La aplicación de la medida aún requiere un amplio consenso político y, pese a su calado, no se prevé que tenga impacto en la Bolsa
Esta visión de un impacto benévolo en términos generales para la Bolsa estadounidense se complica sin embargo en aquellos sectores que tienen una tasa impositiva menor y también una mayor dependencia de las ventas exteriores. “La tecnología y el cuidado de la salud enfrentarían el mayor riesgo de impacto en las ganancias, pero incluso en esos sectores el daño sería del 5% en relación con las estimaciones actuales de resultados. Dentro de la tecnología serían los fabricantes de semiconductores los más afectados porque son el grupo con más valores por debajo del 15% de tasa fiscal”, concluye Goldman Sachs.
Tecnología y salud son, como apunta Ignacio Box, socio de Deloitte Legal experto en fiscalidad internacional y precios de transferencia, “de las industrias que más dependen de intangibles que son fácilmente deslocalizables a jurisdicciones fiscalmente ventajosas y que pueden atraer una parte importante de los beneficios que generan los grupos multinacionales”. Así, hay discrepancias entre valores tecnológicos o de farmacia. Carnival Corporation o Nvidia han soportado tipos impositivos del 2% y del 8% en los últimos años, mientras que Texas Instruments, Intel Corporation o los laboratorios Abbott o Eli Lilly and Company pagaron entre el 12% y el 13% de sus beneficios anuales.
Yves Bonzon, director de inversiones de Julius Baer, no espera que este avance fiscal repercuta en los mercados de renta variable a corto y medio plazo. “En primer lugar, se necesitará tiempo para acordar los detalles. En segundo lugar, su aplicación será compleja y prolongada. Desde el punto de vista político, pueden ocurrir muchas cosas en pocos años”, asegura.
Sebastien Galy, responsable de estrategia macroeconómica en la gestora Nordea AM, sí cree que el efecto del mínimo del 15% propuesto por el G7 (además de lo que domésticamente suba Biden a sus empresas) será importante. “El impuesto mínimo y el impuesto basado en el margen de beneficio disminuyen los flujos de caja disponibles y, por tanto, encarecen la financiación. Eso, a su vez, obliga a las empresas a desembolsar un poco menos en dividendos y recompras y a ser más selectivas en sus inversiones. Por lo tanto, los rendimientos deberían verse algo afectados negativamente para algunas empresas acostumbradas a impuestos casi inexistentes”, explica. Y añade que “eso significa que es probable que las acciones de crecimiento de EE UU se vean sometidas a cierta presión debido a estos impuestos. Mantenemos nuestra preferencia por el valor cíclico frente al de crecimiento”.
Ganadores y perdedores
No solo las empresas son objeto de atención de los expertos, también los países se beneficiarán o sufrirán de un tipo unificado para las multinacionales. El ministro de Economía de Irlanda ha estimado que pueden dejar de recaudar unos 2.200 millones de euros al año. Por otra parte, tendrán que decidir “si mantienen su tipo del 12,5%, en cuyo caso los ingresos adicionales del impuesto mínimo global irán a parar a la países donde esté la matriz del grupo multinacional, o si ellos suben su tipo hasta el mínimo que se acuerde globalmente, con lo que serían ellos los que recaudarían impuestos adicionales en virtud de esta medida. Lo que está claro es que la competitividad basada esencialmente en baja tributación se va a reducir ampliamente”, explica Ignacio Box, socio de Deloitte Legal.
Pero contrariamente a lo que se pueda pensar, la medida también podría perjudicar a Europa. Eso, cree Gilles Moëc, economista jefe de Axa IM. “Como máquina exportadora de éxito, la UE tiene un interés menos claro que EE UU en que la actividad exterior de las empresas sea gravada localmente.
Sin embargo, un problema para Europa es su debilidad en la producción de alta tecnología, mientras que es un gran consumidor de este tipo de servicios. La posibilidad de gravar una parte de los beneficios de las big four digitales (Google, Apple, Facebook, Amazon) procedentes de las ventas europeas es muy tentadora”, explica. De ahí que Estados Unidos quiera condicionar este impuesto mínimo a la desaparición de los impuestos sobre servicios digitales (tasa Google), que desaparecería en España en el momento en que hubiera un pacto internacional para Sociedades.
Carlos Marín, socio de KPMG Abogados, explica el perjuicio para países como Irlanda, Malta, Chipre o Hungría y el nuevo camino que se abre para el gigante asiático. “China no es parte del G7 –tiene que manifestar su opinión en el G20– y su sistema fiscal es opaco en ciertas aspectos. Podría verse favorecida de este sistema porque puede limitar la erosión de sus bases imponibles con el efecto de la primera parte del acuerdo (pagar impuestos en el país donde se generan los beneficios) y ser menos transparente en la aplicación de la segunda parte del acuerdo, que requiere la consideración de un tipo mínimo de imposición en sede de la matriz del grupo”, concluye.
¿Ataque al liberalismo o respuesta obvia ante la crisis?
El acuerdo del G7 del pasado fin de semana ha recibido sus críticas y también sus desafecciones. El Partido Republicano de EE UU ya ha manifestado que votará en contra de este acuerdo, mientras en el Reino Unido se aboga por dejar fuera a la City londinense con el fin de no perjudicar a sus bancos más internacionales.
Pero también esa unificación impositiva, que en última instancia busca una mayor recaudación para afrontar las secuelas de la crisis, se ha visto en algunos foros de opinión como un ataque al liberalismo económico. Una visión que no comparte Ignacio Box, socio de Deloitte Legal. “Se trata de eliminar el incentivo fiscal de una tributación muy baja como elemento principal para ubicar actividades y acumular beneficios en ciertas jurisdicciones, ya que la competencia a la baja está perjudicando la capacidad de los países de recaudar impuestos para sustentar el gasto público”, explica.
Box añade que este acuerdo viene promovido y apoyado por países que se pueden considerar el paradigma del liberalismo económico. Para Carlos Marín, socio de KPMG Abogados, “más que una acción contraria al liberalismo económico, puede ser entendida como parte de acuerdos globales (cambio climático, organización mundial de comercio) necesarios para que el sistema funcione de acuerdo a un suelo de reglas comunes”. Y avisa de que podemos acabar conviviendo con tres sistemas fiscales: “El derivado del G7, el de la UE y el puramente local nacional”. Para Yves Bonzon, de Julius Baer, el cambio de paradigma sí está claro. “Esta es otra prueba anecdótica de que el régimen neoliberal de varias décadas ha terminado y el capitalismo patrocinado por el Estado es la nueva regla”, asegura.