Un despacho propio... para lo femenino en la empresa
Debemos reclamar un lugar desde donde articular un discurso corporativo inclusivo
Existe una cultura corporativa femenina? Me encanta poder trasladar al ámbito empresarial la pregunta que la escritora chiapaneca Rosario Castellanos nos hizo hace casi 70 años. “¿Existe una cultura femenina?”, escribía Castellanos en 1950 al comienzo de su tesis doctoral, defendida tres años antes de que las mujeres mexicanas pudiesen votar.
En esa época, la efervescencia de las pioneras se vivía en casi toda Latinoamérica, incluida España. Rosario Castellanos, Dolores Castro o Elena Poniatowska en México, Gabriela Mistral en Chile, Teresa de la Parra en Venezuela, Victoria Ocampo en Argentina, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite en España. Todas ellas habían denunciado cómo un relato cultural eminentemente masculino las omitía, se limitaba a reproducir ad infinitum los mismos valores y reducía la aportación cultural femenina a una parte subsidiaria, la de las excepciones que confirman la norma.
De hecho, la aportación cultural de las mujeres y la necesidad de incorporar su propio relato al canon donde esa cultura cristaliza en valores ciudadanos y éticos apenas acaba de cumplir un siglo. Las mujeres españolas pudieron acceder con normalidad a las universidades a partir de 1911. Hoy representan el 55% del alumnado. ¿Es un logro suficiente? ¿Es únicamente una cuestión de tiempo el que el porcentaje de estudiantes universitarias se equipare también en las carreras técnicas y en todas las profesiones y actividades?
La respuesta es un rotundo no y son muchas las iniciativas, también desde la empresa, para seguir avanzando como sociedad en la dirección correcta. Algunas de ellas, como la fantástica Mujeres Protagonistas de Santillana reconoce a mujeres, de ámbitos tan diversos como la ciencia o el cine y hasta ahora omitidas en la historia oficial de los mismos. El objetivo es más que un ajuste de cuentas: es dotar de referentes a niñas y jóvenes que, todavía hoy, crecen en ambientes donde, por ejemplo, los números son cosa de niños.
Existe más de un riesgo, sin embargo, en esta mirada y reivindicación del pasado: que al comparar los periplos y limitaciones que tuvieron que vivir estas precursoras pensemos que la tarea está hecha. También que dejemos de lado que, si bien hay muchas más mujeres parte de una historia que ha sido ninguneada, la gran mayoría no dejan de ser casos excepcionales o cuya excepcionalidad fue precisamente consecuencia de la limitación.
Me refiero, por ejemplo, a Maria Sklodowska-Curie quien se dedicó a la investigación ante la imposibilidad de colegiarse o de ejercer públicamente su actividad.
Vuelvo entonces a la pregunta: ¿existe una cultura corporativa femenina? Lo cierto es que no o al menos no todavía. En la cultura de las empresas españolas y latinoamericanas se eluden día sí y día también aspectos medulares que la cultura femenina ha conseguido ir asentando en otros ámbitos. La visibilidad de las mujeres y los valores feministas pueden representar un aspecto más o menos voluntarista en muchos mensajes corporativos, pero ni por visibilidad ni por convicción ocupan el centro del discurso ni ese liderazgo paritario se ha normalizado. Las escasas mujeres consejeras o máximas ejecutivas se siguen asemejando demasiado al ejemplo de Maria Sklodowska.
Ni la comunicación corporativa ni sus disciplinas cercanas pueden seguir eludiendo los valores éticos y morales de las mujeres. Sus puntos de vista resultan especialmente necesarios tanto en el discurso corporativo como en los objetivos, los valores y el legado de los consejos. Los atributos del liderazgo empresarial necesitan acometer esa reflexión y activar un profundo cambio de valores. Incorporar la conciliación, asumir el papel de las mujeres como agentes de cambio, sobrepasar los techos de cristal y visibilizar las carreras profesionales de las directivas van a ser noticias habituales, y cada vez más demandadas, en las páginas de empresas y gobierno corporativo.
Hay un proceso de transformación en marcha. Aquellas empresas que no sepan interiorizarlo, asumirlo y visibilizarlo van a rezagarse en muy pocos años. En una época de comunicaciones hipertransparentes, de escepticismo feroz y de exigencia social frente a cualquier propósito empresarial, carece de sentido seguir de espaldas al mensaje feminista en las corporaciones.
La presidenta de Santander, Ana Botín, ha sabido resumir y simbolizar a la perfección este fenómeno emergente. Ha conseguido articular un discurso público coherente, comprometido y muy bien argumentado respecto al papel de la mujer en la sociedad en general y en la banca en particular, sin dejar de lado el reto que supone la verdadera igualdad ni pretender que todos los obstáculos para lograrla han sido superados en su organización. Lamentablemente, a la vez que ella reconocía, sin reparos, ser feminista, todavía escuchamos a muchos de sus colegas del Ibex 35 responder con un ambiguo “depende”.
Hacen falta muchos discursos femeninos más y una visibilidad mucho mayor de las mujeres en el ámbito empresarial. Las niñas también necesitan ver y escuchar a mujeres empresarias, de la misma manera que en la ciencia.
Virginia Woolf escribió hace 90 años Una habitación propia, donde defendía la independencia económica y un espacio personal autónomo donde las mujeres pudiésemos ejercer como tales. Con ese espacio personal a grandes rasgos ya normalizado, al menos en sociedades como la española, de ahora en adelante nos corresponde, no solo a nosotras, sino a todos, hombres y mujeres, dar el siguiente paso, y reclamar también un despacho propio donde poder articular un discurso corporativo verdaderamente inclusivo y, por tanto, contemporáneo. Es importante que en esa tarea nos visibilicemos en primer término las mujeres directivas para así visibilizarnos a todas. Desde luego en mi empresa nos lo hemos marcado como uno de los objetivos de obligado cumplimiento a corto plazo. Y en eso estamos.
Luisa García es socia y directora general de Llorente & Cuenca para España y Portugal