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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Washington debe aprender a respetar la independencia de los bancos centrales

Aunque al presidente de EE UU le pese, el BCE diseña la política monetaria europea haciendo uso de su mandato

CINCO DÍAS

El anuncio de que el BCE está dispuesto a recortar tipos de interés en las próximas semanas si la situación económica en Europa empeora provocó ayer un terremoto en los mercados y una nueva sacudida vía tuit desde Washington sobre las ya maltrechas relaciones diplomáticas trasatlánticas. Mario Draghi señaló que las rebajas de tipos de interés siguen formando parte del armamento que atesora el Banco Central Europeo para hacer frente a la desaceleración, así como para meter en cintura una inflación que se resiste a subir y continúa muy por debajo del objetivo del 2%. Draghi afirmó que no solo la rebaja del precio del dinero, sino también la compra de activos están contempladas en la agenda de Fráncfort, incluso aunque esta última opción signifique elevar las líneas rojas que se ha marcado el banco sobre cuánto puede comprar en la eurozona.

Las palabras del presidente del BCE fueron recibidas con entusiasmo por los mercados europeos, que reaccionaron al alza, incidieron en la rentabilidad de la deuda pública –el bono español descendió hasta el 0,4%– e hicieron reaccionar a la baja al euro. Pero también suscitaron un airado ataque verbal por parte del presidente de EE UU contra la política monetaria europea y contra la propia figura de Draghi, al que Trump acusó de provocar una devaluación del euro dirigida a facilitar la competencia europea contra EEUU. “Se han salido con la suya con esto durante años, junto con China y otros”, señalaba el tuit.

No es la primera vez que el presidente de EEUU interfiere en la política independiente de una autoridad monetaria. Lo hizo ya en su propio país, cuando calificó a la Reserva Federal como el “único problema económico” de EE UU precisamente por la renuencia del organismo a rebajar tipos de interés, por lo que no debería soprender que trate de hacer lo mismo con el BCE. Pero que no sea una sorpresa no quiere decir que resulte inocuo y tolerable. Aunque al presidente de EE UU le pese, aunque le resulte incluso difícil de aceptar, el BCE diseña la política monetaria europea haciendo uso de una soberanía y una independencia que Washington debe respetar. Dada la fragilidad de la evolución económica en Europa y los riegos geopolíticos que acechan al comercio mundial, la adopción de una política de mayor estímulo, como la que dejó entrever Draghi ayer en Sintra, parece plenamente justificada. Si al presidente de EE UU no le gusta, existen formas más productivas de hacerle frente, por ejemplo poniendo fin a una guerra comercial contra China que amenaza con desestabilizar la economía global.

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