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Invertir: entre lo racional y lo emocional

En periodos de incertidumbre, fatiga, cansancio, estrés y duda es cuando el inversor se deja llevar en mayor medida por los sentimientos

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Tener un objetivo definido. Invertir siempre en productos  financieros que se entiendan. Medir los riesgos. Conocer el mercado y su funcionamiento. Diversificar. La teoría está al alcance de todos, pero si las directrices están tan claras, ¿por qué, en muchas ocasiones, el inversor es incapaz de seguirlas? La culpa o el motivo se encuentra en el cerebro.

Pedro Bermejo, neurólogo, presidente de la Asociación Española de Neuroeconomía y coautor del libro El cerebro del inversor (Pirámide, 2015), explica que, “cuando se toma cualquier decisión entran en juego diferentes partes del cerebro que determinan la respuesta final”. La zona del sí es lo que se define en neurociencia como el sistema de recompensa cerebral, formado por la corteza prefrontal (racional) y el núcleo accumbens (emocional) y se activa cuando percibimos que el producto nos puede producir algún tipo de satisfacción o recompensa; mientras que el del no se denomina sistema de aversión a la pérdida, formado por la amígdala y la ínsula cerebral y se activa mucho más rápidamente que el anterior. “Del equilibrio resultante de las dos sale la decisión que tomemos”, comenta.

Bermejo recuerda que el cerebro no está preparado para la economía, ya que sigue dando respuesta instintivamente a cómo lo hacía hace miles de años. Teniendo esto en cuenta, Federico Servetto, director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell advierte de que, antes de tomar cualquier decisión de inversión, es imprescindible conocer dos cuestiones básicas pero fundamentales. La primera, saber cuál es nuestro perfil como inversor. La segunda, ser conscientes de que en las finanzas rige el principio del binomio de rentabilidad- riesgo: cuanto mayor sea el riesgo que se pueda asumir, mayor será el retorno al que se podrá optar.

Y en base a estos dos principios montar un plan. “A nadie se le ocurriría salir corriendo por un monte sin saber dónde va. Antes tenemos que haber pensado una ruta, llevar agua... Con la inversión, sucede lo mismo. Se requiere un plan donde es necesario responder a preguntas clave como: a qué plazo estamos realizando la inversión, qué pérdidas estamos dispuestos a asumir, que haría si de pronto hay un batacazo como al inicio de la pandemia del coronavirus ”, expone Vicente Varó, director de contenidos de Finect.

Este plan, tal y como señala Borja Ribera, profesor de Bolsa en EAE Business School y asesor financiero, no debe traspasar el límite del sueño. “Si nos vamos preocupados a dormir por nuestras finanzas, es que nuestro plan no está acorde con nuestro perfil de inversor”, resalta. El segundo punto relevante es entender el producto. “Si antes de invertir sabes que puedes perder un 5% y estás perdiendo un 5%, estás preocupado, no te gusta, pero estás dentro del contexto y, por lo tanto, estás bien posicionado a nivel emocional”, arguye Ribera. 

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En este sentido, Varó avisa de que muchas veces nos engañamos cuando nos preguntan cuántas pérdidas estaríamos dispuestos a soportar. “No tiene nada que ver responder fríamente en un momento de tranquilidad, que con los nervios disparados mientras ves que estás perdiendo un 15% de tu inversión. Y si has hecho la inversión en un momento de euforia bursátil, todavía peor, porque en ese contexto infravaloramos los riesgos”, puntualiza. Además, cuando los mercados están disparados, el cerebro se inclina mucho más a la recompensa que a la pérdida.

“Es en los periodos de incertidumbre, fatiga, cansancio, estrés y duda cuando más nos dejamos llevar por las emociones. Si a ello sumamos que nuestras decisiones pueden afectar a nuestro bolsillo se forma un cóctel explosivo en el que tomar decisiones se vuelve una tarea prácticamente imposible”, indica Pedro Rey, profesor de Economía del Comportamiento de ESADE. La COVID-19 no lo pone fácil, pero Servetto pide recordar que tras días de fuertes caídas en los mercados, es también cuando se dan los días de fuertes rebotes y recuperación. “Esto nos permitirá tomar decisiones de inversión, no bajo los efectos del mecanismo de defensa de la huida, sino de forma más racional y meditada, una vez se haya alejado el “fantasma” de la volatilidad”, recomienda el experto de Banco Sabadell. 

Contar con un buen asesor financiero

Es por ello que lo ideal, comenta el responsable de Finect, es hacer la estimación del riesgo que estamos dispuestos a asumir con la máxima frialdad y en los malos momentos recordar cuál era el plan. De hecho, recomienda poner este plan por escrito y leerlo en episodios de pánico. Varó es consciente de que se trata de una tarea complicada y es por ello que aconseja apoyarse en los servicios de un asesor financiero. “Muchas veces los asesores nos comportamos como psicólogos, calmando a nuestros clientes y haciéndoles ver que aunque las cosas vayan muy mal siempre va a haber luz al final del túnel”, afirma Ribera.

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Al seleccionar a un asesor, Rey aconseja huir de los falsos expertos que prometen que tienen una solución cuando nadie la ve. Por el contrario, invita a fijarse en aquellos que hagan un análisis serio y justificado en el largo plazo. “Alguien que sea consciente de que esta pandemia puede suponer un antes y un después pero que ni afirmen que va a cambiar toda la economía ni que le quiten valor”, añade el profesor de ESADE. En cualquier caso, Servetto aconseja diversificación, tener paciencia y ser constantes, a través de, por ejemplo, aportaciones periódicas.

Sesgos al invertir

Las cuatro partes que hacen que el cerebro tome decisiones, según el doctor Bermejo, entran en juego a la hora de confundir al cerebro y hacernos caer en una serie de errores o sesgos.

Sesgo manada. Es la tendencia que tenemos de copiar y seguir a los demás por el instinto de supervivencia. Eso está muy presente en los movimientos bursátiles. En el punto alto del ciclo económico, todo el mundo está comprando, y emocionalmente se está presionando para hacer lo mismo, cuando por lo general se sabe que es el mejor momento para vender. En el punto más bajo del ciclo sucede exactamente lo contrario.

Sesgo del pánico. Cuando percibe el riesgo, el comportamiento instintivo del ser humano es el de salir corriendo, lo que en un contexto histórico esto tiene un valor enorme pero no cuando se habla de economía y finanzas. En momentos de pérdidas, la reacción es huir, sin preguntarse racionalmente si merece la pena hacerlo.

Sesgo del anclaje. Si se compró una acción a 100 y ahora vale 95, el nuevo precio nos va a parecer barato y nos va a llevar a comprar sin preguntarnos antes si con las circunstancias actuales se trata de la mejor opción.

Sesgo goggle (en inglés, gafas de bucear). Al acercarnos a un determinado producto entran en juego los beneficios que ha podido darnos un determinado sector, o los que ha experimentado durante el ejercicio pasado, o los buenos dividendos que ha dado. Este sesgo lleva a comprar o vender solo basándose en lo que un determinado valor ha dado con anterioridad.

Sesgo del halo.  Analiza la transmisión de la positividad o la negatividad que tiene una persona. Si Bill Gates, Amancio Ortega o Warren Buffet invierten en un determinado valor, como inversor se va a tener tendencia a hacer lo mismo, porque son considerados referentes de autoridad, pero seguramente ellos compraron a un precio diferente.

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