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Empleo

Qué ha pasado con cada colectivo laboral durante el año del Covid

En 2020 se perdió poco más del 3% de la ocupación, cuando la pérdida del PIB es muy, muy superior, del orden del 11%

 Un camarero prepara el cierre de su establecimiento de Alcalá de Henares.
Un camarero prepara el cierre de su establecimiento de Alcalá de Henares. Fernando Villar (EFE)

La irrupción del covid-19 provocó un schok en la economía y en el mercado de trabajo, del que se recupera muy lentamente, con velocidades diferentes cada cada colectivo, y del que saldrán todos transformados, y algunos de ellos, destruidos. Analizamos aquí qué ha pasado a cada uno de ellos en los cuatro trimestres del año I del covid a la luz de la información revelada por la Encuesta de Población Activa (EPA).

Empleo real y empleo aparente

En los cuatro trimestres de 2020 se han destruido 622.600 puestos de trabajo estadísticamente, que es la forma que más se ajusta a la percepción pública del colectivo. Ello supone una pérdida de poco más del 3% de la ocupación, cuando la pérdida del PIB es muy, muy superior, del orden del 11%, un dato sobre el que dispondremos de más certeza esta misma semana con el primer balance de la Contabilidad Nacional.

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Por tanto, y ateniéndose el empleo a una elasticidad clásica de al menos 1, tanto en la creación como en la destrucción, habría tenido que registrar un descenso de un 11% el pasado año. Pero los esquemas de protección de empresas y plantillas han edulcorado el empleo aparente, que se mantiene pendiente de un hilo en infinidad de empresas con la actividad bajo mínimos. En los expedientes de regulación temporal de empleo hay alojados otros 755.000 puestos de trabajo según la Seguridad Social a 31 de diciembre, y que mantendrán tal condición reglamentariamente hasta el 31 de mayo. De la evolución de la economía y de las normas de protección dependerá su continuidad en el empleo (real o aparente) o y paso a la situación de desempleo.

Asalariados y autónomos

Como en todas las crisis el gran damnificado es el asalariado, y con más vehemencia el asalariado con contrato temporal, dado que su rescisión no tiene coste para las empresas, o es más limitado; así, por cada asalariado fijo que ha perdido el empleo, lo han perdido dos temporales. Pero el colectivo de empresarios sin asalariados, los autónomos puros y duros, han aumentado en similar porcentaje al que se ha destruido empleo asalariado. Es práctica habitual que la expulsión del mercado laboral se traduzca en autoempleo en muchos casos en la búsqueda de una renta de sustitución. Llama también la atención que los empleadores (empresarios con asalariados) han perdido cerca de 100.000 unidades, una cifra coherente con el descenso de empresas cotizantes a la Seguridad Social.

Tiempo parcial y calidad del empleo

El reparto de la destrucción de ocupación en el año se ha cebado en términos relativos más con el trabajo a tiempo parcial, ya que ha perdido casi el doble que el de tiempo completo; la explicación sigue estando en el precio de las rescisiones, como en el caso de los temporales. Pero llama la atención que en la reconstrucción del mercado laboral en el último trimestre del año (una reconstrucción parcial porque parcial es la recuperación de la economía) gana potencia la ocupación a tiempo parcial, que avanza en 144.000 personas, por 23.000 las de tiempo completo. Lógicamente es una reacción de circunstancias, ya que infinidad de actividades del sector servicios tienen limitaciones horarias, y optan por contratos de cuatro horas o de fin de semana para atender a una demanda que arrastra los pies también por imposiciones normativas, como los toques de queda del estado de alarma, más acusados en unas regiones que en otras. La Contabilidad Nacional arrojará más luz sobre esta cuestión en el cómputo de puestos de trabajo a tiempo completo equivalentes a la producción.

El sesgo de género

En este avance exuberante del tiempo parcial al final del año se observa un desequilibrio brutal en favor de las mujeres, que copan nada menos que el 97% de los contratos a tiempo parcial (139.900 contratos de 144.000), mientras que en el paupérrimo avance de la contratación a tiempo completo hay equilibrio de género.

