¿Debemos aclarar qué modelo de movilidad queremos?
El Gobierno ha de priorizar los cambios en el transporte, la contaminación y la congestión
El sector de la automoción siempre ha sido una compleja red global de fabricantes, suministradores de materias primas, desarrolladores de tecnología, concesionarios, entidades financieras, proveedores de servicios auxiliares, etc. A su alrededor se ha creado un auténtico ecosistema económico y social que, en el caso de nuestro país, representa un 10% del PIB.
La importancia e influencia de este complejo sistema va más allá de sí mismo, ya que siempre ha favorecido el nacimiento de formas de organización y colaboración que luego han sido aplicadas a otros sectores, impulsándolos. Así, de la mano de Taylor y de Ford nacieron las primeras formas de organización de la producción, mientras que desde Japón se extendió la obsesión por la calidad y el desarrollo del sistema Lean; y sin duda, nos está adentrando en la industria conectada 4.0, palanca de revitalización de la industria en la era digital que asegurará su supervivencia.
Ahora estamos asistiendo a otro momento transformador aún más importante si cabe. Somos testigos de los primeros pasos de un nuevo macrosector. Un ecosistema evolucionado y ampliado. Un enorme espacio en el que no solo convergen los actores tradicionales de la industria del motor, también otros muchos. Incluso disciplinas como la psicología, la ética o la filosofía se ven obligadas a aportar su grano de arena. Recientemente, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), a propósito del vehículo autónomo, llevó a cabo el estudio de ética global más grande jamás realizado, el proyecto Moral Machine.
Ese macrosector de la movilidad será sin duda más complejo, más variado, lleno de actores nuevos y nuevas tecnologías, y necesariamente más disruptivo. Traerá consigo ventajas competitivas que habrá que descubrir y aprovechar reaccionando ágil y rápidamente, situando al cliente en el centro, abrazando la innovación y asumiendo una mentalidad más colaborativa y versátil.
En dicho espacio van a confluir nuevas formas de hacer para cubrir necesidades y aprovechar oportunidades que aún hoy ni se vislumbran. Pero también formas de pensar sobre cuestiones como la propiedad, la seguridad, la salud, el derecho a la movilidad, el consumo energético, el tráfico, la trazabilidad de productos, la conectividad, etc. Materias que implican a economistas, ingenieros, juristas, gestores públicos, arquitectos, urbanistas, aseguradores y los ya mencionados psicólogos y filósofos.
No se trata únicamente del desarrollo de vehículos cada vez más avanzados tecnológicamente (esto ha sido algo consustancial a esta industria desde su origen). Se trata del germen de nuevos y disruptivos modelos de negocio que van a traer grandes oportunidades, pero también grandes convulsiones económicas, políticas, sociales y éticas. Ya lo estamos viendo en sectores como el del taxi o el reparto de mercancías, en la propiedad de los vehículos o en cuestiones como los hábitos de conducción y los límites a la misma en las grandes urbes.
En una reciente jornada sobre movilidad sostenible organizada por Grant Thornton, los participantes (directivos de una gran diversidad de compañías) coincidían en un concepto: la cooperación. Cooperación no solo entre compañías habituales del sector o startups, también con grandes corporaciones de las telecomunicaciones, los seguros o la energía, por citar solo a tres, y por supuesto, con la Administración.
Hoy más que nunca es precisa una visión holística de gran altura para poder analizar de forma integral este nuevo macrocosmos, identificar oportunidades, analizar posibles socios y desarrollar y testar modelos de negocio eficientes, rentables y sostenibles.
El número de posibles combinaciones y colaboraciones aumenta de forma exponencial. Cómo participar en esas combinaciones, añadir y obtener valor de ellas son los retos a los que se enfrentan hoy las empresas tradicionalmente ligadas a la industria de la automoción, y otras muchas recién llegadas.
En esta aproximación colaborativa no puede faltar el sector público y la Administración. El desarrollo de un ecosistema nuevo de movilidad requerirá cambios importantes en la forma tradicional de pensar, gestionar y regular el transporte, sea de personas o mercancías, y sus infraestructuras. Si estamos de acuerdo en que nos encontramos en un momento clave de la historia de la movilidad, entonces su pensamiento y vertebración estratégica deberá ser una auténtica prioridad de Estado, si queremos que nuestro país esté a la cabeza de lo que se está gestando ya.
Las Administraciones públicas no solamente funcionan como gestores y operadores de servicios públicos de transporte, ni como meros reguladores de sistemas o de procesos que buscan equilibrar o evitar riesgos o impactos negativos (congestión, contaminación, impuestos, transiciones desordenadas…). La nueva movilidad, con su impacto disruptivo, su velocidad de transformación y su incierto horizonte, tiene implicaciones públicas mucho más diversas y complejas que pondrán a prueba a ayuntamientos, sistemas públicos de transporte, infraestructuras viales, normativas, inversiones industriales, etc. En este sentido, será determinante que los Gobiernos se planteen un papel protagonista más activo como catalizadores, participando y colaborando desde el primer momento en su diseño y desarrollo, y no limitándose a entrar en fases intermedias o finales de su implantación, donde solo puede quedar intentar regular una realidad compleja.
No podemos pues desdeñar el rol que puede y debe jugar la Administración como agente facilitador o como plataforma para ayudar a crear las condiciones que favorezcan la reflexión, la recombinación o la innovación. Iniciativas como la Ciudad de la Movilidad, impulsada por el Gobierno de Aragón y la Fundación Ibercaja o el Consejo Estratégico de la Automoción, impulsado por el Ministerio de Industria, son medidas que van en la buena dirección.
Mar García Ramos es Socia de automoción y movilidad de Grant Thornton