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Cumbre del Clima
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Tribuna
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La letra pequeña del cambio climático se escribe en Bonn

El objetivo de esta Conferencia de las Partes es matizar los Acuerdos de París La discreta delegación oficial de EE UU contrasta con la oficiosa de Bloomberg y Gore

Es mediodía y todavía no levanta la niebla aquí en Bonn. Los cientos de eventos que tienen lugar en las cumbres anuales del clima describen la gravedad y la velocidad de los cambios que se están produciendo, y ponen al descubierto la colección de anécdotas que suponen las soluciones propuestas.

Este año pasará a la historia como uno de los más calurosos de los registrados. Según el informe publicado hace unas semanas por la Agencia Internacional de Meteorología de las Naciones Unidas, las concentraciones de dióxido de carbono han alcanzado las 403,3 ppm. Un nivel del que no se tenía constancia desde el Pleistoceno, hace tres millones de años.

Esta 23ª Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático se podría definir como la de la letra pequeña del Acuerdo de París. Un atípico convenio internacional por el cual se establece un objetivo de reducción de emisiones en torno a un máximo de aumento de la temperatura, y a partir de este, los países se adhieren aportando el compromiso de reducción que consideran más adecuado.

Pese a su flexibilidad, el padre del acuerdo, Laurent Fabius, diseñó una serie de mecanismos que permiten revisar y aumentar la ambición de los objetivos a cumplir en diferentes momentos. El primero será en 2018.

Esta revisión es importante ya que con el anuncio de Siria de unirse al Acuerdo se ha logrado llegar a 170 países firmantes. Un número muy significativo en cuanto a un acuerdo global se refiere, pero todavía escaso respecto a las reducciones necesarias -que hoy nos sitúan entre 1-1,5ºC por encima del aumento de temperatura objetivo al final del siglo.

Aunque necesario, el objetivo principal aquí en Bonn no es aumentar la ambición de los objetivos de reducción sino preparar el camino para aprobar el año que viene en Polonia los formatos en los que los países proponen sus compromisos, así como el mecanismo a través del cual la comunidad internacional realizará un seguimiento adecuado de su cumplimiento.

Seguramente una ingrata tarea, pero altamente valiosa para aumentar la credibilidad y la confianza en las reglas de juego de las siguientes fases de entrada en vigor del acuerdo, en 2020. 

La magnitud del cambio

La dificultad de obtener un compromiso más ambicioso está motivada por la magnitud de la transformación necesaria. Las medidas para detener el cambio climático dentro del umbral de seguridad precisarían de una reducción adicional a las promesas actualmente contraídas por los países de entre 11 y 19 gigatoneladas de CO2 antes de 2030. O lo que es lo mismo, un recorte añadido de entre el 20% y el 35% de las emisiones actuales.

La resistencia de países desarrollados, que ven en estas medidas una amenaza para la competitividad de sus productos, así como la de los países en vías de desarrollo, que se preguntan quién va a pagar por las medidas que deberían transformar sus estructuras productivas en bajas en carbono desde sus inicios, bloquean recurrentemente unas negociaciones sujetas a la los delicados equilibrios de este subgénero de la diplomacia, que es el climático.

Sin embargo, independientemente de la velocidad actual de las negociaciones, la transición hacia una economía baja en carbono es una realidad, aunque el inesperado líder lo encontremos en China. Un país que se prepara, por ejemplo, para que un 20% de los coches que se vendan en 2030 sean eléctricos – lo que supondrá desarrollar tecnología para unas ventas de 2,8 millones de coches eléctricos al año-.

La delegación en la sombra

El presidente del país más nombrado en esta Cumbre no estará presente. Seguramente ni en esta, ni en las que se celebren durante su mandato. El discreto perfil de la delegación estadounidense en la zona de los negociadores contrasta con el despliegue que la autodenominada “delegación en la sombra” capitaneada por Michael Bloomberg, Al Gore y Jerry Brown, actual gobernador de California, está teniendo en el foro de organizaciones que se celebra paralelamente a la Conferencia, bajo el lema #wearestillin (todavía estamos dentro).

Y es que efectivamente el mecanismo establece que una vez que los países, una vez han remitido su compromiso de reducción, como hizo el presidente Obama, y de conformidad con el Artículo 28 del acuerdo, tienen como fecha efectiva más temprana para retirarse el 4 de noviembre de 2020, cuatro años después de su entrada en vigor en Estados Unidos y un día después de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2020.

Seguramente la Cumbre de Bonn no pasará a la historia como un brillante hito, pero si finalmente se consigue poner las bases de un sistema de fijación y seguimiento de objetivos transparente, se habrá logrado un paso técnicamente imprescindible para disipar la niebla.

José Luis Blasco es socio responsable global de sostenibilidad de KPMG

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