EFE

Cabeza de familia y cónyuge

Consecuencia de este comportamiento hacia el tiempo parcial, la tasa de desempleo de las personas de referencia del hogar, el cabeza de familia que tradicionalmente encarnan los varones, supera por vez primera en muchos años a la de los cónyuges o parejas, generalmente encarnados por mujeres. La búsqueda de empleo de este segundo colectivo cuando la referencia del hogar pierde la renta principal ha impulsado la ocupación entre los mujeres o entre los cónyuges de los hogares. Este fenómeno se produjo también cuando la fuerte crisis de 2009-2010 destruyó mucho empleo capital de los cabeza de familia, algo que podíamos identificar como el síndrome Scheffield, denominado así por la súbita incorporación de las mujeres al mercado de trabajo en esta industriosa ciudad británica cuando la crisis siderúrgica destruyó masivamente empleo masculino de elevadas rentas, y que se refleja gráficamente muy bien en la película Full Monthy. La tasa de parcialidad en España se acerca ahora al 15%, algo muy raras veces visto.

Empleo público y empleo privado

Este comportamiento contractivo del empleo privado y expansivo del público no sorprende a nadie, y ha vuelto a reproducirse en esta ocasión. Mientras que las empresas han tenido que prescindir de 748.400 trabajadores por cuenta ajena en sus plantillas, las administraciones públicas han incrementado las suyas en 126.000 personas. No es ni bueno ni malo: es diferente. Pero, además, el nuevo empleo público se concentra sobre todo en sanidad y educación, y con contratos temporales, cuya tasa de penetración supera ya al sector privado. Si se quiere combatir la precariedad/temporalidad, debe empezarse por la casa propia dando ejemplo.

Activos, inactivos y parados

Trabajador a distancia
Trabajador a distanciaEFE

El colectivo de activos ha descendido en 94.700 personas en el año, pero ha registrado un avance espectacular en el cuarto trimestre, que tiene bastante que ver con la disposición de trabajar por necesidad del hogar o por las buenas expectativas de encontrar un empleo, esta última posibilidad más incierta. Pero ha sido el colectivo que más dificultades estadísticas ha planteado este año, con un tránsito entre la actividad y la inactividad constante, en el que a la vez se consideraban empleados o parados a grupos de personas en función de su situación en la empresa, su disposición a buscar empleo, o el hecho mismo de buscarlo. Los colectivos refugiados en ERTE siguen considerándose ocupados por gracia reglamentaria de Eurostat, que modificó la calificación en primavera, cuando antes solo se respetaba la condición de ocupado a los empleados en ERTE los tres primeros meses.

Pero llama la atención el colectivo de nada menos que 933.600 personas que estaban dispuestos a trabajar, pero que no han buscado activamente empleo por circunstancias sobrevenidas, y que, por tanto, deben ser considerado inactivos, y no parados, cuando en realidad lo parecen, porque no cumplen las tres condiciones para ser catalogados como tales: estar sin empleo, tener disposición a trabajar y buscar activamente una ocupación. Ese colectivo ha descendido, no obstante, en más de 200.000 personas en el último trimestre del año, y se supone que se trata de una reacción a las mejores opciones de búsqueda de empleo y a las mayores posibilidades de encontarlo.

Penetración del teletrabajo

Es evidente que la penetración del teletrabajo se iba a intensificar con la pandemia, aunque su regulación siga siendo muy genérica y los convenios estén empezando a incorporarla en detalle ahora, como ha ocurrido con el preacuerdo en la banca. En 2019 teletrabajaban más de la mitad de los días el 4,8% de los empleados, y en el cuarto trimestre de 2020 lo han hecho el 9,9% (casi dos millones de personas). Estos colectivos se reducirán algo en 2021 y siguientes, pero siempre superarán a los que eran habituales antes del covid. No ha habido cambios en las personas que han trabajado en fin de semana (sábado o domingo), que llegan a un tercio de los asalariados.

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