La exposición indispensable para entender a Chagall
El Museo Guggenheim reúne 86 obras de uno de los artistas contemporáneos más cotizados del siglo XX
Vivió casi un siglo de vida, pero los años relevantes para comprender la obra de Marc Chagall (Vitebsk, Rusia, 1887-1985) se concentran en apenas una década de comienzos del siglo XX. Es precisamente en esta época en la que se centra la exposición Chagall. Los años decisivos, 1911-1919, que hasta el 2 de septiembre se puede ver en el Museo Guggenheim de Bilbao, una muestra organizada conjuntamente con Kunstmuseum Basel y patrocinada por la Fundación BBVA. Se trata de una colección de 86 pinturas y dibujos realizados en los inicios de la carrera de uno de los artistas más singulares, complejos y cotizados del siglo XX, donde se pone de manifiesto el rico universo que le rodeó en su primera etapa en París, sin olvidar nunca sus procedencia, su mirada al arte popular ruso y a los detalles que rodeaban a su humilde familia de origen judío jasídico. Chagall crece en el seno de un entorno confinado, donde las limitaciones para acceder al arte y a la cultura rusa vienen dadas tanto por su comunidad como por las políticas de la época que marginan en guetos a los judíos y les privan de derechos.
Sin embargo, gracias a la influencia de su madre, según relata la comisaría de la muestra, Lucía Agirre, que regentaba una pequeña tienda de comestibles, pudo acceder a la escuela rusa, estudiar arte y posteriormente trasladarse a San Petersburgo, ciudad a la que los judíos solo podían acceder con un permiso especial. Y es en 1911 cuando se produce el gran cambio en la vida del artista: se traslada a vivir a París, gracias a la ayuda económica del abogado y mecenas judío Maxim Vinaver. En su ciudad natal deja a su prometida, Bella, personaje que tiene un gran protagonismo en buena parte de la obra de esta época, como en Mi prometida con guantes negros, El cumpleaños, Paseo o Bella al violín, que lucen ahora en la pinacoteca bilbaína. En la capital francesa empieza a tratarse con lo que se conoce como La Colmena, con la bohemia artística de todas las tierras. En este enjambre de habitaciones y estudios modestos entabla amistad con artistas, como Blaise Cendrars y Sonia y Robert Delaunay, pero también con el poeta Guillaume Apollinaire, que se convirtió en valedor de la obra de Chagall, al que calificó de sobrenatural y en el que vio algo que nunca había observado, “un lenguaje diferente”.
El artista le rindió homenaje en uno de los cuadros, pintado en 1913, en el que se refleja un reloj y la figura de Adán y Eva. Aunque en la pintura de Chagall se refleja la influencia de los ismos que le rodean, nunca fue seguidor de ninguna vanguardia. “Su estilo bebe de muchos estilos, pero no sigue ninguno en particular. Su trabajo es personal e inclasificable”, señaló Agirre, que destaca además que al igual que sucede con el yidis, su obra constituye un lenguaje de fusión, singular, que no puede definirse como cubista, expresionista, órfico o surrealista, sino como una amalgama de estilos que él transforma de forma personal para contar su propia historia. Esto se refleja en cuadros como, La habitación amarilla, Yo y mi aldea o París desde la ventana. Pera esta vida en la capital francesa se vio interrumpida cuando regresa por tres meses a su ciudad natal para asistir a la boda de su hermana y a casarse con Bella, pero le sorprende la primera Guerra Mundial y no puede salir de allí durante ocho años. Sus galeristas le dan por muerto y venden gran parte de su obra.
Este periodo se refleja en piezas como Soldados, La partida a la guerra o El soldado herido; y en cuadros que contienen paisajes y escenas cotidianas con un lenguaje más contenido y limitado en formas y colores. Porque otro de los elementos diferenciadores de Chagall es el manejo del color, que para él se “corresponde con el estado del alma, con su propia realidad”, añade Agirre. Otra excusa para visitar la exposición bilbaína, apunta la comisaria, es la posibilidad de contemplar por primera vez reunidas las cuatro obras de los cuatro rabinos, que llevan por título Judío en blanco y negro, Judío en rojo, Judío en verde y Judío en rojo brillante.