Los objetivos de emisiones cero netas requieren tolerancia cero
Microsoft, IAG, Shell y Glencore coinciden en esa meta para 2050, pero hay diferencias en los detalles
Qué tienen en común Microsoft, IAG, Shell y Glencore? Todas estiman que sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) serán “cero netas” en 2050. Aunque los objetivos suenan igual, los inversores no deberían dar por sentado que lo son.
Para limitar el aumento de la temperatura del planeta a 1,5 grados sobre el nivel preindustrial, el mundo tiene que dejar de bombear GEI a la atmósfera en 2050 a más tardar. Ello significa eliminar 50.000 millones de toneladas de emisiones anuales. La parte “neta” de este objetivo refleja su dificultad: muchas industrias carecen de alternativas bajas en carbono. La Red para la Ecologización del Sistema Financiero, que agrupa a los bancos centrales, calcula que los grandes emisores podrían seguir produciendo 13.000 millones de toneladas al año en 2050. Anularlos significa plantar más árboles para absorber el CO2 o desarrollar formas de eliminar los gases del aire.
¿Qué grado de alineación tienen las empresas con las cero netas? No mucho. Investigadores de la Universidad de Oxford han visto que solo un quinto de las 2.000 mayores cotizadas del mundo por ventas tiene ese objetivo. Un informe del NewClimate Institute dice que, en octubre de 2020, las empresas con esa meta suponían solo 3.500 millones de toneladas al año. En comparación, un estudio de 2017 de CDP estimó que los 224 principales emisores corporativos suponían 30.000 millones.
Muchas empresas muy contaminantes, como Aramco y Exxon, carecen de objetivos de cero emisiones y de una divulgación completa de las mismas. Los grandes bancos que prestan a las industrias intensivas en carbono han tardado igualmente en explicar sus aspiraciones.
¿Y qué pasa con las que han fijado objetivos? Son una mezcla. Microsoft quiere desarrollar una tecnología que elimine no solo su producción actual de GEI, sino que cancele toda desde que se fundó, en 1975. Es loable, pero incluso hoy sus emisiones anuales son inferiores a 20 millones de toneladas. IAG produce 40 millones, la minera Glencore, 300 millones, y Shell, 600 millones, más que Reino Unido.
Muchos objetivos de emisiones netas cero tienen varios defectos. Las empresas que se lo toman en serio deberían incluir no solo las llamadas emisiones de alcance 1 y 2, generadas al fabricar sus productos, sino también las de alcance 3, creadas cuando los clientes los usan. Pensemos en las centrales eléctricas que queman el carbón de Glencore, o en los coches que usan la gasolina de Shell. Pero los investigadores de Oxford consideran que solo un tercio de los objetivos corporativos de cero emisiones cubren los tres aspectos.
Las grandes petroleras, para las que el alcance 3 suele suponer el 90% de las emisiones totales, están mejorando la información. Pero sigue siendo frustrantemente fragmentaria. El objetivo de Shell cubre los tres alcances en todo el mundo. El de BP es similar, pero deja fuera su 20% de Rosneft, que supone un tercio de la producción de crudo del grupo. El objetivo de Total solo incluye el alcance 3 de Europa.
¿Y la terminología? Una empresa que afirma ser “neutra en carbono” podría sonar igual que cero netas. En realidad, el CO2 solo supone el 75% de los GEI. Los gigantes del petróleo pueden usar esta laguna para ignorar contaminantes peores como el metano.
Mientras, las empresas que adoptan los objetivos “alineados con París” están explotando astutamente el hecho de que aquel acuerdo pedía limitar el calentamiento por debajo de los 2 grados para 2050, menos exigente que 1,5 grados. Es el caso de JP Morgan con los sectores más contaminantes a los que presta.
¿Qué pasa con las compensaciones? Muchas empresas pretenden alcanzar sus objetivos compensando las emisiones. Ello implica comprar créditos en empresas que reducen carbono en otros lugares. Está en los planes de Shell, Glencore e IAG. La esperanza es que los vendedores usen el dinero para plantar bosques o desarrollar tecnología para eliminar el carbono.
El peligro es que las empresas lo aprovechen para frenar las reducciones reales de las emisiones. Incluso dejando de lado las fraudulentas, es difícil demostrar en qué medida los sistemas de compensación reducen los GEI. Suelen basarse en contrafactuales: preservar un bosque que de otro modo sería derribado, por ejemplo. Además, es difícil garantizar que funcionen a la escala necesaria. La hipótesis de Shell implica plantar nuevos árboles en un área del tamaño de Brasil. Total considera que sus envíos de gas natural licuado a China son “neutros en carbono” porque financia un proyecto de eólica en el país y un plan forestal en Zimbabue.
Según los investigadores de Oxford, solo 33 de las 417 empresas con objetivos de emisiones netas cero no tienen previsto utilizar compensaciones. Algo menos de dos tercios no dieron detalles o dijeron que las usarían generosamente. ¿Prohibir las compensaciones haría más creíbles los objetivos? Sí, pero a menos que los Gobiernos quieran pagar por plantar árboles y la tecnología de eliminación de carbono, sería el turno de la financiación privada. Una opción son los mercados voluntarios de carbono, en los que las empresas que reducen o eliminan GEI venden créditos.
Una alternativa más radical sería eliminar por completo los objetivos de cero emisiones. En lugar de estimular las dudosas compensaciones para alcanzar objetivos que, de otro modo, serían inalcanzables, WWF y el Boston Consulting Group sugieren que las empresas informen de sus emisiones, calculen cuánto pueden reducirlas de forma creíble y se comprometan a financiar investigación sobre la eliminación permanente de GEI.
Entonces, ¿tienen algún valor los objetivos? Pese a las críticas, son útiles para centrar las mentes. Pero necesitan un mercado de compensación mejor regulado, una divulgación completa de las emisiones y un consenso sobre el significado del objetivo. En ausencia de ello, los inversores deberían tratar cada objetivo audaz con escepticismo.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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