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Editorial
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Europa debe abrir la horquilla del déficit con holgura por un cuatrienio

Europa debe dar el salto que siempre invoca y nunca ejecuta de la mutualización de la deuda, aunque mantenga un estricto control sobre los presupuestos y sus excesos

Cada nuevo informe económico que trata de aproximarse a la dimensión verdadera de los efectos sobre la economía de la pandemia del coronavirus en el mundo, en Europa o en España, es más preocupante. En todos ellos hay una notable dosis de cautela anclada en la dificultad para conocer la duración de la epidemia, pero tanto las cifras de daños como las propuestas de las instituciones y Gobiernos para ­poner remedio a la crisis asustan por su dimensión. ­Los cálculos presentados ayer por el Instituto IFO alemán para Alemania y para la zona euro provocan escalofríos, y solo soportan comparaciones con situaciones también dramáticas vividas en el pasado remoto. En el caso de España, a la espera de conocer pistas más solventes que el espectacular número de expedientes de regulación y una aproximación burda del coste en empleos, el Gobierno ha admitido ya por boca de la vicepresidenta Calviño que la actividad tiene una contracción significativa.

Como global que es el problema, global debe ser la solución; hoy, de hecho, un nuevo contacto de los ministros de Finanzas y banqueros centrales del G7 tratará de buscar iniciativas comunes que complementen a las urgentes de los gobernadores para bajar la incandescencia de los mercados financieros. En el caso de España, depende necesariamente de las decisiones de la Unión Europea, ante la escasísima capacidad de maniobra que tiene el Gobierno, como todos los europeos salvo contadísimas excepciones, para poder tirar del gasto público con la contundencia que precisa la ocasión.

Pero las decisiones en Europa son siempre lentas, porque es difícil poner de acuerdo a casi dos docenas de países. El Consejo de Ministros de Finanzas está en contacto permanente, pero no se espera que decida nada definitivo hasta el final de la semana. Sí hay ya convencimiento de que la apertura de gasto no puede limitarse al capítulo sanitario: tiene que auxiliar a las empresas para mantener viva la mayor cantidad posible del tejido productivo cuando haya pasado la tormenta. Además de un uso intensivo del presupuesto europeo, o de los recursos del fondo de rescate si fuere preciso, Europa debe dar el salto que siempre invoca y nunca ejecuta de la mutualización de la deuda, aunque mantenga un estricto control sobre los presupuestos y sus excesos. Si no lo hace, lo que no gasten los presupuestos comunes o individuales lo tendrá que gastar el BCE para contener las ofensivas de los mercados. En todo caso, como paso previo, debe abrir la horquilla del desequilibrio fiscal por un periodo de no menos de tres o cuatro años para hacer frente a la prolongada sombra de esta crisis, y hacerlo en una proporción financiable, pero suficiente. Y debe hacerlo ya; el virus no descansa y la destrucción de empresas, tampoco.

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