La delicada (y compleja) lucha contra la 'digitadicción'
El método para combatir el enganche tecnológico sin fomentar la brecha digital parece lejano
Durante siglos la sociedad no fue plenamente consciente de los efectos adictivos del tabaco. Ya en el siglo XX, aún se necesitaron años de estudio para probar la relación de dependencia a la que los fumadores eran sometidos por la nicotina. Lo que hoy consideramos un hecho probado fue negado con éxito durante décadas mediante campañas no siempre lícitas. De nada servían las evidencias empíricas de la adicción al tabaco como el consumo compulsivo al que arrastraba a las personas o el manifiesto síndrome de abstinencia de quien pretendía abandonarlo.
Las cada vez más evidentes disrupciones provocadas por la digitalización han arrastrado al mundo a una reflexión global sobre el papel que tiene la tecnología en nuestra sociedad. En la cumbre del World Economic Forum, celebrada en enero en Davos, se debatió sobre las múltiples consecuencias sociales de la transformación digital: Los cambios en las relaciones laborales que trae la robotización, la preservación de la privacidad ante la creciente facilidad para el tratamiento de datos, la responsabilidad de las plataformas digitales en la difusión de información… Y también estuvo presente con fuerza la adicción a la tecnología.
Uno de los protagonistas del debate sobre el poder adictivo de la tecnología en Davos fue Marc Benioff, CEO de SalesForce. El ejecutivo pidió una regulación para Facebook similar a la existente para las empresas tabaqueras. A diferencia de lo que sucede con el tabaquismo, no existe aún un reconocimiento médico oficial del concepto de adicción tecnológica.
Existen sin embargo en Internet diversos tests que nos permite reconocer en nosotros mismos y quienes nos rodean signos de dependencia y uso compulsivo de aplicaciones y dispositivos digitales. Resulta más difícil establecer cuándo se cruza el límite sin retorno que definen los hábitos dañinos y las adicciones.
Aunque el juego siga siendo la única adicción no ligada a una sustancia reconocida por la OMS, los estudios de expertos sobre la adicción tecnológica empiezan a acumularse. En 2012, la Universidad de Chicago comparaba el poder adictivo de Twitter con el del tabaco o el alcohol. Más recientemente, en septiembre de 2017, Deloitte revelaba en un estudio que el 38% de la población británica consideraba que utilizaba en exceso su smartphone y más de una tercera parte de ellos se sentían incapaces de poner freno al uso desmedido.
Aunque quizás el dato más preocupante arrojado por los expertos es la presunta relación entre el uso excesivo de smartphones y los pensamientos suicidas, que figura en un estudio publicado en noviembre de 2017 por profesores de las Universidades de Florida y San Diego.
Volviendo a lo sucedido en Davos, nos encontramos con las acusaciones hacia las redes sociales que realizó George Soros. El conocido inversor y filántropo apuntaba a la deliberada ingeniería de la adicción que realizaban en sus servicios las plataformas digitales y el potencial daño que causa la misma, en especial entre adolescentes.
Sea con el objetivo de crear adicción o con otro, lo cierto es que son continuos los cambios en los algoritmos para presentación de información en redes sociales y que ello le ha valido por ejemplo a Facebook para elevar el tiempo medio de los usuarios en la red desde 40 minutos en 2014 a 50 minutos en 2016.
La respuesta ante la creciente marea de acusaciones no se ha hecho esperar. Facebook, una de las más directamente señaladas como causante de la adicción tecnológica, ha prometido dedicar un millón de dólares a la investigación para comprender mejor la relación entre las tecnologías de los medios, el desarrollo de la juventud y el bienestar.
También empiezan a aparecer estudios que señalan evidencias sobre cómo el uso moderado de la tecnología digital no es intrínsecamente dañino, e incluso puede ser ventajoso en un mundo conectado. Desgraciadamente para los gigantes de Silicon Valley, todo ello recuerda demasiado a las acciones de las tabaqueras en los años sesenta del pasado siglo.
Existe sin embargo un error en el paralelismo extremo de la adicción tecnológica con el tabaquismo que algunos sustentan. La supresión de la dependencia del tabaco se realiza mediante el abandono total de la sustancia, impidiendo de este modo la reincidencia en la adicción y al mismo tiempo ganando en calidad de vida.
Por el contrario, resulta imposible en el siglo XXI un abandono total del uso de la tecnología sin una pérdida de oportunidades para el crecimiento y desarrollo personal, profesional y económico. Más allá de la información y prevención, la fórmula para resolver la adicción tecnológica sin fomentar la brecha digital aún parece lejos de alcanzarse.
Emilio García García es expresidente de la Asociación Profesional de Cuerpos Superiores de Sistemas y Tecnologías de la Información de las Administraciones Públicas (Astic)